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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mirando más allá de Crimea

La OTAN no tiene la voluntad política para implicarse a ultranza en la defensa de un país que no supone un interés vital

Llegados a este punto ya hay quien escucha los tambores de guerra que anuncian un inminente choque frontal entre la OTAN y Rusia. En el terreno, sin embargo, ni una ni otra están moviendo sus maquinarias militares en esa línea. Eso no quiere decir que vayan a asistir impertérritas a una crisis que les afecta de manera muy directa, pero ninguna quiere dejarse arrastrar a una aventura bélica para la que, por diferentes motivos, no están preparadas.

Por parte de la Alianza Atlántica lo único visible —y solo porque Washington así lo ha decidido— es el despliegue avanzado de apenas una docena de cazas desde Italia a Polonia y la realización de unas (mini)maniobras navales en el mar Negro con buques búlgaros (1), rumanos (3) y estadounidenses (1). En términos militares, eso ni va a inquietar a Moscú, ni va a tranquilizar a los vecinos de Rusia sobre las garantías de seguridad aliada. En el marco de una Alianza que sigue detrayendo medios dedicados a la defensa colectiva, no existe hoy voluntad política para implicarse a ultranza en la defensa de un país que no supone un interés vital para sus principales miembros.

Lo que cabe esperar a corto plazo es, en consecuencia, poco más que “enseñar la bandera” por las cercanías de Rusia. Eso no quita que más adelante se apueste por reforzar las capacidades militares de los países de primera línea, con programas de asistencia técnica y suministro de material militar. Incluso —aunque más improbable en medio de una crisis económica para la que todavía no se adivina el final— podría suponer un cambio de tendencia para cumplir el compromiso adquirido en 2002 de dedicar al menos un 2% del PIB a la defensa de cada uno de los 28 miembros de la OTAN. Es bien sabido que hoy son absoluta minoría los que llegan a ese nivel y no parece que las opiniones públicas (sobre todo en la Unión Europea) apoyen esa medida. Tampoco cabe esperar un despliegue de armas nucleares (ni tácticas ni estratégicas) en territorio de esos nuevos aliados sobre los que Rusia mantiene una vigilancia tan próxima, aunque no cabe descartar que en algún momento se decida estacionar permanentemente en ellos unidades aliadas.

Por su parte, a Rusia le basta de momento con consolidar sus posiciones en Crimea, bloqueando la posibilidad de respuesta militar ucrania y disuadiendo a cualquier actor externo de implicarse en una crisis en la que Moscú tiene muchas más cartas en su poder (y mucha más determinación política para usarlas). La irrelevancia de las fuerzas armadas ucranias  —de poco le sirve ahora lamentar su renuncia al arsenal nuclear en 1994, aunque lo ocurrido quiebra absolutamente la confianza en la palabra dada entonces por Washington y Londres y puede excitar la proliferación nuclear de otros- permite a Moscú asegurar su control, con los 25.000 efectivos allí desplegados, y dedicarse a activar otros frentes—. Así, por ejemplo, puede acelerar la petición de integración en Rusia de Transnistria (en Moldavia), así como la que fácilmente podría estimular en Abjasia y Osetia del Sur (en Georgia). En la misma línea, mantiene una notable influencia en comunidades prorrusas en la propia Ucrania y hasta en los países bálticos. Tampoco cejará en su intención de seguir debilitando al actual gobierno ucranio, con la pretensión de seguir teniendo al menos un pie en un país que estará, por mucho tiempo, obligado a mirar hacia Moscú. Más lejos aún, mantiene una significativa influencia tanto en Irán como en Siria, bazas que no dudará en emplear para frenar posibles represalias económicas (y militares si fuera necesario) de Washington y sus aliados europeos.

Aún así, la situación es tan delicada que cualquier gota —como más soldados ucranios muertos a manos rusas— puede desencadenar una secuencia de acción y reacción que eche abajo todos los planes de escalada controlada que Moscú está desarrollando. Si nada de eso ocurre y Moscú logra mantener el control sobre Ucrania, el golpe de credibilidad para la OTAN puede ser irreparable. Y, por el contrario, el golpe de autoridad de Putin (en una violación tan flagrante del mismo derecho internacional que otros transgredieron antes en Irak y en Kosovo) puede resultar definitivo para asentar su poder y la imagen de Rusia como renovada potencia global (aunque sus pies sean de barro).

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Jesús A. Núñez Villaverde – Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)

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