La izquierda de Francia se reinventa
La necesidad de renovarse mientras gobierna provoca divisiones en el partido de Hollande, la última gran formación socialista europea que afronta su modernización
El pasado 27 de agosto, cientos de empresarios recibieron con aplausos al primer ministro de Francia, Manuel Valls. “Me gusta la empresa”, les dijo, antes de ser despedido con otra salva de aplausos en la universidad de verano de la patronal. Cuatro días más tarde, decenas de militantes de su partido le silbaban cuando acudió a la universidad de verano en La Rochelle. “Cuando se abuchea el plan de reforzar la empresa y el empleo, ¿qué mensaje enviáis a los franceses?”, les espetó el jefe del Ejecutivo. La doble escena refleja las dos almas que conviven en el Partido Socialista (PS) y el debate interno en una formación que aún no ha resuelto si está realmente preparada para gobernar y si, en estos momentos de grave crisis en el país, tiene fórmulas propias para afrontar los efectos de la globalización.
En los 56 años transcurridos de la V República en Francia, la izquierda solo ha dirigido el país durante 16: con François Mitterrand (1981-1995) y, ahora, con François Hollande desde 2012. El primero, coaligado con los comunistas, basó la entonces renovación de la izquierda en la ruptura con el capitalismo. Hoy, Hollande intenta dirigir el país con una política acorde con la economía de mercado. Pero las dos sensibilidades, la socialista clásica y la social-liberal, siguen vivas y en rumbo de colisión en la última formación socialista de un gran país europeo que aún tiene pendiente su renovación, su “reinvención”, como la denomina la cúpula del PS.
Gilles Finchelstein, director general de la Fundación socialista Jean-Jaurés, asume en declaraciones a este periódico que, “cuando está en el poder, siempre hay una parte del PS que no lo asimila”. Se trata, cuenta, de “un debate histórico” en la izquierda francesa: “Es el temor a que el ejercicio del poder conduzca a una traición a la ideología, un temor que en Francia es más fuerte que en el resto de países europeos”.
Con un desempleo inédito que supera el 10%, una deuda que cabalga hacia el 100% del PIB y una economía estancada, los socialistas se preguntan “por su identidad, por su papel ante la mundialización” sin traicionar sus valores, señala Finchelstein. Buena parte de su problema es que se han visto forzados al debate mientras gobiernan. “El problema del PS en ese terreno es que siempre intenta su aggiornamento [renovación] cuando está en el poder, lo cual es mucho más difícil y conflictivo”.
Es en lo que están enfrascados Hollande y su primer ministro, convertido en el principal agitador público del debate. Valls, que nunca ha ocupado un cargo relevante en el aparato del partido, ha insistido en diferentes entrevistas realizadas en el último trimestre, en que “la izquierda puede morir si renuncia a gobernar” y que hay que “reinventar una respuesta de izquierdas a los desafíos del presente”, lo que conlleva superar “tabúes”, “tótems”, “símbolos” o planteamientos ideológicos de “una izquierda anticuada”. Incluso ha lanzado la idea de cambiar el nombre al partido, tras rechazar el calificativo de “socialista” para definir una izquierda que, en su opinión, debe ser “pragmática, reformista y republicana”, como ha declarado a L’Obs. “La izquierda que elige soluciones de ayer para resolver problemas de hoy se equivoca de combate”, añadía.
Hollande ha promovido en esa línea unas ayudas para las empresas de 41.000 millones en impuestos y cotizaciones sociales en tres años. La competitividad y el empleo son dos objetivos irrenunciables de su política económica. Miembros de su Gobierno del ala social-liberal han apostado estas semanas por el contrato único, la reducción de los costes laborales, la revisión del límite de las 35 horas semanales, el acercamiento a fuerzas del centro o la reforma del Estado de bienestar.
“El tiempo de las soluciones globales, idénticas para todos, está superado”, argumenta Valls. Por eso, en el inacabable debate entre favorecer la oferta (ayudas a las empresas) o la demanda (ampliar el poder adquisitivo de los hogares), el actual Ejecutivo francés prima la primera, mientras la segunda solo se beneficiará de rebajas cifradas en unos 5.000 millones en tres años.
En esta vía hacia “la modernidad” y “el progreso”, ha destacado la entrada en el Gobierno del nuevo ministro de Economía, Emmanuel Macron, de 36 años, objeto de constantes críticas en la denominada “ala socialdemócrata” por ser un exbanquero al que sitúan en la punta de lanza de la corriente “social-liberal”. Macron trabaja en un proyecto para la liberalización de la economía. Su objetivo de “eliminar rigideces del sistema” implica la eliminación de barreras para abrir los comercios en domingos y festivos, la privatización de activos del Estado por entre 5.000 y 12.000 millones o la apertura a la competencia de profesiones reguladas, como notarios o farmacéuticos.
Pero las reformas, pese a ser mucho más suaves que las emprendidas estos años en otros países europeos, han originado una creciente fractura interna en el partido y un rechazo de la opinión pública por abordarlas tarde y en un contexto de falta de confianza en los actuales dirigentes para llevarlas a cabo. La respuesta interna procede del ala más ortodoxa del PS, la que se define como “nueva socialdemocracia” y que asume la economía de mercado siempre que el Estado vigile “para orientarla y regularla”. Es lo que defiende la líder de los críticos, Martine Aubry, alcaldesa de Lille, primera secretaria del partido entre 2008 y 2012 e impulsora como ministra de Empleo de la semana laboral de 35 horas.
Uno de sus hombres de confianza, el diputado Jean-Marc Germain, es una figura destacada en la treintena de parlamentarios socialistas que sistemáticamente se abstienen en las votaciones de las principales reformas económicas del Gobierno. “La modernidad no consiste en trabajar o no los domingos”, argumenta a este periódico Germain, casado con la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. “La modernidad no es poner en duda los derechos sociales, como el derecho a que los asalariados discutan con los patronos la estrategia de las empresas o la seguridad de los trabajadores”, declara.
“Saber quién es socialdemócrata o social-liberal es un tema del pasado. Aquí se trata de inventar una nueva oferta”, declara el primer secretario del partido, Jean-Christophe Cambadélis. La entrada en la sede del PS, en el número 10 de la calle Solferino, mezcla fotografías del mítico socialista Jean Jaurès, asesinado en París hace cien años, con carteles que, bajo el lema Cien días para reinventarnos, llaman a los militantes y simpatizantes a participar en el debate (ya hay 4.000 aportaciones, informa el PS) que culminará en diciembre para alumbrar un nuevo camino a la desavenida y desarbolada izquierda. Los críticos pretenden recuperar las alianzas perdidas con otras formaciones como los radicales de izquierda o los verdes. Valls prefiere ampliar el espectro hacia el centro.
Hollande ganó las elecciones en 2012, pero a mitad de quinquenio, su popularidad ha bajado al 13%, todo un récord en la V República. Los socialistas han sufrido derrotas electorales a favor de la derecha y la extrema derecha en las municipales (marzo pasado), europeas (mayo) y el Senado (septiembre). Y los sondeos indican que seguirán cediendo poder y acabarán perdiendo las presidenciales de 2017.
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