Manda Lane, la comunidad que alaba al agente de policía Darren Wilson
Los vecinos del barrio del agente niegan que cometiera un crimen racial
En Canfield Drive, en Ferguson, Darren Wilson es odiado. La no imputación del agente blanco que en agosto mató en esa calle residencial a Michael Brown, un negro de 18 años desarmado, ejemplifica la supuesta impunidad judicial ante la discriminación habitual de la policía con la comunidad afroamericana. En Manda Lane, en Crestwood, la calle en la que vivía Wilson, el agente es alabado y se considera un acto de justicia la decisión de un gran jurado de exonerarlo de la muerte de Brown. Entre ambos suburbios, al norte y al sur de San Luis (Misuri), hay 27 kilómetros.
Manda Lane es una tranquila calle residencial de casas bajas de ladrillos en una localidad de clase media y mayoritariamente blanca en el próspero suroeste de San Luis. Wilson, de 28 años, no reside allí desde que a los pocos días de la muerte de Brown, el 9 de agosto, la policía de Ferguson divulgó su identidad. Se sabe que vive bajo protección y que ha recibido amenazas de muerte. Sus planes de futuro son una incógnita.
El agente fue suspendido de empleo, pero mantiene su sueldo y ha trascendido que está negociando su salida de la policía. “Quiero una vida normal”, dijo en una entrevista a la cadena ABC emitida este miércoles, dos días después del anuncio del dictamen del gran jurado, y en su primera aparición desde la muerte de Brown. Antes de ingresar en la policía de Ferguson, Wilson —que procede de una familia desestructurada y se casó recientemente por segunda vez— trabajaba en la de Jennings, un municipio anexo, que fue disuelta tras varias polémicas raciales.
“Están convirtiendo esto en un asunto racial cuando en absoluto lo es. El agente es un buen hombre que no hizo nada malo, cumplía con su trabajo y temió por su vida”, afirma Christina, una mujer blanca de 47 años que vive en Manda Lane y que niega conocer a Wilson. Ensalza el derecho del policía a defenderse del “ataque” de Brown. Y sugiere que la muerte del joven es una “consecuencia” de sus “malas decisiones de vida”, en referencia al hecho de que procedía de que había robado unos cigarrillos poco antes de su encuentro fatal con Wilson al mediodía de un sábado en Canfield Drive.
En la entrevista televisiva, el agente dijo tener la “conciencia tranquila” porque hizo su trabajo “correctamente”. Señaló que habría actuado igual si Brown hubiese sido blanco y reiteró la versión de los hechos que explicó al gran jurado, que no halló suficientes pruebas para imputarlo. Muy tranquilo, explicó que fue Brown el que “golpeó primero” y que temió por su vida. Y negó que el joven alzara sus manos, como asegura el amigo que lo acompañaba. Ese gesto es ahora icónico entre los manifestantes de Ferguson.
Unos metros más abajo en Manda Lane, junto a casas con canastas de baloncesto y una bandera estadounidense, dos vecinas de unos 50 años que hacen footing tampoco conocen a Wilson. Dicen que saben cuál es su casa, pero declinan revelarla por motivos de seguridad. Hay dos casas con las persianas bajadas. “Hubiera sido claramente incorrecto imputarlo. Se estaba defendiendo”, esgrime Carol, que pide analizar el suceso con objetividad. A su lado, Susanne dice no entender por qué el incidente ha adquirido tanta notoriedad y ha polarizado al gran San Luis, donde niega que haya un problema racial: “Es una pena pensar que es porque uno es negro y otro blanco. Hay muchos delitos en San Luis, y existe la misma segregación racial que en cualquier ciudad”.
En una calle perpendicular, un hombre blanco de 30 años afirma sentir “pena” tanto por Brown como por Wilson. Otro pide que le dejen tranquilo. El barrio es silencioso y acomodado. Hay una escuela en honor al presidente Harry Truman y una iglesia con el cartel “Rezar por la paz”.
Al cruzar una avenida, se llega a un complejo con algunos restaurantes sofisticados y cadenas comerciales. El paisaje es muy distinto del entorno humilde y desangelado de Canfield Drive, donde murió Brown frente al apartamento de su abuela.
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