Yerba, un atentado olvidado
En 2002 un suicida al volante de un camión bomba acabó con la vida de 22 turistas El ataque se financió en España
El turismo es un viejo objetivo del yihadismo en Túnez. La matanza cometida ayer miércoles por una célula salafista en el Museo del Bardo no es la primera que los terroristas perpetran en ese país con el objetivo de propagar el terror y atacar a esta industria, el bastión más importante de la economía de este país de 11 millones de habitantes. El 11 de abril de 2002, Nizar Naouar se lanzó al volante de un camión cargado de explosivos contra una sinagoga en Yerba y asesinó a 22 personas, en su mayoría turistas franceses y alemanes.
Aquel ataque tuvo un sello español y la marca de Al Qaeda. Walid Naouar, el hermano del suicida, telefoneó siete veces a Enrique Cerdá Ibáñez, un empresario valenciano, delegado de ventas de la empresa Hispania Calcamonías, de Manises. Cerdá llevaba meses haciendo pagos a ciegas a desconocidos a través de varias cuentas corrientes, en una sucursal de Bancaja de Valencia, de Essa Ismail Muhammad, Issa de Karachi, un paquistaní comerciante de cerámica con el que tenía una vieja amistad —era su apoderado— y al que después del atentado se lo tragó la tierra. Un tipo afable y bondadoso que cada año acudía a la feria valenciana del azulejo, comía paella y bebía alcohol.
Issa de Karachi, el comerciante reconvertido en terrorista, trabajaba para Al Qaeda Central y arruinó la vida de Cerdá, su socio español, que cayó sin saberlo en su trampa y en la de la red hawala —pagos ilegales basados en la confianza y fuera del sistema bancario tradicional— al transferir al suicida 5.720 euros con los que se compró el camión bomba que asesinó a los 22 turistas en Yerba. El dinero lo había ingresado en las cuentas del ceramista-terrorista paquistaní un agente hawaladar desde su locutorio de Logroño.
Cerdá, casado y padre de dos hijos, fue detenido por agentes de la Guardia Civil, juzgado por la Audiencia Nacional y condenado a varios años de cárcel. Sus conversaciones telefónicas grabadas en una investigación judicial demostraron que el ceramista valenciano no era inocente y que tras aquellos pagos a ciegas se escondía un vidrioso misterio: “Sí, ya hablaremos, ya hablaremos. CIA, Bin Laden, aquí nos vamos a montar”, le espetó a un amigo. Recibía una comisión por cada pago que le ordenaba su socio desde Karachi.
Cerdá ha cumplido su condena e Issa de Karachi sigue en paradero ignoto en algún refugio de Al Qaeda en las montañas de Waziristán (Pakistán). El empresario español probablemente habrá meditado, una vez más, ya lo hizo muchas veces durante su estancia en prisión, al ver las imágenes de los turistas indefensos —hombres, mujeres y niños— que ayer miércoles huían despavoridos de la muerte en el corazón de Túnez.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.