Nuevo asalto al poder en Libia
Si la apuesta de Hifter tiene éxito, Libia podría encarar la senda de una paulatina estabilidad
En un escenario tan caótico como el libio resulta muy aventurado interpretar la singularidad de cada uno de los innumerables actos violentos que se registran a diario. Aún así, cabe considerar que la iniciativa militar del general Khalifa Hifter es de un orden superior a lo que viene ocurriendo desde octubre de 2011. En el transcurso de la pasada semana la potente milicia liderada por este antiguo opositor a Gadafi ha lanzado simultáneamente un ataque directo en Bengasi contra la milicia de perfil islamista conocida como Mártires del 17 de Febrero y el grupo yihadista Ansar al Sharia, y contra el parlamento nacional en Trípoli (donde se encontraban reunidos los diputados con la tarea de confirmar al nuevo primer ministro, Ahmed Miitig).
En la situación actual no hay ninguna autoridad efectiva al mando, con capacidad para gestionar la economía
Presentado por algunos como un golpe de Estado (cuando en realidad no hay más que una ficción estatal instalada en Trípoli) y como una acción frustrada (cuando no se conocen todavía los resultados del doble choque armado), es posible interpretarlo en una clave distinta. Por una parte, interesa destacar que el peso del islamismo radical y del yihadismo no ha hecho más que aumentar desde la desaparición de la Yamahiriya gadafista, a partir sobre todo del impulso de los grupos rebeldes originarios de la Cirenaica, donde esas corrientes han encontrado mayor respaldo durante estas últimas décadas. Y ese proceso es contestado por parte de los más de seis millones de libios.
Por otra, el peligro de que se materialice la fractura irreversible del país —con Tripolitania y Cirenaica no solo viviendo de espaldas, sino enfrascadas en una confrontación histórica que ahora vuelve a aflorar cuando los líderes rebeldes del este pretenden consolidar su poder en la capital— lleva a algunos actores locales (con apoyos externos más o menos reconocidos) a emplear la bandera de la unidad nacional como banderín de enganche para frenar por vía militar esa amenaza.
Este es el intento más ambicioso para poner fin a la situación actual, tratando, de un solo golpe, de eliminar al islamismo político de la escena nacional
En la situación actual no hay ninguna autoridad efectiva al mando, con capacidad para gestionar la economía (véase la debacle que supone el descontrol en la producción petrolífera, con menos de 0,3millones de barriles diarios, frente a los 1,5 de hace tan solo tres años) y mucho menos para someter a las innumerables milicias todavía activas (en abierto desafío a la orden general de desarme emitida hace ya más de un año) o para garantizar la seguridad de sus habitantes.
Si la apuesta de Hifter tiene éxito, Libia podría encarar con alguna confianza la senda de una paulatina estabilidad (que no cabe confundir necesariamente con democracia)
En este contexto la apuesta de Hifter no es una escaramuza episódica más que sumar a un interminable rosario de hechos violentos que parecen conducir inevitablemente al caos absoluto. Por el contrario, cabe interpretarla como el intento más ambicioso para poner fin a la situación actual, tratando, de un solo golpe, de eliminar al islamismo político de la escena nacional (Miitig, empresario reconvertido en presidente del parlamento, solo ha podido llegar hasta aquí con el respaldo explícito de los Hermanos Musulmanes locales) y desmantelar al Congreso Nacional General, consolidando un poder en Trípoli que sea visto como un interlocutor válido (no solo en el interior sino también para los gobiernos y potenciales inversores extranjeros). Hifter ha contado con el apoyo material de unidades de las fuerzas armadas libias, lo que muestra, como mínimo, una división interna entre los que siguen alineados con el débil gobierno actual y quienes desean un golpe de fuerza para evitar, si aún se puede, la caída en el abismo. Además, también ha recibido el apoyo directo de las poderosas brigadas de Zentan (bereberes de las montañas occidentales), tanto Al Qaqa como Sawaaq. Si a eso se le suma el hecho de que Hifter es un reconocido actor de la política libia, asociado con la CIA estadounidense ya desde finales de los años ochenta del pasado siglo, cuando se encargó de poner en pie una milicia antigadafista con base en la zona fronteriza con Chad, podemos concluir que no está precisamente solo en esta aventura bélica. Tampoco por casualidad Washington acaba de desplegar unos doscientos marines en Sicilia, por si es necesario intervenir en la zona.
Si la apuesta de Hifter tiene éxito, Libia podría encarar con alguna confianza la senda de una paulatina estabilidad (que no cabe confundir necesariamente con democracia). Pero si no logra resultados inmediatos puede agravar aún más las disensiones internas entre los actores políticos y los militares que hoy siguen dominados por la idea de “sálvese quien pueda”.
Jesús A. Núñez Villaverde es el codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)
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