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DE MAR A MAR
Columna
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La mancha del petróleo

La víctima principal del escándalo provocado por las explosivas confesiones de Paulo Roberto Costa es el Partido de los Trabajadores

Carlos Pagni

Las explosivas confesiones de Paulo Roberto Costa potenciarán la aspiración de cambio que ya presidía el proceso electoral brasileño. El exdirector de Petrobras, que está entre rejas por una operación multimillonaria de lavado dinero, involucró a figuras principales del establishment político en un circuito de financiamiento negro organizado desde la empresa. Entre los acusados figuran el ministro de Minas y Energía, los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, gobernadores, y dirigentes del Partido de los Trabajadores (PT) de Dilma Rousseff y de fuerzas aliadas. Costa también mencionó al exgobernador de Pernambuco, el fallecido Eduardo Campos, símbolo de la carrera de Marina Silva, quien lo reemplazó como candidato presidencial del Partido Socialista Brasileño (PSB).

El escándalo toca un nervio muy sensible. Desde hace años la corrupción contamina la vida pública en Brasil. En 2005 el Gobierno de Lula da Silva soportó una crisis costosísima, conocida como mensalão, acusado de repartir sobornos o mensualidades entre los legisladores. Y a mediados del año pasado, una enorme protesta popular contra el despilfarro de los recursos del Estado convulsionó las principales ciudades del país. Ese movimiento parece haber llegado a las urnas con Silva, una ambientalista que se ofrece como alternativa a los partidos tradicionales, y amenaza con derrotar a la presidenta en un ballotage (segunda vuelta).

La víctima principal del escándalo es el Partido de los Trabajadores

Que Costa exhiba las entrañas de Petrobras agrega dramatismo a la tormenta. Los brasileños ven en esa empresa la quintaesencia de la nacionalidad. Creada en 1953 por el padre del Brasil moderno, Getulio Vargas, Petrobras es el mayor exportador, el mayor importador, el mayor inversor, el mayor anunciante, el mayor empleador y el mayor contratista del país.

Cada vez que el PT sintió un peligro electoral, se escudó detrás de Petrobras. En 2006, Lula acusó a su rival del PSDB, Geraldo Alckmin, de querer privatizarla —es de mayoría privada pero control estatal—. Rousseff recurrió a un argumento parecido para estigmatizar a su rival más peligrosa. El sábado, cuando las denuncias de Costa, publicadas por la revista Veja, electrizaban las redes sociales, la presidenta dedicó su publicidad a acusar a Silva de querer interrumpir, por un prurito ecologista, la explotación del pre-sal, el gigantesco yacimiento de aguas profundas de Petrobras. Silva contestó que “la que amenaza al pre-sal es la corrupción del PT”.

Poner el foco en Petrobras fue una decisión equivocada de Rousseff. Al vendaval que desencadenó Costa se lo esperaba desde hace dos semanas. No se puede predecir cómo esta mancha de petróleo cubrirá la discusión electoral. Para los candidatos es una pesadilla: nadie conoce las delaciones en su totalidad.

La víctima principal es el Gobierno. No sólo porque fue acusado el ministro de Minas y Energía. Rousseff la presidenta, conoce al arrepentido. Ella encabezó el consejo de administración de Petrobras como jefa de la Casa Civil de Lula. Una responsabilidad que la complicó también con la controvertida compra de una refinería en Pasadena, en 2006, que investiga la justicia.

El PSB aisló a Silva de la acusación contra Campos, encargando la defensa a Beto Albuquerque, el candidato a vicepresidente.

¿Aecio Neves, el candidato del PSDB, recuperará algo del capital perdido? Su partido no aparece salpicado. Y Neves denuncia la mala administración de la empresa desde antes del escándalo. “Debemos recuperar Petrobras para los brasileños liberándola del PT, que la usa en su propio beneficio”, repetía.

La bomba que Costa detonó corrobora la sensación de fin de ciclo. Ahora es más probable que Rousseff y Silva se enfrenten en segunda vuelta. Para la presidenta es un desafío inquietante. Hoy dispone de 12 minutos de publicidad contra dos de su rival. Para el ballotage los tiempos se equiparan. Y lo más grave: Rousseff no consigue mitigar el rechazo a su figura.

El plan publicitario del PT, que Costa frustró con sus revelaciones, era más ambicioso que una defensa de los recursos del subsuelo. Rousseff se presentó como la abanderada del interés nacional, identificado con el Estado, para arrinconar a Silva en el discurso pro-mercado del PSDB. La advertencia que subyace a ese mensaje ordena toda la campaña del Gobierno: el cambio amenaza las conquistas alcanzadas. Esa táctica no resolvió el principal problema de Rousseff: el malestar de una economía en recesión. La cara opuesta del fenómeno está en la Bolsa: desde que las encuestas insinúan el agotamiento del PT subió un 10% en dólares.

El Gobierno de Brasil está herido por una novedad que recorre la región: la bonanza internacional, que permitió la distribución de ingresos extraordinarios, comenzó a moderarse. En la última década los que ejercieron el poder parecían imbatibles. Hoy son vulnerables. También están en riesgo el Frente Amplio, en Uruguay, y el kirchnerismo, en la Argentina. La declinación viene siempre acompañada de escándalos de corrupción. Nada que sorprenda. Cuando escasean los recursos, las sociedades se vuelvan más sensibles a la ética.

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