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Compañero Obama

El acuerdo con EE UU transforma la retórica antiimperialista de La Habana

Un hombre camina frente a una valla alusiva al embargo el pasado viernes en La Habana.
Un hombre camina frente a una valla alusiva al embargo el pasado viernes en La Habana. alejandro ernesto (EFE)

Durante décadas en el malecón de La Habana una valla llamó la atención de viajeros y turistas. En ella, un Tío Sam con sombrero de copa y la bandera americana intentaba asustar a un miliciano que, desde su islita y con un fusil en la mano, gritaba al enemigo: “Señores Imperialistas ¡No les tenemos absolutamente ningún miedo!”. El lugar donde se ubicaba esta propaganda, cerca del Hotel Nacional, en la curva del paseo marítimo donde se levanta la Sección de Intereses de Estados Unidos, era un sitio de peregrinación obligada para los que querían llevarse a casa aquella simpática imagen que era una buena representación de que la Guerra Fría en el caribe seguía bien caliente.

El  acuerdo alcanzado por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro cambia las reglas del juego y la retórica cargada de ideología y exabruptos que hasta ahora marcó las relaciones bilaterales

Al estar expuesta al salitre del estrecho de la Florida, cada cierto tiempo aquella propaganda perdía su brillo hiriente y era renovada, pero siempre manteniendo los mismos personajes y por supuesto el lema. En estos días, gracias al choteo cubano y a Photoshop, a muchos ordenadores llegó la imagen del simbólico cartel —por cierto, eliminado hace algún tiempo por las autoridades— pero adecuado a los nuevos tiempos: “Compañeros americanos, camaradas imperialistas ¡No les tenemos absolutamente ningún miedo!”, dice la broma.

Sin duda, el histórico acuerdo alcanzado por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro cambia las reglas del juego y la retórica cargada de ideología y exabruptos que hasta ahora marcó las relaciones bilaterales. En pocos meses, el edificio de la Sección de Intereses de EE UU —que fue Embajada hasta enero de 1961, cuando el presidente Eisenhower rompió relaciones con Cuba— volverá a ser una legación diplomática normal, y de sus alrededores deberán desaparecer las estocadas antiimperialistas. Consignas como “Pim, pom, fuera, abajo la gusanera”, y “Fidel, seguro, a los yanquis dale duro”, utilizadas durante medio siglo, también pierden sentido, y los discursos revolucionarios tampoco podrán acabar con reclamos encendidos para que vuelvan los Cinco Héroes —los agentes condenados en EE UU por espionaje—, porque ya han regresado por el acuerdo.

Ahora se abre una nueva etapa no exenta de piedras en el camino y de paranoias. Raúl Castro y el compañero Obama han movido el tablero y ahora hay que colocar de nuevo las fichas

Es cierto que el embargo no ha desaparecido y que derogarlo es una prerrogativa del Congreso, dominado por los republicanos. Pero gran parte de los argumentos que servían de justificación a los propios errores y a la ineficiencia del sistema se ahuecan de pronto. Del mismo modo, habrán de adecuarse a los nuevos tiempos los principios que han guiado hasta ahora a Washington en su relación con la isla. Todavía hoy la página oficial de la Sección de Intereses establece como objetivo de la misión de EE UU “promover una transición pacífica al sistema democrático basado en el respeto a la ley y a los derechos humanos individuales y abrir sistemas económicos y de comunicación”.

Aunque este siga siendo el propósito final —lo ha reiterado Obama esta semana— ahora deberá ser la diplomacia y la palabra, no la fuerza y el castigo, el método para lograr que las cosas cambien en Cuba. Para el Gobierno cubano, que desde 1959 ha vivido enrocado frente a la potencia que le agredía, lo normal ha sido siempre la anormalidad del enfrentamiento con EE UU. Ahora se abre una nueva etapa no exenta de piedras en el camino y de paranoias. Raúl Castro y el compañero Obama han movido el tablero y ahora hay que colocar de nuevo las fichas. Pero no por ello han desaparecido las inercias del pasado.

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