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Un vicepresidente, un problema

Los segundos del Gobierno de Argentina han resultado un dolor de cabeza para sus superiores

Alejandro Rebossio
Amado Boudou, junto a la presidenta Cristina Fernández, en 2011. / Martin Acosta (Reuters)
Amado Boudou, junto a la presidenta Cristina Fernández, en 2011. / Martin Acosta (Reuters)

En las elecciones presidenciales, los argentinos votan en una misma papeleta una pareja formada por un candidato a jefe de Estado y otro a vicepresidente, aunque no suelen reparar en demasía en quién se presenta para este último cargo. El vice se limita a presidir el Senado y a suplantar a su superior en caso de viaje, enfermedad, renuncia o muerte, pero no tiene ningún papel preponderante en el Ejecutivo. Pese a esa aparente irrelevancia, los vicepresidentes argentinos han resultado un dolor de cabeza para varios de sus superiores. El último caso es el de Amado Boudou, que el lunes tuvo que comparecer ante la justicia por un presunto tráfico de influencias.

A diferencia de otros vicepresidentes, Boudou no le ha traído problemas a su jefa, en este caso Cristina Fernández de Kirchner, por diferencias políticas, sino por su supuesta corrupción. Hasta ahora, Fernández sigue sosteniendo a su número dos, que a su vez se ha mantenido fiel a la mandataria. La jefa de Estado lo había designado como candidato a la vicepresidencia en 2011 precisamente porque veía en su entonces ministro de Economía a una persona que no la iba a traicionar como sí lo había hecho Julio Cobos en su primer Gobierno (2007-2011).

Cristina Fernández sigue sosteniendo a su ‘número dos’, que se ha mantenido fiel a ella

Si Boudou, de 51 años, había sido un joven militante de derecha que abrazó el peronismo kirchnerista con fervor en la década pasada, Cobos era un radical (centrista) que, al igual que otros de su partido, se aliaron con el Gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007) con el argumento de que había recuperado a Argentina de su debacle política y socioeconómica. Se suponía que el dúo Fernández-Cobos haría una síntesis de los dos partidos tradicionales de Argentina, el peronista y el radical, pero a los siete meses de Gobierno, en 2008, Cobos votó en contra del aumento impositivo a la agricultura, impulsado por Fernández y que provocó meses de conflicto, manifestaciones, bloqueos de carreteras y desabastecimiento. Desde entonces, el kirchnerismo lo defenestró. Cobos no renunció, sino que se mantuvo en el acotado papel de vicepresidente. La Unión Cívica Radical (UCR) lo reincorporó como afiliado, pero no confió en él como candidato presidencial en 2011. Cobos debió reprimir sus ambiciones de dirigir Argentina, pero ahora las ha reflotado. Es uno de los cinco precandidatos para las primarias que en 2015 celebrará el centroizquierdista Frente Amplio Unen.

La caída en desgracia de un vicepresidente no es nueva en Argentina. Ya en 1958, Alejandro Gómez, que era radical como su entonces jefe, Arturo Frondizi, duró seis meses en el cargo. Dimitió por diferencias con su superior por la apertura de la educación y el petróleo al sector privado. En 1989, ganó las elecciones la fórmula peronista Carlos Menem-Eduardo Duhalde, pero el primero rompió con la tradición de su partido y optó por una receta económica liberal. Duhalde acabó postulándose a gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1991, ganó esos comicios, renunció al cargo de vicepresidente y poco a poco fue criticando más y más a Menem. En 1999, el radical Fernando de la Rúa fue candidato a presidente y el socialdemócrata Carlos Álvarez lo secundó. A los ochos meses, Álvarez renunció por la inacción de De la Rúa ante un caso de presunta corrupción en el que estaban implicados altos funcionarios.

En 2003, Kirchner llegó al poder acompañado de un peronista, Daniel Scioli, un corredor náutico metido en política por invitación de Menem. A poco de asumir el Gobierno, Scioli dijo que había que subir las tarifas de los servicios públicos, asunto de interés para Telefónica y Endesa, pero Kirchner aclaró que no lo haría ni aunque se lo pidiese el rey de España. Desde entonces Scioli pasó los cuatro años de Gobierno en el ostracismo, pero él aceptó ese papel y fue premiado en 2007 con la candidatura a gobernador bonaerense. Ahora Scioli es otro de los que aspiran a jefe de Estado en 2015.

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