Las últimas pisadas de La Tuta
El capo más buscado de México se escondió en una finca remota y en una cueva
Los narcos mexicanos están hechos de tierra seca. De montañas hinchadas de sol donde creció bien la marihuana. Y con el tiempo, el crimen organizado. El Chapo Guzmán, detenido hace un año, era de la sierra de Badiraguato. El último exponente era de la sierra de Michoacán: La Tuta, Servando Gómez, líder de los Caballeros Templarios, 49 años, antiguo maestro de escuela devenido en capo forajido. Detenido el viernes pasado.
El cerco definitivo empezó en enero de 2014. Él aún no era el número uno de la organización. Estaba detrás de Nazario Moreno, alias El Chayo, alias El Más Loco. Pero en marzo la Marina mató a Moreno y él ocupó su puesto de señor de la hampa de la comarca de Tierra Caliente. Como en México no hay versión oficial que no venga con modalidades apócrifas, aquí va esta: que en realidad fue La Tuta quien mandó darle piso al Chayo porque este se había vuelto ya demasiado loco. Dicen –hasta el Gobierno lo ha dicho– que le daba de comer trozos de corazones humanos a sus sicarios.
Así que Servando Gómez se queda de líder y la presión hacia él aumenta. En torno a junio del año pasado se traslada a su primer escondite fijo. Un rancho en la sierra.
El rancho de La Tuta nunca debió de ser una maravilla. Solo quedan unos cuantos cerdos y unas ovejas balando
En el Rancho la Cucha hay un barracón de cinco habitaciones con un perico enjaulado a la entrada. “Ya estaba cuando llegamos”, dice uno de los policías que recibieron el lunes a un grupo de periodistas transportados en helicóptero por el Gobierno desde México DF. El punto habitado más cercano a la finca de La Tuta es el rancho ahora abandonado del Chayo, a unos cinco kilómetros. Uno de los policías de guardia dice que ese sí era lujoso: “Las fiestas iban de viernes a lunes, con música de banda, peleas de gallos…”. El rancho de La Tuta nunca debió de ser una maravilla. El barracón es simple, con un corral abierto al lado donde solo quedan unos cuantos cerdos y unas ovejas balando. Y encima parece que el último capo templario ni siquiera usaba los barracones sino que se atrincheraba en una chabola que está detrás, en una parte unos metros más alta, como un mirador. La única señal de comodidad que queda en la chabola es una antena parabólica, y el cable que los narcos trajeron por su cuenta desde la ciudad más cercana, Apatzingán. Son 40 kilómetros de cable monte a través. Una muestra del control territorial que tenían.
La finca-guarida de La Tuta no sería un lujo, pero cuenta la policía que cuando estaba allí metido tenía desplegados por los montes seis círculos de protección, desde ojeadores que oteaban que no hubiese enemigos hasta soldados templarios pertrechados con kalashnikov. Si Guzmán, con su imperial cartel de Sinaloa, era el rey de la cocaína, La Tuta era el rey del cristal. Metanfetamina. Una droga pujante desde hace varios años en Estados Unidos, la sustancia protagonista de una serie ganadora de premios y adoradores, Breaking Bad, por la que, no por casualidad, desfilan por unos capítulos unos sicarios gemelos con muy malas pulgas llegados de una zona remota de México. Michoacán.
La policía cree que Gómez huyó de la finca en septiembre para buscar otro escondrijo. Se desplazó a otra zona de la sierra, entre los municipios de Tumbiscatío y Arteaga, donde nació, y allí llegó al extremo de encerrarse durante un par de semanas en una cueva que está al borde de un río y que hasta entonces los Templarios habían usado como una cárcel para torturar a sus enemigos o para retener a secuestrados. En la boca de la gruta instalaron una puerta de hierro que ya ha sido descolocada.
El interior es un túnel oscuro por el que por momentos es necesario ir de cuclillas: hay tramos que no pasan de medio metro de altura. Al poco de avanzar aparece una cueva interior amplia con una poza de agua. Se supone que ahí estuvo La Tuta con sus guardaespaldas. Se han encontrado restos de comida y de vinos caros. Imaginarse a alguien descorchando ahí dentro un caldo de calidad entre aleteos de murciélago es difícil de asimilar.
El jefe de la Policía Federal, Enrique Galindo, insiste a los periodistas en que es importante que se vea cómo la vida de leyenda de los narcos puede consistir en realidad en algo tan poco deseable como terminar escondido dentro de la cueva que tú mismo usabas para tormento de tus rivales. “Una vida miserable”, dice con sus zapatos de charol empolvados por el recorrido serrano.
El narco se acabó metiendo en una cueva que su cartel usaba como tormento para sus enemigos
La Tuta acabó yéndose también de la cueva y decidió que el mejor lugar para ocultarse sería donde más gente hubiera: la ciudad. Se escabulló a Morelia, capital de Michoacán. La policía cree que este movimiento se dio alrededor de octubre. Desde entonces no volvió a usar teléfono ni equipo electrónico alguno. Se movía por la ciudad de una casa en otra ayudado por un reducido grupo de mensajeros. Huido del entorno cabrío de la sierra, el desenlace de su carrera fue tan doméstico y dulce como ningún capo de rancho pudiera desear: la policía localizó su paradero exacto al ver entrar en un edificio a una de sus novias con un pastel el 6 de febrero, día de su cumpleaños.
La estrategia se puso en marcha para capturarlo. El 26 de febrero a las tres y media de la mañana, La Tuta salió de casa para cambiar otra vez de refugio. Lo esperaban afuera ocho de sus hombres. Cuando cruzó la puerta de la calle los detuvieron a todos. Sin pegar un tiro. Sin hacer ruido. “Ni molestamos a los vecinos”, detalla Galindo. Los federales tenían cuentas pendientes con él. En 2009 La Tuta capturó a 12 oficiales encubiertos que lo buscaban y los dejó desmembrados en una carretera. “Yo soy un narco, pero un narco bueno”, dicen que dijo recién atrapado. Un agente lo miró y le respondió: “Aquí, buenas las autoridades. Buena la policía”.
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