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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Una carrera imparable de detenciones

LUZ GÓMEZ

Por más que siempre quepa esperar lo peor, la represión en Egipto no deja de superarse a sí misma. La judicatura es un poder desbocado desde que el golpe de Estado del pasado mes de julio repuso al viejo régimen, y la policía campea por las calles con una arrogancia desconocida en los más negros días de Hosni Mubarak. El sistema entero está volcado en acallar todo atisbo de oposición a la dictadura de Abdelfatá al Sisi, venga de donde venga, de islamistas o laicos, de periodistas, profesores, activistas o de cualquier ciudadano.

Lo sucedido este lunes con las aberrantes condenas a los periodistas de Al Yazira es sólo una gota más en el mar de la dictadura, significativa por la trascendencia local e internacional que tiene, pero una más. El propio fiscal general, Hisham Barakat, no ha tenido reparo en declarar, tras conocerse el fallo, que se trataba de “condenas disuasorias”. Raro es el día en que no hay una sentencia en que de un plumazo se condene a decenas de ciudadanos a muerte, a cadena perpetua o a cárceles de máxima seguridad, hasta el punto de que lo noticioso acaba siendo el baile de cifras: el sábado pasado, por ejemplo, no está claro si fueron 197 o 182 las sentencias a muerte en firme, entre ellas, y por segunda vez en la misma semana, la de Mohamed Badie, el guía supremo de los Hermanos Musulmanes.

El sistema está volcado en acallar todo atisbo de oposición a la dictadura de Abdelfatá al Sisi

A estas alturas resulta imposible escoger nombres de las víctimas de la represión, por más que Badie sea un icono. Hubo un tiempo en que los jóvenes revolucionarios del Movimiento 6 de abril (Ahmed Maher, Mohamed Adel o Ahmed Duma) o los líderes de los Hermanos Musulmanes (Jairat al Shater o Rashad al Bayumi) eran los símbolos de la oposición al golpe, pero la carrera imparable de detenciones no distingue entre filiaciones o sexos, y ha alcanzado a figuras como la socialista Mahienur el Masry y la defensora de los derechos humanos Yara Sallam, dos conocidas activistas encarceladas estas últimas semanas.

El número de presos políticos se desconoce: el Ministerio del Interior habla de 16.000 detenidos, las organizaciones de derechos humanos dicen que ronda los 41.000. Se suceden las informaciones sobre torturas y desapariciones, y salen a la luz prisiones militares secretas, como el complejo de Azuli, a punto de empequeñecer el macabro historial de la prisión de Tora.

En medio de esta huida hacia delante del poder militar, el fin de semana pasado el presidente exgeneral Al Sisi recibió al rey Abdalá de Arabia Saudí y luego al secretario de Estado, John Kerry: ambos le han prometido lo que más importa, ayuda económica. ¿A cambio de qué? Si bien es evidente que con el monarca saudí no va el asunto de las libertades fundamentales, los que todavía confiaban en la influencia estadounidense en la política egipcia han podido comprobar cómo el juego es más bien a la inversa: el régimen egipcio sabe vender caras a Estados Unidos las migajas de una estabilidad regional imposible.

Luz Gómez es profesora de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.

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