Una guerra incierta
Vencer al Estado Islámico es imposible desde el exterior, sobre todo viniendo de Occidente
La guerra contra el Estado Islámico no puede ganarse con los medios utilizados hoy en día por la pequeñacoalición internacional comprometida con esta misión. Estados Unidos, Francia y Reino Unido, acompañados de algunos países árabes, no tendrán, militarmente hablando, oportunidad de parar la progresión de los fanáticos, salvo que decidan enviar tropas terrestres, decisión que esperan los yihadistas, sabiendo que podrán contar con la complicidad de ciertas poblaciones y, sobre todo, buscando la muerte como el pez el agua. Pero luchar sobre el terreno supone entrar en un ciclo que no puede conducir salvo a una ocupación duradera e incierta de países hostiles a los occidentales y sensibles a las estrategias de las potencias regionales (Rusia, Irán, Turquía).
Francia, que ha decidido defender la integridad territorial de Malí enviando sobre el terreno a su Ejército y ocupando el norte del país, comienza a experimentar el fracaso: los islamistas resurgen de sus cenizas, y hostigan a las tropas gubernamentales malienses, a quienes infligen derrotas hirientes. En Afganistán, ninguna puesta en escena democrática conseguirá enmascarar la realidad: los talibanes esperan a que las tropas americanas se vayan para retomar el poder. En Siria, es imposible parar al Estado Islámico sin un acuerdo, tácito o formal, con el régimen de El Asad, que es, hasta el momento, el principal beneficiario de la intervención aérea. Imaginemos que este régimen hubiera caído: ahora tendríamos, vista la debilidad de la oposición democrática siria, un poder integrista en Damasco… En cuanto al otro foco incontrolado, Libia, las potencias occidentales casi se han resignado a no hacer nada: resultado, igualmente, de una intervención lanzada bajo el efecto de la emoción y sin perspectiva estratégica a largo plazo.
Así pues, la cuestión principal es la siguiente: ¿Cuál es el objetivo de la intervención militar? ¿Vencer al Estado Islámico? Es necesario, pero, y eso es lo que hay que entender, imposible de conseguir desde el exterior, sobre todo viniendo de Occidente. En realidad, serán las fuerzas nacionales de los países víctimas de la agresión integrista las que, solas, puedan vencer de forma duradera este fenómeno aberrante, un producto, dicho sea de paso, de la política de EE UU y Reino Unido en la región. Para eso, hace falta proporcionarles los medios militares y económicos necesarios. El integrismo radical amenaza a todo Oriente Próximo. Hay que oponerle una réplica global que implique el compromiso de todas las potencias regionales: no solo Arabia Saudí y los Emiratos, sino también Rusia e Irán. Y comprender que el éxito de la intervención está condicionado por dos factores clave: la puesta en marcha de un auténtico plan de reparto de poder, en Irak mismo, entre suníes y chiíes, y una aclaración de la estrategia con respecto a Siria. Por desgracia, nos encontramos lejos de estos objetivos.
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