La salida de Cárdenas profundiza la crisis de la izquierda mexicana
Las divisiones internas y el suceso de Iguala evidencian el proceso de descomposición del PRD, la segunda fuerza del país
La crisis que azota a la izquierda mexicana ha empezado a devorar a sus propios mitos. Cuauhtémoc Cárdenas (Ciudad de México, 1934), hijo del legendario general que nacionalizó el petróleo y posiblemente el último gran patriarca de la izquierda, ha abandonado el PRD, el partido que él mismo fundó hace 25 años y por el que compitió dos veces por la presidencia de la República. Su marcha, originada por su abismal desacuerdo con la actual cúpula, ahonda la descomposición de la segunda fuerza de México y deja en evidencia el vendaval que se abate sobre el PRD por haber permitido la entrada en sus filas del sanguinario alcalde de Iguala. Un enorme error, admitido ahora por la dirección, que ha sacado a la superficie los males y divisiones que aquejan al partido.
Fundado por Cárdenas en 1989 a partir de una amalgama de partidos y grupúsculos de izquierda, el PRD siempre ha vivido la tensión entre sus dos almas. Una, la representada por Cárdenas y posteriormente por Andrés Manuel López Obrador (Tabasco, 1953), ambos antiguos militantes del PRI, buscaba un partido de dirección fuerte y profundamente ideologizado; la otra se diluía en una mar de facciones, preconizaba la política interna de cuotas y defendía los pactos a derecha e izquierda. La salida en 2012 del carismático e irredento López Obrador para fundar un nuevo partido, Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), representante de la izquierda más ortodoxa, dejó el camino libre a la corriente Nueva Izquierda, que dio su apoyo inicial a la reforma emprendida por el presidente Enrique Peña Nieto. En octubre pasado, esta facción, con Carlos Navarrete a la cabeza, revalidó su mayoría en las primarias. Su pragmatismo y su juego de alianzas para ampliar esferas de poder chocaron con Cárdenas, temeroso de la dilución programática y crítico con los malabares electorales de Navarrete.
El desencuentro se aceleró con el escándalo de Iguala. La ausencia del PRD en las grandes manifestaciones surgidas a raíz de la desaparición de los 43 normalistas fueron interpretadas por el patriarca como prueba de la incapacidad de la dirección para ponerse al frente de las necesidades del país cuya indignación ha puesto contra las cuerdas a todo el arco político.
El pragmatismo de Navarrete y su juego de alianzas para ampliar esferas de poder chocaron con Cárdenas
Este malestar desembocó hace una semana en la petición de dimisión de la actual cúpula. La respuesta de Navarrete al órdago fue la convocatoria de un cara a cara. El encuentro se celebró el martes en el auditorio Valentín Campa, en la Ciudad de México. A petición de Cárdenas se admitió la presencia de los medios de comunicación. Retransmitido en directo, en un gesto de transparencia, Navarrete no sólo presentó disculpas por el caso Iguala sino que buscó la reconciliación con Cárdenas: “En 25 años hemos tenido más coincidencias que diferencias. Este es su partido, dialoguemos; tenga seguridad de que soy el presidente de todos los perredistas y no solo de una corriente”.
El antiguo líder de la izquierda, sin bajar la guardia, pero sin enseñar los dientes, respondió insistiendo en la necesidad de recuperar la credibilidad perdida. Horas después de terminada la reunión, anunció que, “en congruencia con sus principios”, abandonaba el partido. “Ante el riesgo de compartir la responsabilidad de decisiones tomadas por miopía, oportunismo o autocomplacencia, en las que no haya cabida a la autocrítica, he preferido decidir de acuerdo a los principios que me han servido de guía en mi comportamiento público y privado”, afirma en la carta de renuncia.
El texto, una especie de testamento político para alguien que difícilmente podrá volver a la arena electoral, ataca no solo “el sistema de cuotas y pesos relativos para tomar decisiones” en el PRD, sino que destaca el deterioro de la formación por la supuesta incapacidad de su dirección para emprender la reconstrucción institucional de México. “Mantenemos profundas diferencias en nuestras visiones de cómo enfrentar los problemas internos del partido, en particular las medidas que deben adoptarse para recuperar la credibilidad de la organización y de manera especial de sus dirigentes ante la opinión pública”, indica la misiva.
Aunque el peso orgánico de Cárdenas en la organización era ya mínimo, los efectos de esta renuncia pueden ser devastadores. El PRD carece ahora mismo de un líder electoral claro. Miguel Ángel Mancera, el jefe del Gobierno del Distrito Federal, la joya de la corona de la formación, anda en horas bajas. Y a la izquierda ha surgido un enemigo tan conocido como temible: el dos veces candidato presidencial López Obrador. Su recién nacida formación, aunque también tocada por el caso Iguala, se ha convertido en un potente rival. Por escaso que sea su impacto en las elecciones de 2015 (se renuevan nueve gobernaturas, 17 cámaras estatales y 1.015 ayuntamientos) el daño puede resultar inmenso dada la fragmentación electoral mexicana. Y las últimas encuestas muestran que el partido anda bajo mínimos, muy por detrás del PRI y de PAN. La crisis, como muestran los datos, sigue abierta.
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