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Tribuna
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La hipocresía de los candidatos presidenciales frente al matrimonio gay

Los candidatos se han escudado en el miedo a perder los votos de católicos y evangélicos para revelar lo que ellos harían si conquistaran la Presidencia

Juan Arias

Todos los candidatos presidenciales están resbalando en una gran hipocresía en relación con el matrimonio de personas del mismo género, homosexuales o lesbianas, por miedo a perder votos entre católicos y evangélicos. Una hipocresía que es una contradicción con los caminos nuevos que está abriendo, por ejemplo en la Iglesia Católica, el papa Francisco, el primer sucesor de Pedro que confesó: “¿Quién soy yo para juzgar a los homosexuales?”

Los candidatos se han escudado en el miedo a perder los votos de católicos y de las iglesias evangélicas para aparecer temerosos de revelar lo que ellos harían si conquistaran la Presidencia, con un tema tan delicado y actual como es el del nuevo tipo de familia que está naciendo en el mundo en el que un niño pueda tener a dos varones como padres o dos mujeres como madres.

Brasil es un país fundamentalmente creyentes y concretamente cristiano, ya que sumados católicos y evangélicos constituyen el 80% de la población. Y no se puede ignorar, como lo sabe muy bien por ejemplo la candidata Marina Silva, que ya fue católica y hoy es evangélica pentecostal, que todas esas iglesias, se llamen protestantes u evangélicas, tiene sus raíces y orígenes en el cristianismo. El “Libro” de ambas confesiones es la Biblia, el Antíguo y el Nuevo Testamento. Y el personaje que anuncian las Escrituras es Jesús de Nazaret, el profeta revolucionario y compasivo, el que era más misericordioso que una madre, como ya anunciaba antes de su existencia, el profeta Isaías.

Así como el papa Francisco, que con su vuelta a los orígenes históricos del cristianismo y a los escritos de los Evangelios, ha dado un revolcón a la vieja intemperancia de la Iglesia Católica contra los homosexuales al afirmar que él no los juzga, ha sido también él quien por primera vez ha recordado a la Iglesia que hoy, en la sociedad moderna, existen “nuevas formas de familia” refiriéndose tanto a los uniones de los divorciados como a las de los homosexuales.

Ello ha hecho pensar a los teólogos que no se puede excluir que el papa Francisco pueda estar pensando en la posibilidad de que la Iglesia pueda “bendecir” también uniones que sin ser las tradicionales de hombre y mujer, deseen convertirse en verdaderos hogares en los que acepten acoger como hijos a niños y niñas adoptados.

Toda la gran discusión en la Iglesia sobre la posibilidad o no de conceder el sacramento del matrimonio a parejas del mismo sexo, se ha basado hasta ahora en el hecho de que para ella dichas parejas o familias pueden gozar de todos los derechos civiles de las parejas llamadas “normales”, pero sin poder recibir el sacramento o bendición de la Iglesia. Alegan que el sacramento cristiano del matrimonio fue legislado en toda la tradición de la Iglesia sólo para bendecir y consagrar la unión entre un varón y una mujer.

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¿Es eso verdad? Históricamente, no. El concepto de sacramento en la Iglesia nace muy tarde: en el siglo XII. Nace de una idea más jurídica y de control de poder que de los orígenes del cristianismo.

San Bernardo, en el siglo XII, reconoce sólo tres sacramentos y en el siglo XIV en vez de los siete actuales, existìan hasta 30, entre ellos el simple entierro de un cristiano.

No existe ninguna certeza de que Jesús instituyera ni reconociera el sacramento del matrimonio. Y de los siete sacramentos actuales, el del matrimonio, es el más fácil de revisar por la Iglesia Católica por el hecho de que es el único sacramento que no lo imparte el sacerdote o ministro de la Iglesia. Desde los orígenes de los sacramentos, en el matrimonio “los que se casan” son los cónyuges. No los casa el sacerdote, que en este caso es un simple “testigo”. Podrían pues, en teoría, casarse ante un laico y recibir igualmente la gracia del sacramento. Algo que no ocurre con los otros sacramentos, donde no existirían Eucaristía o de la Penitencia. Durante muchos siglos los cristianos que deseaban casarse se limitaban con avisar a la comunidad sin necesidad de acudir a un sacerdote u obispos.

O sea, en la Iglesia, es el sacerdote quien tiene por ejemplo el poder para consagrar o para perdonar los pecados, pero no casa. Los que se casan y de alguna forma se administran a ellos mismos el sacramento son los novios.

Todo esto para poder entender como la Iglesia, con la apertura del papa Francisco que la está liberando de las incrustaciones del poder temporal, heredadas desde que los emperadores romanos convirtieron a la Iglesia de perseguida en mano armada de su poder, intenta devolverle la sencillez de sus orígenes. Por ello, podría muy bien llegar a aceptar el sacramento del matrimonio de los del mismo sexo, si sus protagonistas se consideran cristianos y desean iniciar la formación de una familia con la bendición sacramental de la Iglesia.

Las jerarquías católicas y evangélicas deberían analizar sus prejuicios contra el matrimonio religioso de los homosexuales y lesbianas a la luz de esta nueva apertura que empieza a darse en el corazón mismo del cristianismo.

Francisco, el papa de quien se dice que es el personaje que hoy más recuerda al profeta Jesús de Nazaret en su idea de comprensión y amor universal, que abraza todas las diferencias no sólo de género sino incluso de credo religioso, está escandalizado a una parte de la Iglesia tradicional para la que sigue siendo más importante el derecho Canónico, la ley, que la misericordia que rezuman los evangelios .Una misericordia de la que el fundador del cristianismo en el que hoy siguen inspirándose católicos y evangélicos hacía gala mezclándose con toda la ralea de su tiempo, con todos los despreciados, por diferentes, desde las prostitutas a las adúlteras.

“¿Nadie te condena?” le dijo a la mujer descubierta en pleno adulterio y arrastrada hasta él porque la ley exigía que fuera lapidada. “Nadie, rabí”. Y Jesús: “Pues yo tampoco te condeno. Vete en paz”.

Si Jesús perdonó a una mujer que había cometido adulterio y llegó a exaltar a las prostitutas escandalizando a los doctores de su Iglesia, ¿negaría hoy la bendición o el sacramento del matrimonio a dos hombres o dos mujeres que de corazón y por amor deseen crear una familia?

Estamos, pues, desde el punto de vista del miedo de los presidenciales de comprometerse con el tema de los homosexuales ante una hipocresía y hasta una desinformación de los caminos nuevos que la misma Iglesia Católica está abriendo en este momento.

Y los evangélicos deberían recordar, ya que también ellos tienen a Jesús como referencia, quizás hasta más que los católicos, ya que escriben su nombre en todas partes hasta en la trasera de los camiones, que ese Jesús era el amigo de todos los diferentes y perseguidos, el que bendecía el amor que fuera tal sin distinciones de género y que no negaba su bendición a nadie.

Su única ley era el “amaros”; su única constitución, la indulgencia y su credo el perdón. Su mayor adversario fue el poder de su tiempo que lo crucificó porque no soportaba que bendijera a los que la sociedad segregaba abandonándoles en las cunetas del olvido.

Hoy, Jesús, estaría al lado y contra cualquier discriminación de género. Que no lo olviden los creyentes, ni los que pelean estos días por tomar en su mano del centro del poder. Y más si esos candidatos ya se han paseado por templos y catedrales arrodillándose para ser bendecidos en la esperanza de no perder o de ganar votos.

Ese Jesús, venerado en iglesias y templos, acuñó una frase terrible contra los hipócritas de turno, que sigue resonando como actual, dos mil años después. Los llamó “lobos vestidos con piel de oveja”.

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