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Columna
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Obama en bajamar

El presidente ve su papel político como el de un nadador de relevos en un río plagado de rápidos

Francisco G. Basterra

El reloj de la salida de la presidencia de Obama ya está contando. En noviembre se renovará el Congreso y los republicanos, que ya controlan la Cámara de Representantes, intentarán el asalto al Senado. La ventana de oportunidad para lograr grandes objetivos políticos se cerrará en el otoño y el presidente, aunque aun le resten dos años más en la Casa Blanca, se convertirá en lo que se conoce como un lame duck, un pato cojo, y el foco apuntará a Hillary Clinton y a su posible lucha por la presidencia en 2016. A estas alturas, la expectativa suscitada por Barack Obama, la romántica idea de inaugurar una era post partidaria logrando la reconciliación nacional, ha sido pulverizada por la realidad.

Los presidentes toman conciencia de lo difícil que será concluir lo que aun no han logrado. Comienzan a preguntarse cómo les tratará y por qué les recordará la historia. Kennedy reconoció pronto que el presidente propone y el Congreso dispone; fue su sucesor Lyndon Johnson quien remató las intenciones de JFK sobre los derechos civiles y sacó adelante la sanidad para pobres y ancianos, la Gran Sociedad, de la que se cumplen 50 años.

Obama reitera que Estados Unidos es un país de leyes y que no hay atajos ni en la lucha contra el terrorismo ni en el pandemónium de Oriente Próximo. Aunque sigue abierto Guantánamo, espía a sus aliados y sus drones perpetran ejecuciones extra judiciales. El presidente ha resuelto utilizar decretos presidenciales para saltarse a un Congreso que patológicamente rechaza sus propuestas.

Obama ha escogido a su mejor biógrafo, el periodista David Remnick, para reflexionar sobre los límites de su poder, su idea del mundo y de Estados Unidos, y sus ya reducidas ambiciones. En una larga crónica de 32 folios, Going the distance, que firma Remnick en The New Yorker, Obama cuenta que en la Casa Blanca se siente encerrado en una burbuja. Ve su papel político como el de un nadador de relevos en un río plagado de rápidos. Su relato se encoge y reduce su aspiración a acertar con el párrafo que le ha tocado escribir en la historia.

Admite el presidente que es improbable que logre grandes éxitos legislativos, con la posible excepción de una ley sobre inmigración. Cree Obama que tiene menos de un 50% de probabilidades de lograr un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes, resolver la cuestión nuclear con Irán o la guerra civil de Siria. Considera que lo máximo que podría lograr es un nuevo equilibrio geopolítico menos turbulento que el actual. Admite que el viejo orden ya no es sostenible, pero ignora lo que viene después.Obama medirá su presidencia por el grado de éxito en el proceso de reconstruir la clase media y revertir la tendencia hacia la dualidad económica de la sociedad.

Obama no es, sin embargo, un ingeniero social: “El presidente de los Estados Unidos no puede rehacer nuestra sociedad y eso es probablemente una gran cosa, no probablemente, con seguridad lo es.”

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