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Angela, de víctima de Kony a activista contra la violencia sexual

La ugandesa de 32 años es una de las supervivientes que participa en la cumbre de Londres

Angela Lakor Atim
Angela Lakor AtimWorld Vision

Angela Lakor Atim conoce bien el rostro del horror encarnado en esas cerca de 200 estudiantes nigerianas que permanecen secuestras desde hace dos meses por el grupo terrorista islamista Boko Haram. Ella tenía sólo 14 años cuando fue capturada junto a más de un centenar de alumnas de su escuela católica en el norte de Uganda por los milicianos del Ejército de Resistencia del Señor, liderados por el criminal de guerra Joseph Kony. Aquella noche de 1996 fue el inicio de una pesadilla de ocho años, en los que fue obligada a marchar hacia la base de esta guerrilla radical cristiana en el vecino Sudán y a convertirse en la esclava sexual de uno de sus mandos. No consiguió huir hasta 2004.

Angela es una de las supervivientes que ha acudido a la cumbre internacional de Londres contra la violencia sexual en los conflictos para relatar su historia y exigir justicia. Una justicia universal que castigue esos crímenes de lesa humanidad cometidos contra decenas de miles de mujeres y niñas en Uganda, en Sudán, en la República del Congo o en Bosnia, y que en la inmensa mayoría de los casos permanecen impunes. “Nuestra vida no puede seguir adelante si los responsables permanecen libres y repitiendo sus acciones”, ha clamado esta ugandesa de 32 años que hoy trabaja con la organización World Vision para brindar a las víctimas de violaciones el mismo apoyo psicológico que ella recibió de esta ONG. Porque al regresar a su pueblo, tras ese largo cautiverio marcado por las continuas agresiones sexuales, estaba sola.

“La gente no confiaba en nosotras, nos llamaban las niñas de los rebeldes” rememora sobre el rechazo y estigmatización que sufren las víctimas de la violencia sexual en sus propias comunidades y que también afecta a los hijos nacidos de las violaciones. La asistencia a largo plazo de los supervivientes –la mayoría mujeres y niñas, pero también niños y hombres- es uno de los focos de acción que recoge el primer protocolo internacional sobre la violencia sexual en conflicto, activado esta semana en el foro de Londres con el compromiso de investigar y documentar esos crímenes para sustentar la persecución de los perpetradores.

Angela Atim confía en que testimonios como el suyo contribuyan a dar visibilidad a esas agresiones masivas hasta ahora silenciadas. La noche en que los hombres de Kony, uno de los señores de la guerra africanos más buscado por sus atrocidades, irrumpieron en su colegio “nos escondimos bajo las camas pero destrozaron las ventanas y nos capturaron. Después de hacernos caminar muchas millas, nos alinearon e inspeccionaron”. Ella fue una de la treintena de niñas que se llevaron a Sudán, donde fueron forzadas a convertirse en “esposas” de los cabecillas. “Cuando fui secuestrada era virgen, nunca podré olvidar la primera vez que fui usada, violada, por un hombre mucho mayor”. La violación es un arma de guerra, de política y de poder utilizada masivamente en los conflictos de nuestro tiempo. Angela y sus compañeras fueron secuestradas siguiendo un diabólico plan de Kony: violarlas sistemáticamente y obligarlas a concebir con el objetivo de alumbrar una “nueva generación” para su clan. A diferencia de otras mujeres del campamento, ella nunca quedó embarazada.

Pero una década después de haber podido escapar finalmente de aquel calvario -durante el acoso del ejército gubernamental sudanés a la guerrilla- vive volcada en un proyecto para documentar la traumática experiencia de los niños que nacieron en su región como fruto de las agresiones sexuales. La víctima de ayer se erige hoy en testigo de cargo contra la impunidad.

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