La peste
Tener buen ojo para comprar casas en la vida privada es un mérito, en el poder puede ser un veneno
Es posible gobernar por la fuerza. Es posible gobernar desde la mentira. Es posible gobernar desde la confusión. Sin embargo, es imposible gobernar engañando a todos al mismo tiempo. Siempre ha hecho falta que al menos una parte de los administrados creyese —bien por convicción (lo mejor), bien por temor (lo peor) o bien por interés—, que ese gobierno era lo más conveniente para ellos.
Esta ha sido una mala semana para la credibilidad gubernamental, para el nuevo y el viejo government, para las instituciones democráticas y para los vientos de cambio que soplan en las democracias latinoamericanas.
Por ejemplo, en Argentina, la misteriosa muerte de Alberto Nisman, el fiscal que acusó a la presidenta Cristina Kirchner de urdir una trama para “encubrir” la responsabilidad de Irán en el atentado de 1994 contra la mutua israelita AMIA en Buenos Aires, cuestiona la credibilidad de todo su Gobierno.
En la era de Twitter, resulta muy difícil sostener que la muerte del fiscal fue un suicidio
La mandataria argentina tiene un problema: lo importante no sólo es lo que es, sino lo que parece. Y en la era de Twitter, en la que cualquier sospecha puede convertirse en una creencia generalizada, resulta muy difícil sostener que la muerte del fiscal fue un suicidio. La carga de la prueba está invertida porque o el fallecido fue absolutamente temerario al imputar a la presidenta y a su Gabinete acuerdos bastardos con Teherán con 85 cadáveres de sus compatriotas de origen judío de por medio, o bien, la presidenta no tiene más remedio que, además de demostrar que Nisman se suicidó, probar que su informe era injustificado.
Mientras, en México el descubrimiento de otra casa (un hecho que no es un delito, pero genera sospechas), comprada por el presidente, Enrique Peña Nieto, tras su etapa como gobernador del Estado de México, hace muy difícil, en circunstancias tan complicadas como las que hoy vive el país, que el Gobierno mexicano sea capaz de mantener la necesaria convicción y compromiso para hacer que las cosas sean en primer lugar creíbles, en segundo, soportables, y finalmente, permisibles.
El nuevo Gobierno de Brasil es tan viejo como la corrupción que lo formado o el tutelaje que ejerce esa corrupción a través de Petrobras
Tener buen ojo para comprar casas en la vida privada es un mérito, en el poder puede ser un veneno. Además, la revelación, según The Wall Street Journal, de que el vendedor de la vivienda obtuvo contratos inmediatamente después de la operación (aunque Peña Nieto no se los haya adjudicado directamente), supone un mal principio para generar confianza pública.
Por su parte, el nuevo Gobierno de Brasil es tan viejo como la corrupción que lo ha formado o el tutelaje que ejerce esa corrupción a través de Petrobras y del complejo sistema que se creó no para convencer, sino para comprar los votos necesarios —en el atomizado Congreso brasileño—, que permitieran que, sobre malas bases, se consiguiera el objetivo, es decir, sacar adelante las leyes de ese país.
No existe un producto interior bruto de identidad moral para los países, pero debería existir
Lo peor de todo esto es que, salvo en el caso de la petrolera estatal, donde gracias a varios testimonios, hay pruebas irrefutables de un gigantesco sistema de fraude colectivo, es que, aunque se demuestre que el fiscal se suicidó en el caso argentino y que no hay nada malo en comprar una casa a buen precio en México, la destrucción masiva de la confianza en los gobernantes y en los sistemas tradicionales es lo que está dañando, lo que hace difícil una salida y lo que es peor, lo que abre a diario el paso a aventuras como el partido griego Syriza o el español Podemos. Países como España no se libran tampoco. El llamado caso Gürtel por ejemplo, una investigación iniciada en 2007 por la Fiscalía Anticorrupción, mostró la corrupción rampante que afecta a todos los partidos españoles, pero especialmente el gobernante Partido Popular.
El problema eterno de la falta de instituciones en América Latina se ha visto, sin duda alguna, recrudecido por la crisis económica y por la falta de reacción en señalar y castigar a los culpables.
Durante mucho tiempo, se ha gobernado sobre la confrontación. Primero, con el Norte, después con otros países de la zona y finalmente contra el narcotráfico. Sin embargo, todos ellos tienen un enemigo común que va ganando la batalla: la corrupción. En estos momentos, ese sigue siendo el mayor germen de la sospecha, y la sospecha es el mayor enemigo de los sistemas democráticos.
No existe un producto interior bruto de identidad moral para los países, pero debería existir. Porque sin ese balance de moralidad, sin ese balance de ejemplaridad, sin ese compartir los valores colectivos es muy difícil separar el error del abuso, el abuso del engaño y el engaño de la fe democrática.
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