Sin prisas y pausadamente
El régimen actúa para que no tenga relevancia política la disidencia social
Cuba participó en las negociaciones secretas hacia la normalización diplomática con Estados Unidos inmersa en una cautelosa liberalización económica y social, pero sin fisuras visibles en la hegemonía del Partido Comunista (PCC), que dirige la isla desde el triunfo miliciano de enero de 1959. Barack Obama arrancó el proceso asumiendo que no habría apertura política a corto plazo, porque ni las prioridades, ni las intenciones de La Habana pasan por el pluripartidismo. "Sin prisas y sin pausas", declaró recientemente Raúl Castro al referirse al ritmo de sus reformas descentralizadoras. Todo ha cambiado, sin embargo, desde el miércoles y comienza una distensión binacional sujeta a inercias imponderables y eventuales tropiezos.
El régimen acomete los cambios sin prisas, para evitar que un eventual descontrol de las transformaciones rompa la cohesión social oficialmente pretendida y se registren confrontaciones civiles. Washington tampoco las quiere a 140 kilómetros de Florida. El fracaso del aislamiento y las sanciones norteamericanas, la inutilidad de los planes desestabilizadores, encubiertos o desembozados, determinaron el actual posibilismo de Obama: se conformó con la liberalización socioeconómica en curso.
Internamente, el Gobierno cubano puede acometerla con la parsimonia que le convenga, controlando los cambios pues sólo le apremian las urgencias domésticas: la ausencia de liquidez y los agobios de una sociedad que reclama bienestar. El régimen maniobró para que la disidencia no tenga oxígeno social y sea políticamente irrelevante. A veces, tolerada y casi siempre infiltrada, fue sometida policialmente cuando salió a la calle exigiendo una democracia de partidos. La justificación oficial ha sido que lo hizo en asalariada complicidad con los planes subversivos de EE UU. Cabe suponer que la normalización tenga efectos positivos sobre las libertades.
De momento Cuba solo quiere una modernización de sus infraestructuras
Invisible en la prensa oficial, no le quedó otra que buscar la connivencia de las embajadas y la prensa extranjera. Excepto en casos aislados, su ámbito de actuación no puede ir más allá del cabildeo diplomático y el comunicado de protesta. El activismo contrarrevolucionario es inexistente o imperceptible en los lugares donde viven y trabajan los 11, 5 millones de cubanos: en las fábricas, las oficinas, las cooperativas agrícolas, la Administración y las universidades. La rebeldía juvenil no se mueve en los círculos de la agitación política, y el espacio de debate abierto en el intranet oficial al mundo cultural y académico objeta, fundamentalmente, la carga marxista en la apertura económica, y se pronuncia a veces con crípticas insinuaciones. Herméticos el PCC y el Ejército, aventurarse a ponderar hipotéticas fracturas o pugna de facciones en sus filas sería ciencia ficción.
A falta de más datos, sobre el histórico anuncio, no parece disparatado afirmar que, probablemente, la intervención del Papa Francisco durante las conversaciones fue puramente notarial, ya que las dos naciones en disputa mantienen abiertos desde hace decenios canales de comunicación. La Iglesia cubana participó en el proceso con un enfoque tan posibilista como el de Obama: la profundización de las reformas económicas llevará, inevitablemente, a la apertura política.
De momento, Cuba sólo quiere una modernización de sus infraestructuras. Los grandes empresarios cubanoamericanos, cuya entrada inversora en el país natal prohíbe el embargo, son bienvenidos en la nueva ley de inversión extranjera aprobada en marzo. La autorización sirvió para que los hombres de negocios y sus socios políticos redoblaran la presión sobre la Casa Blanca. Cuba ha suscrito el acuerdo con EE UU en las circunstancias internacionales más favorables desde hace 20 años. Contrariamente a la belicosidad de George W. Bush, dispuesto a una guerra civil con tal de acabar con los Castro, el acercamiento de Obama, la UE y América Latina es otro. Y Venezuela, el aliado fundamental, sigue bombeando crudo hacia la isla. Si la crisis mundial o una alternancia gubernamental en Caracas interrumpe el bombeo, el régimen acudirá a otros mercados. Su economía se resentiría hasta el tuétano, pero nada comparable con el descalabro de principios de los noventa tras el derrumbe de la URSS y la pérdida de subsidios: el PIB cayó 35 puntos y la revolución cubana se acercó al colapso.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.