Nueva York no quiere olvidar
La ciudad de los rascacielos se dispone a inaugurar el Museo de los atentados del 11-S
El derrumbe de las Torres Gemelas sigue muy presente entre los más de 2.000 millones de personas que en cualquier parte del mundo presenciaron el atentado terrorista contra el World Trade Center. A cuatro meses de que se cumplan 13 años desde el evento, la ciudad de Nueva York da un paso clave para tapar el gran vacío que quedó a la vista en la Zona Cero tras retirarse los escombros, con la inauguración del Museo de la Memoria del 11-S.
Para los neoyorquinos que vivieron el 11-S y las personas que perdieron un ser querido, será más un lugar de peregrinación que un museo. Para el que lo vivió desde la distancia, será una oportunidad para estar más cerca de lo que vio por televisión. En los dos casos, pretende ser un punto para la reflexión. Está a la vez concebido para adaptarse a los acontecimientos actuales, para que los que nazcan hoy entiendan qué pasó ese día a través de la vida de los que murieron y los que salieron en su auxilio y explicarles las consecuencias.
El pabellón que da entrada al museo está situado entre las dos cascadas artificiales en el espacio que ocupaban las Torres Gemelas, junto a la estación diseñada por el Santiago Calatrava. Es una estructura de aluminio y cristal obra del noruego Snoetta. Las dos muestras de las que consta transcurren bajo las dos cascadas en el parque memorial, a unos 20 metros bajo tierra, equivalente a bajar unas siete plantas. La plaza hace de techo y el granito que da sustento a los altos edificios de Manhattan de suelo.
Ahí comienza el descenso. La luz del pabellón principal se va dejando atrás conforme se avanza hacia la oscuridad de la profundidad. Todo se va presentando poco a poco, para el que visitante vaya acostumbrándose al espacio y pueda situarse. El primer resto con el que se encuentra el visitante es un doble tridente de acero oxidado, un elemento estructural que daba sustento de la fachada en la Torre Norte. En la muestra hay otra columna que tejía el exterior del rascacielos, completamente retorcida por la fuerza del impacto de uno de los dos aviones usados como proyectil.
Desde la rampa ya se puede ver la dimensión del museo, de unos diez mil metros cuadrados, y emergen algunos los objetos que fueron recuperados de entre los escombros, como un enorme trozo de la antena que hacía de mástil en la Torre Norte. El muro de contención que protegía el complejo del río Hudson hace de pared. Entre la escalera mecánica y la que se puede subir a pie está colocada la que sirvió a los servicios de emergencia y residentes para escapar.
El espacio es por su naturaleza confuso, por eso se intentan desde el primer momento orientar al visitante recurriendo a su experiencia de la tragedia. Los grandes elementos, como una ambulancia o los dos camiones del servicio de bomberos, son los que más imponen. Pero es imaginar las historias personales que hay detrás de los artefactos más pequeños, como las alas que llevaba en la solapa de su chaqueta una azafata del vuelo 11 de American Airlines, los que más impactan.
En el suelo puede verse también la base de las columnas que dieron soporte a los dos rascacielos. Tras 10 años de trabajo y discusiones, todavía sigue predominando el debate sobre si el museo va a ser más un monumento a los fallecidos o una atracción turística. Durante seis días estará abierto las 24 horas a los familiares de las víctimas y los que vivieron directamente los atentados. El 21 abrirá al público, a un precio de 24 dólares. Los martes por la tarde será gratis.
Todo lo que había en las Torres Gemelas quedó comprimido tras el colapso. Algunos objetos pudieron ser recuperados durante la excavación. Los cientos que están en las muestras, dejan claro los responsables, no contienen ningún resto humano que se sepa. Se estudió todo hasta el último detalle antes de poder mostrarlos. El único sitio que no podrá visitarse es donde yacen los restos sin identificar de las víctimas, otra de las decisiones del proyecto que creó grandes diferencias entre las familias. Paola Berry perdió ese día a su marido. Cree que el Museo ayudará tolerar el vacío.
Al llegar al fondo el visitante tiene dos opciones. La muestra bajo la cascada sur pretende recordar a las 2.983 personas que fallecieron el 11-S y en el primer ataque al garaje en 1993, recurriendo a objetos personales, fotografías y comentarios de sus seres queridos. La muestra en la norte cuenta la historia de ese trágico día y lo que sigue sucediendo tras los eventos. Esta bifurcación es otro reflejo de la emotividad y la polémica que rodeó desde el inicio a este proyecto. Como explica Tom Hennes, responsable del diseño de la muestra, se trata ahora de abrir el espacio la Zona Cero tras el derrumbe.
Como explican los responsables del proyecto, el reto ante la enorme importancia histórica y simbolismo del evento era encontrar un equilibrio entre la experiencia individual y colectiva. Para ello, el trabajo de composición se basó en cuatro principios: memoria, autenticidad, escala y emoción. Y aunque se concentra en lo que pasó en Nueva York, también hay espacios para conmemorar las pérdidas en el Pentágono y Pensilvania. Además, trata de mirar al futuro, para que se vaya adaptando. Será como un archivo que se va actualizando cada día.
La caverna es quizás el lugar más simbólico. Allí se erige la Última Columna, de unos 11 metros, repleta de fotos y mensajes de los que participaron en el rescate. Durante toda la muestra, diseñada por el equipo de Steven Davis, se pretende crear la sensación de enorme vacío que se sintió el 12 de septiembre de 2001, el día después de los atentados. El sonido está muy presente en todo el recorrido. La muestra concluye con una proyección titulada The Rise of Al Qaeda. “Hemos intentado que sea la experiencia más sensible, respetuosa e informativa posible para el visitante”, afirma Davis.
Como indicó el exalcalde Michael Bloomberg, presidente del Museo Memorial, el espacio “cuenta la angustiosa historia de una pérdida inimaginable” pero a la vez relata historias de coraje y compasión que deben servir de inspiración al visitante. Y el mensaje que se pretende lanzar a los familiares de las víctimas y a las futuras generaciones, añadió, es que “nunca se olvidará” a las personas que se perdió ni las lecciones que aprendimos ese trágico día.
Joe Daniels, responsable del Museo Memorial, insistió durante la presentación en la importancia de que se vea la instalación como un lugar de reflexión. “Este Museo expresará lo que aquellos que nos atacaron no entendieron, que los vínculos que nos unen se refuerzan de la manera más extraordinaria cuando nos enfrentamos a las circunstancias menos imaginables”, expresó. El objetivo, como indica la directora del centro Alice Greenwald, es “poder inspirar y cambiar la manera en la que la gente ve el mundo”.
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