La Iglesia guatemalteca celebra las canonizaciones de los papas
El gran reto de las autoridades católicas locales es parar la sangría de fieles que salen de sus instituciones
La Iglesia católica guatemalteca, que de ser la confesión mayoritaria en el país hasta bien avanzado el siglo XX ha pasado a ser víctima de una sangría de fieles hacia sectas neopentecostales sin precedentes en hispanoamérica, ha aprovechado la canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II para intentar recuperar el terreno perdido.
Y lo ha hecho en un terreno que domina a la perfección: la organización de actos masivos donde predominan los sentimientos, y cuya cúspide fue una misa de acción de gracias celebrada este domingo en la Plaza Mayor capitalina a la que asistieron, según los organizadores, unas 75.000 personas, cifra que un portavoz del ayuntamiento reduce a 55.000. Esta concentración tuvo sus réplicas en algunas capitales de provincia y ciudades importantes del país.
Pocos católicos ‘de a pie’, recuerdan el Concilio Vaticano II y desconocen la personalidad del ahora san Juan XXIII, pero es evidente que la celebración de los sacramentos en lenguas vernáculas ayuda a la feligresía a comprender en parte los ritos de su credo.
No ocurre lo mismo con Juan Pablo II, el único Papa que ha visitado Guatemala, y lo hizo en tres ocasiones. En la última, ya muy mermado por la enfermedad, vino para canonizar al hermano Pedro de Betancourt, de origen canario, conocido como ‘el santo de Guatemala’, muy venerado en este país. Este gesto hace que Karol Wojtyla goce de un cariño inmenso por parte de la feligresía.
La masiva concentración vino a ser como una bocanada de aire fresco para la Iglesia de este país, donde la confesión romana a perdido en los últimos 18 años a un 22% de sus fieles, según el último informe de Corporación Latinobarómetro, con sede en Santiago de Chile.
Todo un fenómeno sociológico. Se estima –no hay estadísticas confiables– que el número de confesiones, las popularmente conocidas como ‘iglesias de garaje’, supera las 40.000 a nivel nacional, muchas de ellas manejadas por un pastor con algún carisma pero escasa formación, o hasta por charlatanes que operan absolutamente al margen de las iglesias evangélicas serias, empeñadas en la superación constante de sus ministros.
La guerra civil vivida en Guatemala entre 1960 y 1996, cuando el Ejército identificó la Teología de la Liberación con el marxismo y asesinó a decenas de catequistas, agudizó el fenómeno del transfuguismo religioso. Por puro instinto de supervivencia, miles de indígenas del altiplano emigraron hacia las ‘iglesias de los gringos’, que les permitían seguir postrándose ante su Dios, sin temor a ser eliminados por los uniformados.
No fue un fenómeno aislado. El presidente norteamericano Ronald Reagan, que veía comunistas hasta en el café, encargó a Nelson Rockefeller un estudio a nivel continental sobre el fenómeno de la infiltración marxista en el catolicismo.
Entre las conclusiones de la conocida como Comisión Rockefeller se señalaba que el hispanoamericano, por su doble componente racial y cultural, era profundamente religioso y que por su escasa formación, confundía la voluntad de Dios con la palabra del cura. Conocido esto, los líderes marxistas de la región sacaban provecho para infiltrarse y expandir su doctrina, lo que ponía en alto riesgo la estabilidad del subcontinente.
Así las cosas, los miembros de la Comisión Rockefeller, sabedores de que “solo se destruye lo que se sustituye”. recomendaron inundar al continente de iglesias de inspiración neopentecostal, afines a los intereses de Washington. El dinero del Departamento de Estado hizo el resto.
Cuando a lo anterior sumamos posturas intransigentes de la Iglesia católica, como exigir el celibato de sus sacerdotes o negar los sacramentos a los divorciados, se explica que cada vez haya más templos sin cura, o que miles de católicos con nuevas parejas encuentren comprensión en otras confesiones. Sin olvidar la picardía del guatemalteco de a pie, que cambia de iglesia en función de intereses más mundanos, como acceso a clínicas médicas o dentales a precios simbólicos, uno de los anzuelos con que los modernos ‘pescadores de hombres’ norteamericanos operan en Guatemala.
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