Los 25 años de la caída del Muro de Berlín, vistos desde Pyongyang
Los cambios que se han producido en Europa después de 1989 crearon la expectativa de que todos los regímenes comunistas naufragarían o cambiarían inevitablemente
Tuve la oportunidad única de vivir, en Alemania y Rusia ( países en los que estuve destinado dos veces), dos de los acontecimientos más dramáticos del siglo XX: la caída del muro de Berlín y la implosión de la Unión Soviética. Transcurridos 25 años desde la caída del muro, el mundo parece más libre e interconectado, se han desmantelado barreras y se han creado nuevas oportunidades. Al mismo tiempo, se han perdido muchas ocasiones, se han superpuesto nuevos y viejos conflictos y muchos prejuicios no se han superado.
Los temores a que una Alemania reunificada y fuerte pudiese amenazar de nuevo la estabilidad de Europa resultaron infundados y el país ha seguido concentrándose en el europeísmo que había asumido después de la guerra. En 1990, cuando Alemania se convirtió por fin en una nación plena, muchos veían ya el Estado nacional como un modelo superado. Desde un punto de vista histórico, la Wende llegó demasiado tarde para poder despertar nacionalismo alguno.
En Rusia y fuera de ella, pocos creían que pudiera revertirse la devastadora decadencia de la antigua superpotencia, sobre todo durante la presidencia de un desconocido que había llegado al poder de forma tan inesperada. Occidente no estaba preparado para un retorno tan rápido de Rusia a la escena internacional, olvidando tal vez la frase lapidaria pronunciada por el "canciller de hierro", el alemán Otto von Bismarck, de que "Rusia nunca es tan fuerte como le gustaría ser ni tan débil como a los demás nos gustaría que fuese". El hecho es que, a lo largo del tiempo, Rusia, con independencia de la forma histórica que asuma, ha sido y sigue siendo percibida como rival por Occidente,.
La crisis en Ucrania indica que, desde el punto de vista de la política de seguridad, la Guerra Fría persiste, y demuestra que la relación entre Occidente y Rusia sigue estando marcada por la desconfianza. Desde la caída de la Unión Soviética, Washington ha adoptado una postura triunfalista, y ha dejado de aprovechar importantes oportunidades de reforzar la seguridad, la cooperación y el desarme con Moscú. La ampliación de la OTAN, que incluía países que habían formado parte de la Unión Soviética, no tuvo en cuenta el interés nacional de Rusia. Esta, a su vez, ha perdido la ocasión de reconciliarse con su pasado soviético y construir una relación de confianza con Europa del Este, disipando de esta manera los temores históricos que persisten en esa región.
Transcurrido un cuarto de siglo desde la caída del muro de Berlín, vemos cómo la geopolítica a la antigua usanza aflora de nuevo, y la estabilidad mundial se ve amenazada en ambos extremos de Eurasia. Siguen existiendo muros que dividen mundos entre Estados Unidos y México, entre Israel y Palestina, y entre ambas Coreas. Los cambios que se han producido en Europa después de 1989 crearon la expectativa de que todos los regímenes comunistas naufragarían o cambiarían inevitablemente, como ocurrió en China y Vietnam. A pesar de la gran victoria sobre una utopía inconciliable con la libertad y con el mundo real que la caída del muro de Berlín representó, la división de Corea nos devuelve a la triste realidad de que, aquí donde comenzó, la Guerra Fría nunca ha acabado.
Roberto Colin es embajador de Brasil en la República Democrática Popular de Corea. Bonn (1986-1989), Moscú (1989-1994), Moscú (1998-2001), Berlín (2007-2012) y Pyongyang (2012- ?).
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