La ‘no gente’ que no vive en el Tapajós
La extraordinaria saga de Montanha e Mangabal, de la esclavitud en plantaciones de caucho a la propaganda del Gobierno de que pretende poner una hidroeléctrica en la tierra habitada hace 150 años
De repente, la comunidad de Montanha-Mangabal apareció en las noticias. El 27 de agosto, el ministro de Desarrollo Agrario, Miguel Rosetto, anunció en un acto que el Gobierno federal destinaría “3,2 millones de hectáreas para reforma agraria y preservación medioambiental” en la Amazonia. Entre los destinos de esas tierras, se citaba la creación de un “Proyecto de Asentamiento Agroextractivisita (PAE) Montanha-Mangabal”, en el municipio de Itaituba, en Pará. El anuncio fue destacado en Muda Mais, un “website de apoyo a la candidatura para la reelección de Dilma Rousseff”, en un momento en el que la presidenta recibía críticas por su política para la Amazonia. Días después, el Gobierno señaló la fecha del 15 de diciembre para la concesión de la primera de las grandes hidroeléctricas planeadas para la región, São Luiz do Tapajós. Merece la pena poner la lupa sobre esos dos nombres bastante enigmáticos – Montanha-Mangabal – para establecer la necesaria relación entre las noticias producidas por el Gobierno en tiempo electoral y ampliar la compresión sobre la gestión de la Amazonia. En la comunidad de Montanha-Mangabal se contiene la extraordinaria lucha de un pueblo para volverse visible al Brasil que lo desconoce. Y, para existir a los ojos del país, preservar su tierra y su vida.
El pueblo de Montanha-Mangabal hace frente hoy al momento más crítico en casi 150 años de una trayectoria poblada por momentos épicos. Si el Complejo Hidroeléctrico de la Cuenca del Tapajós se implantase, como Dilma Rousseff pretende, pertenecerá al pasado. En el territorio en el que vive la comunidad, así como otras poblaciones ribereñas e indígenas, se está gestando la más feroz lucha socioambiental después de la hisdroeléctrica Belo Monte. Es en las márgenes del Tapajós donde se va a escribir el próximo capítulo de lo que será el futuro Brasil. Y también si pueblos como Montanha-Mangabal estarán en él.
Seguir la trayectoria de hombres y mujeres a lo largo de 70 kilómetros de las azuladas aguas del Tapajós, uno de los ríos más bellos del mundo, es una clase de anatomía sobre la ocupación de la Amazonia. Y también dar testimonio de una de las victorias más bellas de un pueblo que, en pleno mundo de la palabra escrita, construyó su memoria a través del lenguaje oral. Una victoria siempre provisional, como ellos han aprendido desde que los primeros investigadores –biólogos, arqueólogos, antropólogos, sociólogos etc. – aparecieran con la misión de hacer un estudio de la zona para el emplazamiento de las hidroeléctricas de São Luiz do Tapajós y Jatobá.
Los investigadores, para los pueblos de la selva, son una especie de actualización de las carabelas de los portugueses asomando en el horizonte. Cuando los indios Munduruku retuvieron a tres biólogos, en julio de 2013, parte de los brasileños de otros brasiles pensó que los indios habían cometido una atrocidad. Salvajes, se publicó, en un salto atrás de 500 años. Para los Munduruku, era exactamente al contrario. Ellos solo sabían, por la historia grabada durante generaciones, que se anunciaba el fin del mundo; el fin de su mundo.
El 27 de agosto, la Sociedad de Arqueología Brasileña redactó una nota instando a los arqueólogos a “no participar en actividades relacionadas con la licencia ambiental de las presas de la cuenca del Tapajós mientras este proceso se desarrolle en un contexto de violación de los derechos de las comunidades afectadas”. Entre las afirmaciones: “El proceso de estudio de impacto ambiental y de construcción de una serie de presas vinculadas al Complejo Teles Pires y Tapajós se hace realidad con manifiesto desprecio a los derechos de los pueblos de la selva que viven en la región. El argumento de que el impacto de las presas será pequeño debido a un supuesto vacío demográfico no se sustenta, aún más cuando consideramos la prolongada ocupación humana de la cuenca que se pone de relieve en el registro arqueológico de la región”.
Hasta ahora, la Sociedad de Arqueología Brasileña ha sido la única entidad que ha mostrado preocupación por el hecho de que sus asociados contribuyan con la destrucción de pueblos, culturas, especies animales y vegetales y registros arqueológicos. Las demás parecen creer que no existe impedimento ético alguno en el hecho de “investigar” acompañados por hombres armados de la Fuerza Nacional, reprimiendo a la población “investigada”, lo que dice bastante del material humano formado en las universidades brasileñas.
El encuentro entre los ribereños y los entrevistadores responsables de la recogida de informaciones ofreció escenas de surrealismo explícito. Era un total desencuentro de brasiles. Las preguntas del cuestionario no tenían sentido alguno para la mayoría de los habitantes de Montanha-Mangabal. Chico Augusto, por ejemplo, es uno de los hombres más respetados de la comunidad. Su fama de curandero corre más que el río. Cumplidos los 80 años, vive solo. Su casa está a horas de remo de la casa más cercana. Pero es una soledad habitada la de Chico Augusto, porque la selva y el río y todo lo que en ellos habita, visible o invisible, hablan con él.
Entonces llegó el entrevistador, o como se dice por allí “aquella gente de los Diálogos Tapajós”, que es como se presentan. Cualquier papel ya pone nervioso a don Chico Augusto. “Hum hum”, dice. Las preguntas eran incomprensibles para él. Obligado a dar una respuesta, tuvo que decidirse por una: “¿Qué hacen usted y su familia en su tiempo libre?”. Don Chico mandó marcar la opción que decía: “Ir a la ciudad o al centro de la ciudad”. “Horas libres” es un concepto inexistente en la vida de don Chico Augusto, y a la ciudad fue por primera vez a los 78 años para hacer su certificado de nacimiento. El mítico viaje ya forma parte de la memoria oral de la comunidad.
Otra pregunta: “¿Qué hace con la basura?”. Y don Chico, sin saber qué diablos le están preguntando, manda marcar: “Tirarla en terreno baldío o plaza pública”. Allí, en mitad del río, don Chico da lo que es comida a los perros y el resto lo aprovecha todo. Cuando le preguntaron sobre Correos, dijo que iba a Itaituba en caso de necesitar usar el servicio. “¿Qué es correo?”, me preguntaría después. Don Chico guardó los documentos bajo llave, en una caja de madera heredada de un viejo amigo. Es allí donde tiene las cosas importantes y también las cosas amenazadoras, las que no deben salir por ahí asustando al mundo.
Al anunciarse que “las primeras hidroeléctricas del tipo plataforma (São Luiz y Jatobá, en el Tapajós) serían licitadas antes de acabar 2014”, la Agencia Brasil entrevistó a Mauricio Tomasquim, presiente de la Empresa de Investigación Energética (EPE, por las siglas en portugués), responsable de la realización de los estudios para la planificación del sector energético. Explicó que ese tipo de hidroeléctrica “se usará en áreas de selva amazónica en las que no hay ocupación humana”. La explicación se hace eco de uno de los eslóganes de la dictadura cívico-militar para la Amazonia en los años 70: “Tierra sin hombres para hombres sin tierra”. O la famosa expresión, también muy popular en aquellos años tenebrosos: “Desierto verde”. O incluso: “Ocupar para no entregar”. ¿Entregar a quién?, es la pregunta obvia, y lamentablemente, todavía actual en la democracia tan duramente conquistada, incluso por la actual presidenta. Tal vez sea para no entregar a los indios, a los ribereños, a los quilombolas, aquellos vistos como “extranjeros” por la parte de Brasil a la cual le conviene no conocerlos.
La condición de no gente, de no existir en la categoría de humanos, parece ser el estatus de los pueblos de la selva en el camino de las grandes obras amazónicas a lo largo de la historia de Brasil. Que esa idea permanezca, en el ejercicio de los gobiernos y en la indiferencia de parte de la población brasileña, es algo que dice mucho de la violencia y del racismo de esa sociedad aún hoy. Para ser reconocidos como gente, parte del mundo de los humanos y parte de Brasil, el pueblo de Montanha-Mangabal ha hecho un largo camino. Las fotos del ecosistema que protege Montanha-Mangabal, así como las de hombres, mujeres y niños que allí viven, muestran la belleza del mundo que será destruido y el rostro humano de aquellos que como humanos no son reconocidos. Fueron generosamente cedidas para formar parte de este artículo por el fotógrafo Lilo Clareto, que hace más de una década se dedica a documentar conmigo las poblaciones invisibles amenazadas de extinción simbólica, y también física. Las imágenes se hicieron durante las semanas que permanecimos en Montanha -Mangabal, en agosto de 2013, financiados por nosotros mismos, para un reportaje todavía inédito.
La extraordinaria historia de esa comunidad, hoy compuesta por casi dos centenares de personas, comienza en la segunda mitad del siglo XIX. Comienza es una forma de decir, porque los antepasados de la actual generación ya venían de una larga trayectoria de exclusión. Buscar las raíces de los ribereños de las varias Amazonias, así como de los pequeños agricultores que allí viven en proyectos de asentamiento, es trazar una genealogía de la constante expulsión de los pobres que atraviesa la historia de Brasil. Son habitantes de un caminar, más que de una tierra. Hasta alcanzar el norte del país, su territorio es el éxodo.
La Amazonia emerge como la última posibilidad de un lugar y de un existir sin hambre. Así fue también con los nordestinos que alcanzaron esa región del Alto Tapajós atendiendo la llamada de los seringalistas, los propietarios de las plantaciones de caucho, o seringales, que necesitaban mano de obra para extraer la leche de la seringa y abastecer el entonces lucrativo negocio del caucho. Las condiciones eran brutales y todo lo que ganaban, en realidad no lo ganaban porque se cambiaba por los productos necesarios para sobrevivir en la selva y que solo vendían los patrones. Trabajar era también comenzar una deuda que los esclavizaba. Estaban allí como siempre, ejecutando un proyecto del Gobierno brasileño. Eran la carne necesaria que costaba poco. La carne de los desesperados.
Los pueblos indígenas de la región, entre ellos los Munduruku, eran los Otros que contemplaban con pavor la invasión de su territorio ancestral. A falta de las mujeres que dejaron atrás, los seringueiros comenzaban una familia robando a las indígenas. La violencia del rapto y de la violación y del casamiento forzado se grabó en la memoria de las generaciones que fueron fruto de ese abuso como relatos folclóricos, más divertidos que trágicos. Se registraron como anécdotas repetidas de generación en generación las historias de la bisabuela o la abuela robadas. Pero si la mayor parte de los de hoy tiene antepasados indígenas, eso no significa que sean indios. La identidad del ribereño, o beiradeiro, es otra. Es la expresión de una síntesis que refleja su propia complejidad. Así, entre los ribereños de Montanha-Mangabal y las aldeas indígenas se instaló una cierta distancia regulada; una convivencia desconfiada.
En este sentido, el momento histórico es interesantísimo. Cuando el actual gobierno comenzó a tratar a todos los que allí viven como no gente, las comunidades indígenas y ribereñas consumaron una alianza inédita. Comenzaron a frecuentarse, tanto en reuniones oficiales para discutir qué hacer frente a la amenaza de las hidroeléctricas, como en acontecimientos sociales e incluso en visitas informales de margen a margen, margen aquí entendido en más de un sentido. Comienza a ser normal escuchar en el discurso de los ribereños la mención a una “sangre” común con los indios, que de hecho tienen, como se ha visto, pero que hasta entonces tenía un significado totalmente diferente. Los Munduruku se volvieron “parientes”, los ribereños se descubrieron “indios”. El reconocimiento de una identidad común, positiva, se produce como la consecuencia de la identidad negativa otorgada por los de fuera del Tapajós, el Gobierno brasileño. Tan es así que en este momento, ribereños e indígenas tratan de forjar una estrategia compartida de resistencia.
En 2013, Francisco Firmino da Silva, 62 años, más conocido como Chico Caititu, fue el enviado especial de la comunidad de Montanha-Mangabal para participar de la ocupación de la zona de obras de Belo Monte con los Munduruku, en Altamira. Acabaron en Brasilia. Chico, un hombre de negro sobre blanco, regresó de la experiencia hermanado con los indios; el cuerpo pintado con jenipapo y mucho más opinador. “Fui porque quería traer la verdad sobre la presa. El ministro Gilberto Carvalho dijo al cacique general que la presa se iba a hacer porque Dilma la necesitaba. El cacique dijo entonces que la guerra ya había comenzado. Amiga mía, yo no sé leer bien, pero burro no soy. Nosotros existimos aquí. Probamos que existimos aquí”.
Chico alza la voz, Chico incluso se crece: “Todos aquí somos seres humanos. Acabará toda nuestra felicidad por vivir en la selva. Es como los indios dijeron: no queremos coche nuevo, no queremos canastas de víveres, queremos nuestra selva viva. Desde niño siempre he vivido en la selva brasileña. Nunca imaginé tener un gobierno que cometiera un crimen así. Este horror de la presa no es para Brasil, es para fuera. Es acabar con nosotros para beneficiar a otros”. Y termina, el delgado pecho en peligroso jadeo: “Es importante que todo Brasil sepa lo que está sucediendo con nosotros. No es solo aquí en Tapajós, es en la cabecera de la Amazonia entera. No quieren tratarnos como brasileños, sino como simples objetos”.
A comienzos del siglo XX, cuando el caucho dejó de ser lucrativo, la mayoría de los seringalistas se fue con las ganancias que habían amasado en décadas de explotación. Los seringueiros se quedaron porque ya habían alcanzado su última frontera y no tenían adónde ir, ni cómo volver, pero también porque ya pertenecían al lugar. Porque ya eran otros. El hecho de pertenecer a un lugar más que el lugar les pertenezca, es una marca de la identidad ribereña que indica una relación profunda, visceral, con el territorio. Aunque circunscrita a un espacio determinado cuyas fronteras cada uno lleva como una información casi innata, la mayoría de las familias va migrando dentro de él, viviendo ahora en un sitio, ahora en otro del río. Montanha-Mangabal forma una geografía física y sentimental conjugada en el colectivo. Será solo más adelante cuando para lograr un documento de propiedad tuvieron que quedarse cada uno en su sitio, obedeciendo, para sobrevivir, a la lógica del estatuto agrario brasileño que entiende la tierra como mercancía.
A partir de la decadencia del caucho y del abandono de los patronos, el pueblo siguió en la orilla del Tapajós a lo largo del siglo XX, manteniendo gente en la selva y siendo moldeados por ella. El Estado, que ya no precisaba de ellos como mano de obra de ningún “proyecto nacional”, simplemente se olvidó de aquellos hombres y mujeres. Y ellos se apañaron como pudieron y se apañaron bien, a la deriva de un Brasil que los negaba, pero no a la deriva de sí mismos.
Solo fueron redescubiertos por el Estado en los años setenta del siglo pasado. Para crear el Parque Nacional de la Amazonia, el Gobierno los expulsó de parte de su territorio con enorme brutalidad. De nuevo resistieron como pudieron y se reagruparon más arriba, en la margen izquierda del río. El Estado, para ellos, como para la mayor parte de los pueblos de la selva, es una fuerza violenta que interfiere en su existencia de cuando en cuando para aniquilarlos. Fue así, en los setenta, durante la dictadura cívico-militar, y ha vuelto a ser así ahora, cuando el gobierno democrático del PT anunció las grandes hidroeléctricas del Tapajós. Lo curioso es que para facilitar el camino para la implantación de São Luiz do Tapajós, la presidenta Dilma Rousseff sencillamente arrancó, en 2012, una franja de 18.700 hectáreas del Parque Nacional de la Amazonia, reduciendo el área de preservación ambiental. El trozo amputado era justamente la parte del territorio de donde el pueblo de Montanha-Mangabal había sido expulsado. Resulta fácil percibir por qué los designios del Estado son inaccesibles para las poblaciones afectadas por ellos.
Mauricio Torres, doctor en Geografía por la Universidad de São Paulo y uno de los pocos investigadores brasileños que conoce la realidad agraria de Pará en profundidad y sobre el terreno, describe así la trayectoria de la comunidad: “La población de Montanha-Mangabal tuvo su origen en los tiempos de la intensificación de la extracción del caucho, a mediados del siglo XIX, cuando parte de sus ascendientes se instaló en aquellos márgenes del Alto Tapajós. Desde entonces, resistieron la esclavitud por la deuda contraída con los patrones que les vendían las herramientas, vencieron las incertidumbres surgidas con el final de la seringa, encontraron soluciones cuando acabó el comercio de pieles de animales (jaguares, venados, maracayás, etc.), sobrevivieron a la llegada y al colapso de las minas de oro, a la malaria, a la contaminación por mercurio o a lo que fuera preciso. En los setenta, muchos de ellos fueron expulsados con refinada brutalidad de parte de su territorio por la creación del Parque Nacional de la Amazonia. Pero la gente de Montanha-Mangabal resistió a eso también y se reagrupó río arriba. En los setenta se intensificó la usurpación de tierras, incentivada por la minería y por las obras de la carretera BR-163. Los ribereños se concentraron en la margen izquierda del río Tapajós y unidos, resistieron. Entonces apareció Indussolo, una empresa del Estado de Paraná, autora de la más grandiosa y sofisticada estafa de terrenos de las tantas que la Amazonia ha sido escenario. Se inventó tener la propiedad de la impresionante suma de 1.138.000 hectáreas, que se tragaban Montanha-Mangabal enteras”.
Es entonces, en 2004, cuando las trayectorias de Mauricio Torres y de la comunidad se cruzan, en una de las andanzas del investigador por la región. Es también entonces cuando entra en escena un tercer personaje, el fiscal de la República Felipe Fritz Braga, uno de los hombres más notables de la Fiscalía Federal, hoy en Brasilia. Juntos protagonizan una de las más bellas historias de documentación de la identidad de Brasil; un libro aún por escribir.
Históricamente, la palabra escrita ha sido un instrumento de dominación de los pobres por las élites. Vale el papel en detrimento de la oralidad. Para esas poblaciones durante siglos la forma de transmisión del conocimiento fue – y aún es en muchos casos – a través de la narrativa oral. En un acto de extrema violencia, todo el conocimiento de esos pueblos se interpreta como algo sin valor por aquellos que dirigen el país, hacen las leyes y deciden lo que es justicia. Así, innumerables veces, los documentos falsos de especuladores se impusieron a la memoria oral de los indígenas, ribereños y quilombolas, arrancándolos de tierras habitadas por ellos desde hace decenas de generaciones. Fue así como la especuladora Indussolo pretendía, una vez más, vencer.
Trabajando con la comunidad y, en especial, con una ribereña llamada por todos Doña Santa, el investigador y el fiscal fueron descubriendo pistas para que la oralidad pudiese ser probada también por los documentos escritos. Doña Santa, fallecida en 2009, era la memoria del pueblo de Montanha-Mangabal. Ciega, tenía grabada en la cabeza la narrativa de generaciones; desde los hechos y anécdotas, hasta los nacimientos y muertes. Y con su voz de vieja, timbrada por la autoridad que de ella emanaba, iba desgranando los acontecimientos que podrían probar la existencia de su gente sobre aquella tierra. A partir de esas pistas, Mauricio Torres buceaba en los archivos para buscar la comprobación en los documentos y Felipe Fritz Braga organizaba una acción jurídica que sería venerada como una obra maestra.
Cada fragmento de palabra escrita se suma. El 24 de febrero de 1875, por ejemplo, Fray Pelino de Castrovalvas escribe en sus memorias los nombres de “aquellos generosos que, con tanto peligro y sacrificio, salvaron la vida de un pobre misionero y de 17 indios en circunstancias tan desesperadas: Antonio Martins de Bragança, Antônio Siqueira dos Anjos y otros dos llamados João Siqueira”. En su diario de viajes, el naturalista francés Henry Coudreau registró haber sido “hidalgamente” recibido por Matheus Pimenta el 12 de septiembre de 1895. Hoy, uno de los descendientes de este Pimenta es el presidente de la comunidad. Navegando por el Tapajós, Coudreau describió el paisaje así: “Cielo de dulzura infinita: los rayos de oro se elevan sobre el suave azul y hasta las 9 todo permanece tierno y dulce”.
Algunos documentos que ahora se guardan revelan las entrañas de Brasil. Como el de Lausminda de Jesus, de 74 años, que probó la antigüedad de su linaje con una escritura en la que sus antepasados aparecían enumerados como patrimonio del dueño del seringal. Con el documento de propiedad del cuerpo de sus abuelos, ella probó su pertenencia al cuerpo de la tierra, el único donde puede ser libre. De documento en documento, la comunidad de Montanha-Mangabal consiguió probar en el mundo del Otro, en el mundo de los letrados y de las notarías, que están allí desde hace casi un siglo y medio: ocho generaciones nacidas y enterradas en las márgenes del Tapajós.
En aquel momento de fiesta, dueños de una victoria inédita en la justicia brasileña, el pueblo de Montanha-Mangabal creyó que su existencia estaba garantizada y que bastaría ahora con vivir. Por primera vez, el Estado aparecía sin ser una fuerza de aniquilación. Se volvieron visibles. Se hicieron documentos de identidad y algunos, como Chico Augusto, se sacaron su certificado de nacimiento con casi 80 años de edad. Los más viejos comenzaron también a recibir la pensión de jubilación agraria. Tomaron un avión y fueron a Brasilia a defender la transformación de su territorio en una Reserva Extractivista; una aventura recordada para siempre como asombrosa. Don Toti Geraldo, por ejemplo, intentó embarcar con un cuchillo y un saco de hojas, hierbas, lianas y raíces. El cuchillo le servía para arrancar las cáscaras, cortar las hojas, manipular su rico arsenal. Al ser retenido, intentó explicar a una atónita funcionaria que aquél era su neceser de medicamentos: “¡Soy un hombre muy enfermizo!”.
El viaje al centro del poder fracasó. El pueblo de Montanha-Mangabal descubrió una vez más que su sino era ser un Brasil al margen de Brasil. La petición fue rechazada porque su territorio se encontraba en el camino del Complejo Hidroeléctrico de la Cuenca del Tapajós. Intentaron entonces un Proyecto de Asentamiento Agroextractivista (PAE) que fue archivado. Solo el 3 de septiembre de 2013 se crearía el PAE Montanha-Mangabal, una forma de asignación territorial más fácil de ser cancelada que una reserva extractivista. El PAE lo firmó un administrador regional del Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria, el INCRA, después de haber sido presionado para presentar números que sirviesen para refutar el conocido fiasco del actual gobierno en la reforma agraria. Cuando los asesores en Brasilia repararon en la localización ya era demasiado tarde para echarse atrás: la creación de un proyecto de asentamiento para la población agroextractivista en la Amazonia era tan sorprendente, en un gobierno que se había destacado por el retroceso en ese área, que ya se había convertido en noticia incluso de la prensa internacional. Ese proyecto, creado un año antes, fue curiosamente incluido en la ceremonia del 27 de agosto en la que se anunció la inversión del Gobierno en la preservación de la Amazonia.
En el Informe de Impacto Ambiental (RIMA) de São Luiz do Tapajós, hecho por un consorcio de empresas interesadas, entre ellas la constructora Camargo Corrêa, se afirma que “ la interferencia de la presa” sobre la comunidad de Montanha-Mangabal será “muy pequeña”, “permitiendo la reorganización de las propiedades sin remoción de las familias”. Resulta siempre curiosa la elección de las palabras en ese tipo de informes. “Reorganización”, por ejemplo. Como si la transformación de un río en un lago fuese un mero cambio de denominación. Como si la radical transformación de un ecosistema, en torno del cual se construye todo el modelo de vida agroextractivista, no alterase la propia vida allí.
Parece que nada se aprende del pasivo ambiental y humano dejado por hidroeléctricas como Balbina y Tucuruí, en las que poblaciones oficialmente “no afectadas” fueron obligadas a abandonar sus tierras, sin recibir un céntimo del Gobierno, por la total imposibilidad de seguir viviendo en ellas a partir del momento en el que se alteró el ciclo de la naturaleza. La comunidad de Montanha-Mangabal podrá incluso ser partida en dos con la instalación de la segunda hidroeléctrica planeada para la región, la de Jatobá. De hecho, no es que nada se aprenda, sino que para sectores de Brasil no importa el destino de esas poblaciones, como prueba la Historia. Esos sectores están siempre bien representados en los más variados gobiernos, como también está probado.
Es escandaloso que la subasta de licitación de São Luiz do Tapajós haya sido marcada antes incluso de haber puesto en marcha el proceso de consulta a las comunidades afectadas. La consulta previa, libre y comunicada, está prevista en la convención 169 de la Organización Internacional del Trabajo. No se cumplió en Belo Monte, lo que provocó un gran daño a la imagen del país también en ámbito internacional. Al marcar la licitación, el gobierno del partido que se construyó teniendo como base los movimientos sociales demuestra que la implantación de la hidroeléctrica ya está decidida y que escuchar a las poblaciones es solo un formalismo. Solo existe una opción: o la subasta se suspende o, una vez más, Brasil violará todas las reglas y no habrá consulta previa.
Las intenciones se volvieron aún más explícitas cuando Dilma Rousseff acusó a Marina Silva, su principal adversaria en estas elecciones, el jueves 11 de septiembre, de haber provocado el retraso de las hidroeléctricas de Jirau y Santo Antonio, en el río Madeira, al demorar el proceso de concesión de licencias ambientales en la época en que era ministra de Medio Ambiente. El hecho de haber otorgado licencias a Jirau y Santo Antonio, otras dos plantas hidroeléctricas polémicas que vienen causando un serio déficit ambiental y humano, es una de las decepciones y motivo de desconfianza de parte de los movimientos ambientalistas y de derechos humanos con Marina Silva. Pero, aún más, Dilma Rousseff se siente cómoda criticando la inversión del tiempo necesario en el proceso de licencia ambiental de obras que afectan a la vida de millares de seres humanos; como siempre, los más desamparados.
En este simulacro de consulta nada previa para la instalación de São Luiz do Tapajós, solo los Munduruku van a ser oídos. Tal y como denunció la Fiscalía Federal, comunidades agroextractivistas y ribereñas no van a ser consultadas. “Ribereños y agroextractivistas son tan sujetos de derecho de la convención 169 como los indígenas, y deben tener derecho también a ser consultados de forma apropiada. Afirmar lo contrario es una vez más incidir en un discurso hegemónico, en el que los diferentes modos de vivir y relacionase con la selva no son considerados”, criticó el fiscal de la Repúbica Camões Boaventura. En la reunión de comienzos de septiembre para discutir el proceso de consulta había representantes de Montanha-Mangabal, pero el Gobierno quiso recalcar que estaban allí invitados por los indios.
Los indios, en mayor número y con mayor poder de presión, obtuvieron temporalmente el estatuto de “gente” en la práctica gubernamental. Los ribereños mantienen un no ser, escuchados. Al observar el actual momento histórico, el investigador Mauricio Torres dice: “El enemigo ya no es el pistolero del usurpador, que puede ser mirado a los ojos y enfrentado. Todos ahora se sienten impotentes ante la acción del Gobierno en beneficio de las hidroeléctricas. El enemigo ahora es mayor”.
Esta es la historia de Montanha-Mangabal. Tal vez el comienzo del fin de la historia.
Nota al pie: El día 16 de septiembre el Ministerio de Minas y Energía anunció que la subasta de la Hidroeléctrica de São Luiz do Tapajós, marcada para el 15 de diciembre, se pospone. Según la nota del Gobierno, el atraso se decidió con base en la “necesidad de adecuación de los estudios asociados al tema del componente indígena”.
*Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción: ‘Coluna Prestes – o Avesso da Lenda’, ‘A vida Que Ninguém Vê’, ‘O Olho da Rua’, ‘A Menina Quebrada’, ‘Meus Desacontecimentos’ y de la novela ‘Uma Duas’. Web: elianebrum.com; correo electrónico: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: @brumelianebrum
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