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La convención demócrata en Filadelfia, nuevo golpe para De Blasio

El alcalde de Nueva York confiaba en acoger la cita política de 2016 para levantar el vuelo y superar su crisis con la policía

El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, en un acto público en enero de este año.
El alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, en un acto público en enero de este año. Andrew Burton (AFP)

La elección de Filadelfia como sede de la Convención Demócrata de 2016 que elegirá candidato para suceder a Barack Obama en la Casa Blanca, con Hillary Clinton como gran favorita, ha dejado una víctima colateral: el castigado alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, hasta hace unos meses figura emergente del ala izquierda del partido azul. De Blasio había batallado lo indecible para que la convención se celebrara en el Barclays Center de Brooklyn. Contaba incluso con el apoyo de Clinton para un proyecto personal en el que había depositado buena parte de sus aspiraciones de futuro. Sin embargo, el Comité Demócrata ha elegido otra ciudad de la costa este por razones logísticas y presupuestarias, una capital más manejable y de tono conciliador, alejada de la tensión racial que ha vivido Nueva York en los últimos meses a causa de dos tragedias fuera del control del regidor: la muerte del afroamericano Eric Garner y el asesinato de dos policías en Brooklyn. Estos dos sucesos han dinamitado a De Blasio, alterado la ciudad y comprometido la agenda igualitaria y reformista del alcalde.

La celebración de la Convención Demócrata en Nueva York y en un barrio como Brooklyn, con una gran diversidad racial, debía colocar al alcalde en una envidiable posición dentro de su partido y reforzar su imagen de gestor ante posibles nuevos votantes. Esa era la idea de un político llegado a la alcaldía con el 73% de los votos (750.000 sufragios), en una ciudad en la que negros e hispanos son ya mayoría y tras dos décadas de Administraciones conservadoras. Pero el partido ha preferido Filadelfia para su cita de la semana del 25 de julio, un lugar desde donde será más fácil lanzar mensajes atractivos hacia los Estados del centro del país, más conservadores, y evitar una identificación excesiva con la liberal Nueva York. Los republicanos han elegido Cleveland, en Ohio, otro swing state, para su cónclave en la semana del 18 del mismo mes. En cualquier caso, la decisión del Comité Demócrata agudiza la pérdida de empuje de De Blasio.

“La Ciudad de Nueva York representa el futuro de América. Somos una ciudad que trabaja para impulsar y unir a sus 8,4 millones de residentes y asegurar que todos tienen el éxito a su alcance, no solo unos pocos afortunados. Este principio básico es lo que hace a nuestra ciudad y a nuestra nación tan grandes, y es por eso por lo que luchamos tanto para traer la Convención Demócrata de 2016”, dijo el alcalde en un comunicado. “Brooklyn es una de las mayores historia de éxito urbano de América, y habría sido un gran telón de fondo para elegir al próximo presidente de Estados Unidos. Me gustaría dar las gracias a los miles de neoyorquinos que dedicaron su tiempo, energía y recursos para apoyar nuestro esfuerzo”, añadió.

El alcalde había puesto toda la carne en el asador de su candidatura, que contaba con un envidiable músculo financiero. En su comité de apoyo a la celebración de la convención reunió a los líderes de importantes empresas (Xerox, American Express), personalidades del universo tecnológico (Sean Parker, fundador de Napster y cofundador de Facebook) y del mundo de la comunicación (Anne Wintour, de Condé Nast), entre otros. Sin embargo, razones de seguridad (el Wells Fargo Center de Filadelfia no tiene alrededor iglesias, viviendas y pequeños negocios como el Barclays Center de Brooklyn, por lo que puede ser aislado más fácilmente) y de alojamiento han decantado la decisión final hacia Filadelfia, una opción más barata que ya albergó la Convención Demócrata en 2000. La otra ciudad finalista era Columbus, en Ohio.

Aunque las razones esgrimidas por el Comité Demócrata son de peso, el contratiempo para De Blasio es enorme. No hace mucho, el alcalde era el astro emergente de su partido, el receptor de elogios encendidos. Su gestión de la crisis del ébola, el primer contagio en una ciudad con millones de habitantes que se resolvió con efectividad y sin estridencias, y de las protestas iniciales por la muerte a manos de la policía del afroamericano Eric Garner habían elevado su popularidad a cotas muy elevadas. Eran los días en que De Blasio se puso al frente de una coalición de alcaldes para impulsar la reforma migratoria del presidente Obama, con el que se fotografió en la Casa Blanca, y en los que programas de televisión de difusión nacional, como el de George Stephanopoulos en la ABC, requirieron su presencia. Incluso los siempre quisquillosos medios abundaron en elogios. Chris Smith, del New York Magazine, escribió: “No sugiero que el caso Garner sea algo positivo para nadie. Pero de Blasio está creciendo por cómo lo ha manejado. Los buenos políticos son los que saben ver el momento y aprovechar sus oportunidades”.

A todo ello se sumó una espectacular reducción de la criminalidad (300 asesinatos en 2014, un récord), reformas progresistas aprobadas sin oposición (como la del nuevo carné de identidad de la ciudad), medidas en favor de inmigrantes y desfavorecidos (ayuda legal a menores sin papeles, ampliación del salario por enfermedad o comida gratis para escolares), reformas para una habitabilidad sostenible (reducción de las víctimas del tráfico) y otras muchas iniciativas que parecieron oscurecer la herencia de su predecesor, el conservador Michael Bloomberg. Nada de todo eso se recuerda ya. El conflicto con la policía ha carcomido al alcalde.

La policía no soporta a De Blasio. Su discurso sobre una nueva relación con la ciudadanía no ha calado en los 35.000 agentes, muchos de ellos nostálgicos de las políticas más punitivas de Bloomberg o Rudolph Giuliani. El conflicto por el convenio colectivo de los agentes fue el inicio de las hostilidades. El primer ataque serio llegó en agosto. La Sergeants Benevolent Association, uno de los dos grandes sindicatos, se opuso a la celebración en Nueva York de la Convención Demócrata, porque el alcalde “no se ha ganado el derecho a ser el anfitrión” dada la proliferación de la criminalidad. El presidente del sindicato, Edward D. Mullins, lo expresó así: “La ciudad ha vuelto a los tiempos de elevada delincuencia, espacios públicos peligrosos y familias que caminan por nuestras calles preocupadas por su seguridad”. El argumento era falso.

De Blasio minusvaloró aquel ataque y desde entonces ha maniobrado de manera equivocada. Utilizó su condición de esposo y padre de afroamericanos para calmar la tensión racial. Erró. “Mi mujer y yo hemos tenido miedo de que nuestro hijo Dante se topara con algún policía”, declaró. Aquello desató la ira del cuerpo. Otro grave episodio fue el de Rachel Noerdlinger, ex asesora del agitador afroamericano Al Sharpton y jefa de gabinete de la esposa del alcalde. Noerdlinger dimitió a mediados de noviembre por los problemas de su novio y su hijo con la ley. Con antecedentes ambos, se dedicaban a insultar a la agentes en las redes.

La ilusión que le aupó al poder se ha retirado. Los neoyorquinos, según las encuestas, creen que la tensión racial es peor que en la era de Bloomberg, más de la mitad opina que la ciudad está mal dirigida y tres de cada cinco cree que las relaciones entre la policía y la comunidad han empeorado. En este panorama, el alcalde no ha podido encontrar consuelo en su partido. La Convención Demócrata podría haber sido un balón de oxígeno para remontar el vuelo. Tendrá que seguir intentándolo por sí mismo.

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