Escalar la Cumbre
Las citas iberoamericanas se ven de interés casi exclusivamente español
El proyecto estrella de la política exterior española es el de las cumbres iberoamericanas. Pero solo como proyecto, y con el riesgo de convertirse en proyecto estrellado. Y así es como el 8 y 9 de diciembre se reunirá en Veracruz la última cumbre del Antiguo Régimen, a la vez que primera de la renovación.
Las cumbres que se iniciaron también en México hace dos décadas han ido languideciendo con su frenético cónclave anual, y en un tiempo en el que América Latina se da cita con frecuencia agobiante en una red de organizaciones que dicen promover la integración continental, el palimpsesto iberoamericano caminaba rápidamente hacia la irrelevancia, como pudo comprobarse por la lánguida asistencia de jefes de Estado a la última cumbre en Panamá. La profesional encargada de darle la vuelta a la situación es la costarricense Rebeca Grynspan, ambiciosa, enérgica y aparentemente convencida de que todo es posible, condición sine qua non para que su trabajo cobre sentido.
Los cambios eran necesarios, habrá que ver si son suficientes. En el puerto mexicano se celebrará la última cumbre del pasado, a partir de lo cual se dará un respiro a la asistencia haciéndose bienal; su contenido se perfilará con mucho mayor rigor, como ya empezó a hacerse en tiempos de su predecesor, el infatigable Enrique Iglesias, para que la reunión pase de ser una talking-shop a una auténtica reunión de trabajo; y Veracruz presenta ya ciertos atractivos: una gran alianza para la movilidad académica, que abarque tanto a profesores como alumnos, un Erasmus iberoamericano; la digitalización de todo el acervo cultural realizado o futuro; y un programa para la juventud, con la creación de una tarjeta joven que debería ser económicamente significativa para servir de algo. Todo ello, como reconoce la propia Grynspan, contando con un reducido equipo de la propia secretaría general, que haga el seguimiento de los proyectos a desarrollar por los países concernidos. Finalmente, como coyuntura simbólica del cambio, será también Veracruz la primera cumbre a la que asista Felipe VI, Rey de España.
Aunque sea injusto, el éxito o fracaso de las reuniones se cifra en gran medida en la nómina de asistentes. Para eso el ministro de Exteriores español José Manuel García-Margallo ha visitado La Habana, porque si Raúl Castro va a Veracruz —aun cuando ningún jefe de Estado cubano lo ha hecho en los últimos años— cabría esperar que la grey bolivariana hiciera otro tanto. El gran problema a resolver sigue siendo, sin embargo, que las cumbres se ven en América Latina como de interés casi exclusivamente español, y si esos nuestros parientes del otro lado del océano no las asumen como propias, todo será en vano. El costo se repartía hasta la fecha en un 70% para España y Portugal, y el resto, Latinoamérica. Este año será de 65% y 35% y próximamente 60%-40%, lo que da idea de que no hay transportes de entusiasmo para equilibrar cuotas.
Y mientras se diseña este nuevo curso, sería importante hallar una solución siquiera funcional al conflicto de Cataluña, que todo el que viaja con alguna asiduidad a América Latina sabe que oscurece fuertemente el panorama.
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