La cancha inclinada de Evo Morales
El líder boliviano arrasa por su construcción de un nuevo país
El presidente boliviano Evo Morales lo quería TODO, así con mayúsculas, y todo ha conseguido si acaso con caligrafía más modesta. Quería pasar del 70% de voto popular, mejorando sus resultados anteriores (2006 y 2010), y quedará a tres o cuatro puntos de las últimas presidenciales, cuando obtuvo el 64%; logrará los dos tercios de escaños en la Asamblea Nacional para gobernar sin oposición, y si no ha cumplido su objetivo de vencer en las nueve regiones del país —perdió solo en Beni— ha triunfado en Santa Cruz, motor económico y empresarial del país, antaño gran bastión opositor. El politólogo Fernando Molina lo ha calificado de “fin de la polarización” entre indonacionalistas y elites que habían gobernado Bolivia los siglos anteriores. Solo le falta para completar tan majestuoso copo hacer que se apruebe la reelección indefinida, como el desaparecido Hugo Chávez en Venezuela y posiblemente Rafael Correa en Ecuador.
Esa puede ser la explicación, aparte del ego inflado de tanto éxito, de lo que se ha llamado la política de la “cancha inclinada”, de la que el presidente podría haber prescindido para ganar sin problemas. Así se designa un campo de juego en el que el rival tiene que jugar cuesta arriba y el local se desencadena hacia abajo. La inclinación consiste en la utilización de recursos públicos, medios de comunicación, inauguración de obras en televisión, generosidades de última hora, como un nuevo aguinaldo anual para mayores de 60 años que perciban la renta dignidad, y todo un reparto de la riqueza, aunque por vía básicamente asistencial.
El presidente, que gobierna en nombre de una Bolivia plurinacional de indígenas, mestizos y eurodescendientes, pero sobre la base de que el indio ha vuelto a reclamar lo que tenía y le arrebataron los españoles, maneja una revolución solo retórica y únicamente étnica. Si en la Venezuela fundadora del bolivarianismo no cesan de proclamar la próxima domesticación del capitalismo, y en Ecuador el presidente Correa está cada día más enfadado con las grandes compañías occidentales, la Bolivia de Morales ha conocido en la última década la racha de mayor expansión capitalista de su historia, bien que haciéndole pagar por los hidrocarburos lo que los Gobiernos criollos jamás osaron limosnear; con el remate de un crecimiento del PIB de 9.500 millones de dólares en 2005 a 33.000 millones en 2013.
Esta Bolivia ha volcado en gasto social más de 8.000 millones de dólares en esos años; multiplicado por 10 o más los ingresos por exportación de combustible; creado una incipiente clase media que se le mantiene fiel, y convencido a la clase empresarial cruceña de que con su Gobierno le va a ir aún mejor. Si Nuestro Señor y la Pachamama lo tienen a bien, Morales será el jefe de Estado más longevo de la historia, cuando menos de la democrática, del país (2006-2020).
En su discurso de exaltación de la victoria el presidente volvió a hablar, sin embargo, de futuras nacionalizaciones, que hasta hace unos años solemnizaba anunciando alguna cada Primero de Mayo. Pero puede que sea solo un brindis al sol. Con todo su griterío antiimperialista y homenaje al castrismo fundacional, es por su construcción de una nueva Bolivia por lo que Evo arrasa.
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