La reforma energética abre grietas en los partidos de la coalición alemana
El proyecto estrella del nuevo Gobierno choca con los barones regionales
En algo más de 100 días, a la gran coalición que gobierna Alemania le ha dado tiempo a esbozar un salario mínimo que debería entrar en vigor en 2015, a que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo sobre las condiciones en las que los hijos de inmigrantes podrán optar a la doble nacionalidad o a diseñar medidas contra la subida del precio de los alquileres.
Estos planes, a los que aún queda un largo camino hasta convertirse en leyes, no han impedido que las encuestas dibujen un panorama de ciudadanos poco entusiasmados ante la tercera versión consecutiva de un Gobierno encabezado por Angela Merkel. Pero la alianza de democristianos y socialdemócratas se enfrenta a una amenaza mucho mayor que el aburrimiento de los alemanes: la indignación de importantes líderes regionales ante una reforma energética impulsada por sus propios partidos en Berlín.
Ante las críticas generalizadas, Merkel y Sigmar Gabriel —líder socialdemócrata, vicecanciller, ministro de Economía y, sobre todo, responsable de la reforma— se vieron obligados a convocar el martes en Berlín a los 16 primeros ministros de los Estados federados para apaciguar los ánimos. El debate venía caldeado por la amenaza de insurrección que algunos de ellos habían insinuado. La jefa de Gobierno de Turingia, la democristiana Christine Lieberknecht, había avisado antes del encuentro de que el proyecto de ley sobre energías renovables no puede “bajo ningún concepto” aprobarse tal y como está previsto.
Los cuchillos han corrido en los últimos días en todas las direcciones. Los socialcristianos de Baviera, partido hermanado con el de Merkel, han ido un paso más allá aireando día sí día no abiertamente las críticas de algunos de sus líderes más destacados, incluido el presidente del partido y primer ministro de Baviera, Horst Seehofer.
Los socialdemócratas de Gabriel tampoco se libran del fuego amigo. El propio portavoz de la canciller reconoció el lunes pasado que la reunión no podría solucionar todas las dificultades que están sobre la mesa.
En esta batalla no importan tanto las siglas de los protagonistas como su procedencia regional. La batalla norte-sur está servida. Las críticas de los länder se unen, además, a las de los representantes de la industria, que consideran que la norma pone en peligro 900.000 puestos de trabajo por su intención de obligar a las empresas que generan su propia electricidad a aportar fondos con los que subvencionar a las renovables.
La norma pretende encontrar la cuadratura del círculo al reducir los subsidios para las energías renovables y, al mismo tiempo, impulsar estas fuentes como alternativa a la nuclear, que tras la catástrofe de Fukushima recibió en Alemania su condena de muerte. El Gobierno federal considera que el recorte de las primas a las renovables es un requisito indispensable para rebajar los altos precios que familias y empresas alemanas pagan por la energía, y que lastran la eficiencia del país. Pero algunos Estados ya han dejado claro que no piensan aceptar esa tijera que quiere sacar Gabriel.
“La reforma energética obedece a la voluntad política de aumentar la protección del clima y acabar con la dependencia de la [energía] nuclear, pero esta norma es muy polémica y conlleva muchos riesgos”, resume Marcel Fratzscher, presidente del think-tank berlinés DIW. “Las peleas a las que estamos asistiendo muestran los distintos objetivos e intereses que tienen los Estados y el Gobierno federal. No está claro aún quién saldrá victorioso”, añade Lutz Mez, investigador del Centro para la Política Medioambiental de la Universidad Libre de Berlín.
Para complicar aún más la ecuación, la anexión de Crimea por parte de Rusia ha dado argumentos en contra y a favor a los pronucleares y los defensores de las renovables. La propia Merkel sacó a relucir el tema la semana pasada. Tras el conflicto en Ucrania “habrá una nueva reflexión sobre la política energética”, dijo la líder alemana. Acto seguido, Merkel habló de la “gran dependencia” que sufre la UE del gas y petróleo ruso.
La líder democristiana hablaba de Europa en su conjunto, e incluso aseguró que Alemania, que importa de Moscú un tercio del gas que consume, está muy lejos de ser de los países más dependientes. Había pasado muy poco tiempo cuando el ministro Gabriel contradijo a la jefa de Gobierno al decir que no existe ninguna alternativa “sensata” a la importación de gas ruso.
Algunos analistas señalan que con estas palabras, Merkel solo quería mostrar lo correcto de la apuesta alemana por las renovables. Este es otro más de los rompecabezas que Merkel y Gabriel —ambos exministros de Medio Ambiente— deberán resolver en los próximos años si quieren pasar a la historia como las personas que resolvieron el sudoku energético alemán.
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