Los ‘guerreros’ sirios del arte
Ciudadanos leales a El Asad y de la oposición al régimen vigilan y documentan el patrimonio cultural dañado por la guerra, dirigidos por un joven arqueólogo
Un atípico batallón de guerreros vigila los rincones de Siria. Algunos están apostados en una elevación desde la que contemplan su objetivo. Otros observan con sigilo desde la ventana de su casa. Y hay quien se aventura a examinar el rastro que dejan los combates. Acaban de ser entrenados en una base oculta de Turquía, a la que llegaron cruzando de forma ilegal la frontera y donde han aprendido a manejar las armas con las que librarán la otra contienda que desangra el país: el robo, el expolio y la destrucción del patrimonio cultural sirio.
Hakim —nombre ficticio para proteger su identidad— entra en un pequeño comercio de Damasco que vende desde tazas de té y dulces a pequeños objetos decorativos. Cuando el regente del bazar entra en la trastienda para buscar las tazas que le ha pedido, Hakim extrae con velocidad el teléfono móvil que llevaba en el bolsillo y fotografía una estatuilla que, según intuye, “es algo más” que una simple pieza ornamental. Después inventará “cualquier excusa” para no comprar las tazas y, una vez en un lugar seguro, enviará las imágenes a un experto que compruebe su valor. Mientras, Anás, que tampoco desvela su nombre verdadero, fotografía en Damasco los monumentos intactos y vigila si sufren algún daño.
“Son arqueólogos y expertos en arte pero también arquitectos, abogados, estudiantes y personas de cualquier disciplina que quieren proteger la cultura de su país”, aclara Isber Sabrine, fundador de Heritage for Peace, una organización con base en Girona para la que trabajan estos soldados bajo la máxima de que “el patrimonio cultural es un terreno común para el diálogo y una herramienta para construir la paz”. Y Sabrine cree que funciona porque los reclutas proceden tanto de las fuerzas leales al régimen de Bachar el Asad, como de la oposición laica y de los islamistas.
Este joven arqueólogo sirio, de 30 años, construyó la red, integrada por unas 200 personas de las que 150 trabajan en Siria, gracias a su experiencia previa como “guía turístico” en el país entre 2005 y 2009. “Viajé luego a España para terminar mis estudios pero en 2011 estalló la guerra, justo cuando preparaba, con el apoyo del CSIC [Consejo Superior de Investigaciones Científicas], un proyecto para gestionar el patrimonio de Siria, para el que el Gobierno de El Asad nunca ha diseñado ninguna política”, explica Sabrine. Su idea mutó y se transformó en una organización dedicada a proteger el patrimonio durante los conflictos, la versión siria de The Monuments Men, la película dirigida y protagonizada por George Clooney que narra la historia de un grupo aliado en la Segunda Guerra Mundial que rescataba obras de arte antes de que fueran robadas o destruidas por los nazis.
En Siria es difícil identificar a veces quiénes son estos nazis. Tanto el bando que apoya a El Asad como fuerzas de la oposición han saqueado parte del patrimonio sirio para financiarse. Ahora, los yihadistas del Estado Islámico se suman no solo al pillaje como método de financiación sino también a la destrucción de la herencia cultural y artística.
Porque además del colosal coste humano de la guerra siria, que en cuatro años se ha cobrado la vida de más de 220.000 personas y ha obligado a otros cuatro millones a refugiarse en países vecinos, la destrucción de la herencia cultural y artística del país ha sufrido un daño irreparable.
Cinco de los seis lugares sirios inscritos en la lista del Patrimonio Mundial de la Humanidad de la Unesco, entre ellos la ciudad antigua de Alepo, han sido seriamente dañados. En total, según los datos del Instituto de la ONU para la Formación y la Investigación (Unitar), 24 ubicaciones con patrimonio cultural han sido completamente destruidas, 104 seriamente dañadas, 85 algo dañadas y 77 posiblemente dañadas. Obras del arte babilonio, asirio, griego, romano o bizantino han desparecido para siempre.
“Formamos a la gente para que sepan qué hacer en cada situación”, explica Sabrine, que admite que en ocasiones este grupo de arqueólogos “arriesgan sus vidas al acceder a lugares muy peligrosos”. Durante la preparación, en Líbano o en Turquía, Sabrine y su equipo enseñan a sus guerreros a documentar los daños en los edificios, a esconder objetos preciosos y registrar correctamente las coordenadas para localizarlos después, a inspeccionar lugares arrasados para rescatar alguna obra de arte superviviente o certificar que todo lo que allí había ha desaparecido.
Solo así, según Isber Sabrine, “es posible saber qué piezas circulan en el mercado ilegal del arte” y quizás, algún día, recuperarlas y contribuir a la reconstrucción de la identidad del país.
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