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Los insurgentes de Al Anbar extienden su desafío a otras provincias de Irak

El ISIL ha matado a un centenar de personas en los últimos días y tomado una ciudad

Ángeles Espinosa
Varios hombres armados caminan por una calle de Faluya el día 10.
Varios hombres armados caminan por una calle de Faluya el día 10. AHMED JALIL (EFE)

El cerco de las fuerzas de seguridad iraquíes a Faluya y Ramadi aún no ha logrado la rendición de los insurgentes islamistas que tomaron esas ciudades a finales del pasado diciembre. A pesar de la colaboración de una parte de las tribus locales y de los frecuentes bombardeos, esos radicales suníes no solo mantienen sus posiciones sino que están extendiendo su desafío a otras provincias vecinas y acercándose peligrosamente a Mosul, la tercera ciudad de Irak donde existe un frágil equilibrio étnico-religioso. Solo este lunes mataron a 49 personas en diversos atentados en Bagdad y alrededores.

Aunque hay varios grupos que se oponen al Gobierno del primer ministro Nuri al Maliki y explotan el sentimiento de marginación de la población local, lleva la voz cantante el Estado Islámico en Irak y el Levante (ISIL), una rama de Al Qaeda formada con la fusión de sus franquicias en Irak y Siria. Desde que Al Maliki lanzara hace diez días un ultimátum para que salgan de Faluya, los insurgentes han tomado Suleyman Beg (una localidad de la provincia de Saladino, que los kurdos transcriben como Suleyman Pek), matado a 16 soldados tras una emboscada en Ain al-Jahash (30 kilómetros al sur de Mosul), y asaltado una cárcel en esa última ciudad, que es la capital de Nínive. Además, prosiguen su campaña de atentados en la capital y otras ciudades, con al menos un centenar de muertos.

“Sabemos que son del ISIL por las banderas negras que ondean”, declaró a Reuters Talib Mohamed, el alcalde de Suleyman Beg, después de que varios vehículos con hombres armados irrumpieran en su localidad en la madrugada del jueves pasado. El alcalde y otros funcionarios se parapetaron en el Ayuntamiento, desde donde pedían ayuda al Gobierno central. Pero los refuerzos enviados desde Bagdad, con apoyo de helicópteros, aún no han logrado recuperar todo el casco urbano.

Del mismo modo, las fuerzas gubernamentales llevan siete semanas intentando sin éxito desalojar a ese grupo de Faluya y parte de Ramadi, las dos principales ciudades de Al Anbar. Aunque el Ejército ha intensificado en los últimos días el cañoneo de Faluya y los medios locales han recogido testimonios de enfrentamientos en las afueras de esa ciudad, situada a apenas 70 kilómetros de la capital, el ultimátum dado por el gobernador provincial concluyó el pasado fin de semana sin que haya signos de un inminente asalto terrestre.

“No van a hacerlo porque el coste de meter soldados en la ciudad sería demasiado alto y estamos en precampaña electoral”, estimaba un analista iraquí desde el anonimato.

Se refería no solo a las previsibles víctimas, sino a la lectura sectaria que tendría la operación. La población de Al Anbar es suní, en tanto que la tropa refleja la mayoría chií del país. De ahí que el Gobierno esté intentando que sean las tribus locales las que organicen milicias (Sahwa, o Despertar) que se encarguen de enfrentarse a sus correligionarios, mientras los soldados les prestan apoyo desde el exterior.

El vice primer ministro Husein Shahristani explicó el miércoles pasado que la estrategia de los militares es aislar a los insurgentes y esperar a que se les acabe la munición, mientras se responde al llamamiento de la ONU para que se permita el acceso de alimentos y medicinas. Sin embargo, las noticias de que los milicianos Sahwa se habían rendido cuando el ISIL se presentó este martes en las localidades de Albu Sha'aban y Albu Dhiyab no eran muy alentadoras.

“Debido a la presión que los terroristas están sufriendo en Al Anbar, muchos se han escapado hacia Mosul y las provincias de Saladino y Diyala, ya que son más seguras para ellos”, ha declarado el diputado Yuma Ibrahim, que es miembro del comité de seguridad del Parlamento. “Es también una forma de distraer a las fuerzas de seguridad”.

Tal vez, pero Suleyman Beg, en la principal carretera entre Bagdad y la región autónoma de Kurdistán, supone una escalada. Situada a apenas 75 kilómetros de la disputada (y étnicamente explosiva) Kirkuk, se trata de una población árabe suní que cuenta entre sus 25.000 habitante con sendas pequeñas comunidades turcomana y kurda. De hecho, es la segunda vez que los rebeldes intentan conquistarla, pero en abril del año pasado las fuerzas de seguridad les echaron en horas. Ahora la situación es distinta.

No solo mantienen un tenso compás de espera en Al Anbar, sino que a diario reciben noticias de fuerte impacto psicológico como la emboscada que el 11 de febrero sufrió en Ain al Jahash una unidad que protegía el oleoducto que saca el petróleo hacia Turquía. Aunque nadie se responsabilizó de la matanza, el proceder encaja con el brutal estilo que se ha convertido en la imagen de marca del ISIL. De acuerdo con el relato oficial, decapitaron a cinco soldados, mataron a tiros a diez y colgaron a otro de una pared, donde le torturaron hasta la muerte.

Son acciones como esas las que dan pie al Gobierno para insistir en que está librando una batalla sin cuartel contra los terroristas. Sus portavoces desestiman las quejas de la comunidad árabe suní, cuya marginación política constituye el caldo de cultivo en el que los extremistas del ISIL y otros grupos recaban apoyos locales. Ayer mismo, el primer ministro volvió a defender su campaña antiterrorista.

“No hay una discriminación contra los suníes. La principal razón para la violencia es el terrorismo sectario y la interferencia extranjera”, aseguraba a esta corresponsal Abd Abbas Hamud Shayad, diputado por el Estado de la Ley de Al Maliki, durante una reciente visita a Bagdad. En su opinión, y en la del Gobierno, “la única solución es la fuerza”.

Pero el ISIL no se está limitando a realizar atentados, sino que ha desarrollado vías de financiación. Según el analista Aymenn Jawas al Tamimi, en Mosul, cuya población es una mezcla de árabes suníes, asirios, kurdos, turcomanos, armenios y sabeos, “funciona como una mafia extorsionando millones de dólares cada mes a los negocios locales”. Esos fondos, junto con una abundante mano de obra, le permiten los frecuentes ataques coordinados. Mientras la atención internacional está centrada en el cerco a Faluya, Al Tamimi asegura que el grupo lleva a cabo un centenar de operaciones al mes solo en Nínive.

Sus actividades en esa provincia llamaron la atención hace dos semanas cuando hombres armados con morteros atacaron la prisión de Badush, en Mosul. Las autoridades se limitaron a constatar que se habían producido 6 muertos y 14 heridos, sin informar de cuántos presuntos terroristas habían escapado. Sin embargo, desde el asalto a la cárcel de Abu Ghraib el pasado julio, el ISIL utiliza esa táctica para engrosar sus filas y que, según The New York Times, también fomenta la insurgencia en Siria.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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