La gran apuesta de Al Sisi en Egipto
El recién nombrado mariscal acaricia el poder tras mantenese al margen en la revolución contra Mubarak
Un viejo aforismo en Oriente Medio sostiene que el grado de libertad de un país es inversamente proporcional a la presencia en sus calles y comercios de fotografías de su líder. Aplicada a Egipto, la omnipresente efigie del ministro de Defensa, Abdelfattá al Sisi, augura que su esperada presidencia administrará el país con mano de hierro. De hecho, en la prensa ya abunda el calificativo de "nuevo faraón" para referirse al líder militar, sobre todo después de su ascensión el lunes de esta semana al rango de mariscal, el más alto en el escalafón del Ejército egipcio.
La fulgurante ascensión de Al Sisi a la distinguida categoría de prócer de la patria se debe a su decisión el pasado 3 de julio de derrocar al islamista Mohamed Morsi —primer presidente electo democráticamente en las urnas— después de unas multitudinarias manifestaciones exigiendo su dimisión. Unos meses antes del golpe de Estado, Al Sisi era un desconocido general al que el propio Morsi ascendió al frente del Ministerio de Defensa para desembarazarse de la vieja guardia de las Fuerzas Armadas a la que atribuía una marcada hostilidad hacia los Hermanos Musulmanes, su movimiento político.
Desde entonces, Al Sisi ha demostrado un afinado instinto político y una ambición atroz, manifestada en unos recurrentes sueños premonitorios que tiene desde hace décadas. Filtrados al diario al Masry al Youm, en uno de ellos, conversaba con el difunto rais Anuar el Sadat: "Me dijo que yo sería presidente, y le respondí que ya lo sabía".
No obstante, la versión oficial es que el flamante mariscal se ha visto empujado a la presidencia por mandato popular. Eso solicitaron los miles de personas que se congregaron en la plaza Tahrir el sábado de la semana pasada, y lo mismo habrían hecho varios millones más firmando una petición. “El Ejército entero apoya la candidatura presidencial de Al Sisi. No podría ser de otra forma. Eso es lo que quiere el pueblo, y el Ejército es parte integral del pueblo egipcio”, explica a EL PAIS Mahmud Khalaf, instructor en la prestigiosa Academia Militar Náser.
Nacido en 1954 en el humilde barrio cairota de Al Gamaliya, Al Sisi parecía predestinado a regentar el negocio de su padre, propietario de una tienda en el turístico zoco de Jan al Jalili. Pero su vida dio un giro radical cuando consiguió entrar en una prestigiosa academia militar. A sus 59 años, Al Sisi pertenece a una generación de oficiales sin experiencia en combate, pues durante la última guerra contra Israel, en 1973, aún estaba formándose. Ahora bien, esto no impidió que ascendiera rápidamente en la jerarquía militar hasta convertirse en el miembro más joven de la Junta Militar que tuteló la transición después de la caída del exdictador Mubarak hace tres años.
Uno de los rasgos de Al Sisi más destacados en la prensa es su devoción religiosa. Cada día se levanta a las cinco de la madrugada para efectuar el primer rezo diario del Islam. Su esposa, a diferencia de las primeras damas durante las presidencias de Náser y Sadat, lleva siempre el hijab o velo islámico en sus apariciones públicas. Además, sus discursos están trufados de referencias religiosas. Precisamente, fue su condición de persona pía la que llevó a Morsi a nombrarlo al frente de Defensa.
Aunque Al Sisi aún no ha manifestado su deseo de concurrir a las próximas elecciones presidenciales, previstas para abril, todos los comentaristas políticos lo dan por hecho. Sobre todo después del comunicado del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas en el que apoyaba su candidatura. El resto de posibles aspirantes están pendientes de sus movimientos para tomar una decisión final. Algunos, como Ahmed Shafiq, derrotado en la segunda vuelta de los últimos comicios por Morsi, ya han anunciado que solo se presentarán si el mariscal no lo hace.
También EE UU tiene un ojo puesto en Al Sisi, a pesar de que la portavoz del Departamento de Estado se negara a realizar cualquier declaración respecto al proceso electoral. Tras ser visto en Egipto como el principal aliado del gobierno de Morsi en Occidente antes de su caída, Washington anda con pies de plomo para no ser acusado de injerirse en los asuntos internos
“Para la Administración estadounidense habría sido más conveniente tener un candidato civil, pues le habría permitido mantener la retórica sobre un proceso de transición”, sostiene Michele Dunne, analista del think tank Carnegie Endowment. No obstante, la relación entre el secretario de Defensa, Chuck Hagel, y Al Sisi, que recibió formación militar en EEUU, es muy fluida. Ambos conversan por teléfono a menudo.
El hecho de que el presidente interino, Adli Mansur, haya avanzado las elecciones presidenciales a las legislativas reforzará los poderes del nuevo rais, pues le facilitará forjar un nuevo Parlamento más dócil, dominado por sus aliados. No obstante, algunos analistas discrepan de la aparición de un nuevo faraón. “El país está en una situación muy delicada, sobre todo económicamente. Dudo que el próximo presidente pueda satisfacer las expectativas de las masas. Más pronto que tarde su popularidad se erosionará, y las protestas crecerán”, augura el analista egipcio Georges Fahmi. De momento, más que en relanzar la economía, el Gobierno tutelado por los militares asienta su popularidad en su promesa de acabar con el terrorismo, lo que justifica la eventual presidencia de un militar.
Con su apoyo expreso a Al Sisi, la cúpula del Ejército ha vuelto a situar a la institución en primera línea política, una posición que fue abandonando durante la era Mubarak a medida que el exdictador promocionaba a su hijo como sucesor, y crecía la influencia de una camarilla de magnates. La decisión contrasta con la lección que parecía haber extraído la Junta Militar después de su tumultuoso Gobierno al inicio de la transición: mejor mantener al Ejército alejado de los vaivenes de la política. “¿Qué pasará con el prestigio de la Fuerzas Armadas si Al Sisi fracasa?”, se preguntaba recientemente el político nasserista Hamdin Sabahi. La apuesta de Al Sisi es a doble o nada.
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