El implacable ‘candidato’ Uribe
El popular expresidente azuza la oposición a Juan Manuel Santos y radicaliza el discurso de sus seguidores contra el proceso de paz
En la cuenta de Twitter del expresidente Álvaro Uribe, Colombia tiene un presidente castrochavista que ha vendido el país a la guerrilla y que financió su campaña de 2010 con el dinero del narcotráfico. Juan Manuel Santos, de 62 años, es el protagonista involuntario de buena parte de los 25.000 trinos, como llaman en Colombia a los mensajes de la red social, que ha escrito Uribe. Tienen este estilo: “Pte Santos feliz con las FARC e ignora niños bomba y aumento de la violencia”; “El mayor cartel de cocaína del mundo [según él, las FARC] se ha convertido en asesor político del presidente Santos”; “Pte Santos ha permitido crecer la drogadicción”.
Uribe, de 61 años, terminó su segundo mandato con un 75% de popularidad. Cuatro años después, es el político con mejor imagen del país, según un sondeo publicado el 15 de mayo por Cifras y Conceptos, y sigue presente en las elecciones. Tiene un considerable apoyo —en marzo logró dos millones de votos en las elecciones al Senado—, un movimiento a su nombre y un candidato presidencial: Óscar Iván Zuluaga, un grisáceo economista con fama de buen gestor de 55 años al que muchos, incluso uribistas, consideran una prolongación del expresidente. Tanto, que hasta en la propaganda electoral para promocionar a Zuluaga figura Uribe a su lado, con un sombrero como de hacendado mirando a un horizonte que señala su heredero político.
Hace dos semanas, Zuluaga despegó en las encuestas con gran rapidez hasta colocarse a la altura de Santos, que partía con una fuerte ventaja. El ascenso coincidió con la polarización entre los dos aspirantes mejor situados en las encuestas sobre el diálogo con las FARC, el proceso al que Santos ha apostado su carrera y toda la elección y que, de concluir con éxito, transformaría a Colombia. La única fuerza política que se opone —porque plantearía unas condiciones que lo abortarían— es el uribismo, y lo hace de un modo feroz. La animadversión entre los rivales ha derivado en una guerra sucia de acusaciones de espionaje y de financiación ilegal que ha desvirtuado la campaña y descabalgado a los otros tres candidatos.
“Santos es un traidor”, afirma muy enfática Julia Escallón, abogada y candidata no electa a la Cámara por el Centro Democrático, el partido fundado por Uribe hace un año para desligarse de Santos. Lleva una camiseta con el logo de Zuluaga (Una Z como la de El Zorro), joyas y un pañuelo de estampado de leopardo. Su frase es recurrente en el uribismo, y se refiere a la antigua alianza política de Santos y Uribe, cuando el primero era ministro de Defensa y el segundo presidente. Juntos asestaron los golpes militares más duros a la guerrilla, y cuando Uribe no se pudo volver a presentar a un tercer mandato porque se lo vetó el Constitucional, Santos se convirtió en su heredero.
Pero enseguida se vio que Santos tenía un proyecto político propio. Restableció la relación, tras cinco años de crisis, con la vecina Venezuela, entonces gobernada por Hugo Chávez, y nombró ministros a varios opositores de Uribe. Cuando en noviembre de 2012 Santos inició las conversaciones de paz con las FARC, la fractura fue total, y desde entonces se ha radicalizado la inquina entre antiguos aliados y entre los seguidores de uno y otro. “La única paz que yo conozco es la de Uribe. Con él volvimos a salir a pasear, a ver nuestro país, porque estábamos secuestrados”, asegura Escallón, que participa en política por vez primera para defender esa idea.
Enzarzados en una guerra retórica con Santos, los uribistas insisten en caracterizar al presidente —pura élite bogotana, sobrino nieto de presidente, de una familia rica, educado en EE UU y Reino Unido— como castrochavista. “Los desprevenidos no se dan cuenta de que estamos a un paso de Venezuela”, afirma un simpatizante. Similar comparación plantea el jefe de debate —de campaña— de Zuluaga, Francisco Pacho Santos, primo hermano del archienemigo de su temperamental y admirado líder Uribe, al que alaba por ser dueño de “un liderazgo natural muy caudillo” con el que se identifica. Con él fue vicepresidente, y trató de ser su candidato presidencial, pero el elegido fue Zuluaga; algo que, admite, le dolió.
Acaba de ir a la sede del partido, donde ha sido aclamado por dos docenas de personas, voluntarios del partido preparados para repartir propaganda. El Santos uribista se sube a una silla de plástico y grita: “¡No nos van a ganar con trampas [los de la campaña de su primo]! ¡Vamos a devolverles la seguridad [a los colombianos]!”. Todos se quieren hacer fotos con él, le llaman “¡doctor, doctor!” o “¡vicepresidente!”, igual que a Zuluaga lo aclaman en la sede de la campaña. Dice que no tiene relación con su primo presidente desde octubre de 2010, lo acusa de haber querido “estigmatizar y arrinconar” al uribismo y de emplear para ello a la fiscalía: “A mí me da miedo, se parece a la venezolana, que va contra la oposición”. En su opinión, también el temor es el que inspira el ascenso en las encuestas de Zuluaga como candidato presidencial. La receta es el uribismo: “Cuando la gente teme por el futuro, vota por la firmeza y el carácter. No saben qué pasa con el proceso de paz y a Santos no le creen”, analiza.
Un desgaste del presidente al que, admiten en la propia campaña de Santos, ha contribuido la música apocalíptica que trino a trino, implacable, continúa tocando Álvaro Uribe.
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