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Muere el rey de Arabia Saudí

Abdalá bin Abdelaziz, de 90 años de edad, estaba hospitalizado por una neumonía

El rey Abdalá, en una visita al Reino Unido en 2007.Foto: reuters_live | Vídeo: Reuters-LIVE! / AFP
Ángeles Espinosa

El rey de Arabia Saudí, Abdalá Bin Abdelaziz al Saud, falleció el jueves por la noche en Riad a los 90 años. El monarca fue ingresado en el hospital, el pasado 31 de diciembre, por una neumonía, desde entonces los rumores sobre su estado de salud persistieron, a pesar de que los medios saudíes daban cuenta casi a diario de visitas de miembros de la familia real intentando transmitir una imagen de recuperación. Anoche, la televisión estatal difundió un comunicado oficial de la Casa Real saudí en el que anunciaba su muerte; poco antes había interrumpido la programación para emitir versos del Corán. Su sucesor será su medio hermano Salman, de 79 años.

Abdalá era hijo de Abdelaziz y descendiente de Saud, que es lo que significan los nombres que siguen al suyo propio, en referencia al fundador del moderno Estado saudí y al precursor de la dinastía, respectivamente. Aunque cuando nació no existía un registro, luego se estimó que había venido al mundo en 1924, seis años antes de que la unión de los reinos de Nachd y Hiyaz diera lugar a Arabia Saudí. Abdalá sucedió como rey a su medio hermano Fahd, en agosto de 2005, pero, en realidad, llevaba las riendas del mayor productor y exportador de petróleo desde que éste sufriera una embolia cerebral una década antes.

Austero en sus gustos y alejado de los escándalos que solían acompañar otros miembros de la familia real, Abdalá se esforzó durante su reinado por mejorar la imagen de su país. No fue una tarea fácil, en especial a raíz de los atentados del 11-S. El descubrimiento de que 15 de los 19 autores de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono eran, al igual que el ominoso Osama Bin Laden, saudíes, hizo que se etiquetara a Arabia Saudí de “cuna del terrorismo islamista”. Además, el reino es un agujero negro para los derechos humanos, y el único Estado del mundo que aplica un estricto apartheid de género. 

Obama ensalza la "cálida relación" con un aliado venido a menos

JOAN FAUS - Washington

La Casa Blanca tardó menos de una hora, desde que se anunció la muerte del rey de Arabia Saudí, Abdalá Bin Abdelaziz al Saud, en difundir un comunicado de condolencia del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. La rapidez refleja la alianza estratégica entre ambos países, aunque se haya enfriado en los últimos años.

Obama ensalzó la contribución del monarca a la búsqueda de la paz en Oriente Próximo y a la promoción educativa en Arabia Saudí. "Siempre valoré la perspectiva del rey y aprecié nuestra genuina y cálida relación", señaló el presidente. Obama subrayó la "convicción" de Abadalá de que la relación entre Washington y Riad -que tildó de "cercana y fuerte"- supone una "fuerza de estabilidad y seguridad" en Oriente Próximo y en el mundo.

El presidente vio por última vez al rey el pasado marzo cuando hizo una visita relámpago a Arabia Saudí tras una gira por Europa. La visita buscaba revertir el malestar que había causado en Riad la posición de Washington respecto a las revueltas de la Primavera Árabe, y su política hacia Irán y Siria. EE UU admitió que surgieron "diferencias tácticas" durante la reunión, pero que ambos países destacaron el componente estratégico de su relación.

La seguridad es clave en la relación, como demuestra la contribución saudí a la campaña de bombardeos contra posiciones del grupo yihadista Estado Islámico en Siria o el hecho de que se haya ofrecido a acoger el entrenamiento estadounidense a rebeldes sirios moderados.

En el pasado, el suministro energético era otro elemento central. Pero el boom petrolero que vive EE UU, gracias a la técnica de la fracturación hidráulica, ha menguado su dependencia del mayor exportador de petróleo del mundo. La decisión de Arabia Saudí de mantener su nivel de producción de crudo, pese al desplome de los precios en las últimas semanas, es percibida como un pulso para expulsar del mercado a los nuevos productores estadounidenses.

En paralelo a la menor dependencia energética, Washington ha elevado el tono sobre las vulneraciones de derechos humanos en el país árabe. El Departamento de Estado urgió hace dos semanas a Riad a no aplicar una condena judicial a mil latigazos a un bloguero opositor. La primera ronda de castigo se efectuó al día siguiente, pero la segunda se pospuso.

Abdalá, que tuvo una educación tradicional en una escuela coránica, se convirtió en heredero en 1982. Para entonces ya contaba con una base de poder en la Guardia Nacional, la milicia tribal formada para proteger a la monarquía, que dirigió desde 1962 y cuyo mando sólo traspasó a su hijo Mitab en mayo de 2013. También fue durante algún tiempo viceministro de Defensa.

Asumió la regencia en 1996 precedido de una exagerada fama de antiamericanismo. Su modo de vida discreto en comparación con otros príncipes, su reputación de incorruptible y su sensibilidad para las causas árabes suscitaron en Estados Unidos y Europa el temor de que adoptara una política exterior nacionalista y ultrarreligiosa. Sin embargo, esos valores despertaban simpatías entre los saudíes.

Convencido de la necesidad de reformas económicas y sociales, o al menos bien asesorado por su equipo de tecnócratas, lo cierto es que al hacerse cargo del reino restringió los gastos tanto en el Gobierno como en la Corte. También introdujo Internet (cuyos contenidos luego se intentarían controlar), habló en alto sobre la dignidad y los derechos de la mujer, e impulsó una ley de inversión extranjera, muy aplaudida por los empresarios.

Cuando se produjeron los atentados del 11-S, Abdalá rechazó las críticas internacionales al régimen saudí como fruto del “rencor contra el islam”, pero acudió en apoyo de su aliado EE UU con petróleo. Dos años más tarde, el terrorismo golpeó en el corazón del reino. Entonces, el instinto de supervivencia de los Al Saud se antepuso a la histórica alianza de la familia real con los ulemas, que había permitido el florecimiento y difusión de una de las interpretaciones más oscuras y radicales de esa religión. Abdalá reforzó un proceso de reformas tan cauteloso a ojos extranjeros como osado para los ultramontanos vigilantes de las esencias.

Nada más ascender al trono, liberó a varios disidentes, tendió la mano a la vapuleada minoría chií, prometió mayores derechos para las mujeres y abrió el país a la inversión extranjera. Enseguida se verían los límites a esos gestos. Cada paso adelante, chocaba con la oposición radical del búnker religioso y los procesos (diálogo nacional, centro internacional para la lucha contra el terrorismo, etc) fueron quedando en vía muerta. Los cambios necesarios sólo se han llevado a cabo en el límite, como sucedió tras los atentados de 2003.

“No me veo a mí mismo como un líder que simbolice la reforma, tal como me describen en los periódicos; soy un hombre sencillo”, confío a esta enviada durante una entrevista en 2007.

De hecho, hasta su muerte ha seguido siendo el representante de una monarquía absoluta que tiene pendiente la incorporación al proceso de toma de decisiones de una clase media cada vez más numerosa y crítica con el sistema. Incluso en ausencia de voluntad modernizadora de la familia real, los cambios demográficos, sociales y políticos exigen abrir el Gobierno a la participación ciudadana.

Aun así, Abdalá ha dejado su huella en la universidad que lleva su nombre King Abdullah University for Science and Technology, una de las mejores dotadas del mundo y donde no se aplica la segregación que impera en el resto del país, y en la decisión de abrir las puertas del Consejo Consultivo a las mujeres. Dar contenido legislativo a esa Cámara y hacerla electiva por sufragio es una de las tareas pendientes, como lo es también romper con el tabú de que las mujeres no puedan conducir, una prohibición que se ha convertido en símbolo del anacronismo saudí.

Su muerte imprime urgencia a la necesidad de que Reino del Desierto modernice el sistema sucesorio para rejuvenecer a sus gobernantes y conectar con los ciudadanos. A diferencia de las monarquías europeas, el trono saudí no lo hereda el primogénito del rey fallecido sino que ha ido pasando de uno a otro de los hijos (varones) de Abdulaziz por orden de edad, salvo algunas excepciones. Abdalá se convirtió en rey con 81 años en un país donde dos tercios de la población tienen menos de 30. Sus dos primeros herederos, los príncipes Sultán y Nayef, murieron antes que él y aún quedan vivos varios de sus 42 hermanos.

El monarca ahora fallecido tuvo 15 hijas y 7 hijos de sus cuatro esposas.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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