Una guerra posimperial
Siete fuerzas se alinean en un entramado donde la noción de amigo y enemigo es irreconocible
La guerra de Siria-Irak es el conflicto ejemplar de nuestro tiempo; el que sigue a la difuminación del poder de dos grandes imperios, EE UU y la URSS, que, aunque no sin sobresaltos, estabilizaban la geopolítica mundial. Desde la implosión soviética en 1989-91 y a comienzos de siglo cuando se frustró en Asia la ambición norteamericana de hacer unipolar lo que era bipolar, se ha producido en Oriente Medio una reacción en cadena de realpolitik regionales, enfrentadas en el escenario global. Es un nuevo ‘desconcierto’ de las naciones.
Teatro de la Guerra. Siria e Irak, algo más de 670.000 kilómetros cuadrados, de los que se combate en cerca de dos tercios del territorio.
Contendientes. Siete fuerzas se alinean en un entramado de alianzas y oposiciones, en que la noción de amigo y enemigo resulta irreconocible. Estas son el Gobierno sirio de El Asad; los rebeldes contra Damasco; el Gobierno de Bagdad; las milicias chiíes, también de Irak; el cuerpo expedicionario iraní; los kurdos; y el Estado Islámico (EI) —o Daesh—, el terrorismo de obediencia suní.
Alianzas. Los seis primeros tienen una sola cosa en común: combatir a los yihadistas, que quieren hacer tabla rasa de geografía y política para instalar un califato, germen de una hipotética unidad del mundo árabe. Su alineamiento es el siguiente: las tropas de élite de El Asad, atrincheradas, tienen a raya al califato y machacan cuando los encuentran a los rebeldes suníes; estos últimos, militarmente omisos, solo cuentan como comparsa si un día se negocia la paz; el Ejército iraquí presta la masa a las operaciones contra Daesh, en las que llevan la voz cantante los guardias revolucionarios de Teherán; unos y otros cuentan con las milicias chiíes que, aun siendo de la misma rama islámica de Irán, tratan de preservar un grado de autonomía para Bagdad; y los kurdos que pelean nominalmente junto a Bagdad, pero que tienen su propia agenda para conseguir un Estado independiente o vagamente vinculado a Siria e Irak.
Antiguos Poderes Imperiales. Si en algo se aprecia el desmedro internacional de las dos superpotencias es en el poco caso que les hacen los contendientes. Washington apoya la lucha contra el EI, pero se encuentra en el mismo bando de sus enemigos, Damasco y Teherán, con los que solo puede negociar dando toda clase de explicaciones a la opinión norteamericana, soportando los desplantes del Israel de Netanyahu, y viendo como Irak se alinea con el chiismo iraní. Y Moscú debe contentarse con prestar apoyo diplomático a Siria e Irán, pero más por revivir algo de la antigua bipolaridad que por gozar de influencia real en la zona.
El mundo posimperial será crecientemente un magma desarticulado, en que el encuadramiento de alianzas resulte gravemente dudoso; donde Ucranias cambien de bando al mejor postor o al que mayor amenaza proyecte; con una fuerte tentación al repliegue de la única superpotencia en activo, EE UU, como interpreta sin demasiada fortuna, el presidente Obama; y las fuerzas no estatales como Al Qaeda, o solo en embrión de serlo como Daesh, en un mundo árabe-islámico donde la revolución no se ha transformado en democracia, encontrarán las mayores facilidades para hacerse temibles. Oriente Medio apenas ha comenzado a agitarse.
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