El discurso banalizado
Cuando mencionamos los derechos humanos nos referimos básicamente a lo ya logrado
Nunca antes a las personas se nos han reconocido tantos derechos. El número de tratados internacionales en materia de derechos humanos es amplísimo. Las prescripciones constitucionales en la materia, también. Piénsese en prácticamente cualquier posibilidad humana, y se encontrará un derecho que la sustente. Beber, comer, expresarse, educarse, transitar, creer o descansar son, de una manera u otra, el contenido de un derecho calificado de humano. Consideremos a los colectivos de nuestro tiempo, y veremos que un buen número de ellos tienen reconocimiento jurídico: indígenas, mujeres, discapacitados, gays, trabajadores o migrantes, por citar unos cuantos.
Al reconocimiento de los derechos se le ha hecho uno de los signos caracterizadores de la modernidad. Incorporar a más personas, darles mayor especificidad y proveerlas de mayores capacidades, se ha tomado como el modo correcto de ser de la política y de la convivencia social. ¿Qué día y a cuento de lo que sea, no se mencionan los derechos humanos como guía, objeto o destino de prácticamente cualquier quehacer público o privado? Da igual si se trata del deporte, las elecciones o las relaciones internacionales. En algún momento del discurso, algo se dirá de esos derechos, señalando siempre la necesidad de fortalecerlos o ampliarlos.
Hablar de los derechos humanos se ha hecho ritual. Mencionarlos en toda ocasión y por cualquier motivo, ha permitido estandarizar las palabras, quitarles sospecha, convocar a lo conocido y previsible. Es irrelevante si detrás del comentario se busca privatizar bienes públicos, revocar lo existente o disminuir los derechos mismos. Lo relevante es justificar la acción en clave de derechos, para asignarle la legitimidad suficiente para concretarla, sea en una ley, en una sentencia judicial, en una medida administrativa o en una decisión empresarial.
Hablar de derechos humanos es relevante para mantener su presencia formal y evitar su disolución
Ya se sabe que cuando se pretende que algo sirva para todo, termina sirviendo para poco. La apropiación generalizada de los derechos humanos fue importante para darles visibilidad. Hablar de ellos cotidianamente es relevante para mantener su presencia formal y para evitar su disolución. Sin embargo, el que se hable tanto de ellos no garantiza ni su realización presente ni menos su presencia futura. Su misma generalización está generando la impresión de un momento social al que ya se arribó, a un algo que de suyo se está generando de manera prácticamente automática. El discurso de los derechos humanos está perdiendo su carácter reivindicatorio y, con ello, su capacidad transformadora de nuestra insatisfactoria realidad social.
¿De qué hablamos hoy cuando hablamos de derechos humanos? Básicamente, de lo ya logrado. De posibilidades, nada despreciables por lo demás, de hablar, asociarse, votar o trabajar. De lo que no hablamos, es de un horizonte más igualitario, de posibilidades de mayor participación de los bienes generados por la modernidad. Mucho de lo que se dice y hace con los derechos humanos, está condicionado por el statu quo, político y financiero-empresarial. Tanto, que la apropiación generalizada de ellos, es una de sus formas más eficientes de sostenimiento del mundo que vivimos. Como en tantas otras cosas, aquí va haciéndose necesario lograr mucho mayor reflexividad. Tal vez, ella pueda iniciarse volviéndonos a preguntar, con cierto candor, por lo que hoy sean los derechos humanos pero, sobre todo, por lo que se está haciendo con ellos más allá de hablar de ellos en toda ocasión sospechosamente posible.
José Ramón Cossío Díaz es ministro de la Suprema Corte de Justicia de México. Twitter: @JRCossio
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