La resistencia de los obispos mexicanos ante el papa Francisco
La Iglesia mexicana debe superar inercias frente a los nuevos ordenamientos de renovación que envía Francisco
Mientras el papa Francisco cubría su agenda en Brasil en medio de millones de jóvenes, el cardenal mexicano Norberto Rivera Carrera, muy confortable, degustaba costosos vinos en el pueblo gallego de Avión, España. Mientras el Papa demandaba en Río de Janeiro a los obispos latinoamericanos abandonar la “psicología de príncipes” y avocarse a la tarea pastoral con el pueblo, el prelado mexicano jugaba dominó y compartía manjares con grandes magnates como Carlos Slim, Olegario Vázquez Raña, Miguel Alemán y el acaudalado español, Amancio Ortega. Así lo atestiguaron las fotos mostradas por la revista Proceso. Peor aún, el cardenal Rivera semanas antes en la misa cuaresmal había planteado a su clero, que “el papa quiere que nos comprometamos con los más pobres. ¿Se trata de una revolución? No… (tampoco) se trata de asumir poses y menos aún de fingimientos, sino de vivir con amor, sencillez y autenticidad”. Este ejemplo discordante, entre muchos otros, muestra que la Iglesia mexicana debe superar inercias frente a los nuevos ordenamientos de renovación que envía Francisco. Estas inercias van más allá del uso de autos lujosos, anillos y ostentaciones de esas que les encanta hacer gala a algunos miembros encumbrados de la jerarquía católica, hay que decirlo: existen obispos opulentos. El problema es más de fondo y apunta a la identidad religiosa de la Iglesia, en la que existe actualmente una fuerte tensión entre la misión y la institución.
La sorpresiva e inesperada presencia del papa Francisco en la conducción de la Iglesia católica en 2013 ha consignado numerosas novedades para una institución en crisis, fracturada al más alto nivel de su conducción en Roma y fuertemente desacreditada por los escándalos de pederastia que minaron su capital moral a nivel planetario. La irrupción de Bergoglio ha aportado una cierta reconciliación con los medios a nivel mundial, esto ha atemperado la presión mundial que pesaba sobre la Iglesia. Pero Francisco representa, de manera especial, una esperanza de reformas profundas en la vida y la práctica de la fe de la Iglesia. En el fondo, Bergoglio no está haciendo más que retomar las orientaciones del Concilio Vaticano II que fueron soterradas por los dos últimos pontificados. La “revolución pastoral” de Francisco es a final de cuentas una provocación a la capacidad de la Iglesia de dialogar con mayor franqueza y profundidad con la cultura contemporánea. Sin embargo, tiene una importante limitación: son cambios que vienen de arriba hacia abajo. Enfrenta inercias, identidades cosificadas y conductas viciadas de una Iglesia encapsulada en su historia y su doctrina como refugio. Francisco enfrenta actitudes de una Iglesia clericalmente imperial, renuente a cambios. Dicho de otra manera, si las propuestas de Francisco, ampliamente difundidas por los medios, no se operan en el terreno de las Iglesias locales de nada servirán. Por ello, es importante a casi un año de su pontificado repasar cómo está incidiendo el conjunto de propuestas, ofertas y nuevo estado de ánimo que presenta el Papa argentino en las Iglesias locales y qué tipo de recepción están haciendo no solo los episcopados, sino el conjunto de la estructura local que incluye a religiosos y a laicos.
En el caso de la Iglesia mexicana, en especial de los obispos, se percibe que la intrusión de Francisco ha provocado una sacudida y hasta agitación a un gastado discurso de condenas y confrontaciones de la moral social. La oferta de Francisco pone en evidencia la incapacidad de los obispos mexicanos para hacer propias las propuestas de renovación que con entusiasmo ha puesto el Papa sobre la mesa. El discurso, y sobre todo la actitud, que Francisco ha venido aportando convulsiona la postura intransigente de las cabezas más visibles del episcopado mexicano. Qué notable diferencia de posturas, del “maricones” con el que hace muy poco el cardenal y anterior arzobispo de Guadalajara, Juan Sandoval, calificaba a los homosexuales, con todo el desprecio cultural de una porción machista de la sociedad mexicana, al “Quién soy yo para juzgar” del papa Francisco. Esta imagen de prepotencia excluyente y dolosa del hosco cardenal de Guadalajara contrasta con la apertura y delicadeza con la que aborda el pontífice jesuita el mismo tema sin apartarse de la doctrina tradicional.
Tampoco el perfil de los obispos mexicanos ayuda mucho. La mayor parte fueron elegidos para ser sumisos y obedientes a las instrucciones de Roma, ¿cómo pedirles ahora que sean protagonistas? El libro “De la brecha al abismo. Los obispos católicos ante la feligresía en México”, trabajo colectivo y de investigación coordinado por Evelyn Aldaz, muestra los principales rasgos de los obispos mexicanos, que son: a) haber entrado al seminario casi niños; b) una formación eclesiástica clerical mediocre, muy pocos obispos poseen una formación en alguna universidad secular y c) el perfil general del episcopado no es pastoral, más bien está orientado hacia cuestiones administrativas y de vínculos políticos. Fruto de una exhaustiva investigación hemerográfica, ese libro muestra también que el principal interlocutor de los obispos es el Estado, es decir, el poder político y económico. El episcopado viene arrastrando una inercia de empirismo político desde las reformas constitucionales de 1991, año del reconocimiento jurídico ante el Estado. Tanto sus reivindicaciones, demandas y agenda son determinadas ante el Estado y los poderes fácticos, no ante la sociedad. Pocas veces los obispos han intentado movilizar a su feligresía porque su capacidad de convocatoria como recurso de presión social es limitada.
La mayor resistencia a los cambios que pide Francisco es que los obispos mexicanos sigan haciendo lo mismo. No todos los obispos quedan a la expectativa, Felipe Arizmendi de Chiapas renueva sus aspiraciones por la ordenación de diáconos indígenas y Raúl Vera, de Saltillo, al norte del país, tiene mayores espacios de maniobra pues se coloca como el prelado más cercano en planteamientos y práctica a Francisco. Pero la tónica general es de letargo y de una cierta displicencia.
El nuncio Christophe Pierre, quien después de seis años se ha convertido en un polo de poder, en la última conferencia general de los obispos en noviembre de 2013 reconoce retrasos en la conversión pastoral que propone el Papa y centra su reflexión en la figura del obispo, con afirmaciones fuertes que pueden ser leídas como severos cuestionamientos a los estilos de vida de muchos obispos, leamos solo algunas expresiones: “El estilo de servicio del obispo al rebaño debería –dice el papa Francisco-, caracterizarse por la humildad, y también por la austeridad y la esencialidad. Por favor. No seamos hombres con la 'psicología de príncipes'. Hombres ambiciosos, que son esposos de esta Iglesia, pero viven en espera de otra más bella o más rica. ¡Esto es un escándalo!.. ¿Existe un 'adulterio espiritual'? No sé, piénselo ustedes. El anuncio de la fe pide conformar la vida con lo que se enseña. Es una pregunta para hacernos cada día: ¿lo que vivo corresponde con lo que enseño?... Todos -¡todos, no solo algunos!-, estamos llamados a ser pobres, a despojarnos de nosotros mismos; y por esto debemos aprender a estar con los pobres, compartir con quien carece de lo necesario, tocar la carne de Cristo. El cristiano no es uno que se llena la boca con los pobres, ¡no! Es uno que les encuentra, que les mira a los ojos, que les toca.”
Los obispos parecen tener temor de cuestionar al gobierno, de romper con sus aliados en el poder, y se han mantenido tibios ante fenómenos como la violencia, la migración, la trata, el respeto a los derechos humanos, Michoacán, etcétera. Ni siquiera han sido firmes con las bajas propias que la Iglesia ha padecido en los últimos años. De acuerdo con el Centro Católico Multimedial durante los últimos 18 años han sido asesinados en el país 24 sacerdotes, siendo el sexenio de Felipe Calderón (2000-2006) el más peligroso para ejercer la vocación religiosa, pues ocurrieron 12 ejecuciones de presbíteros. Pocos saben que después de ser periodista, en este país ser sacerdote es altamente peligroso.
Recientemente fue presentada una investigación sobre las creencias de los mexicanos. La empresa Ipsos Bimsa fue la responsable de ejecutar la megaencuesta con fecha de levantamiento del 24 de agosto al 26 de septiembre de 2013 y que fue patrocinada por el Instituto de Doctrina Social de la Iglesia (INDOSOC), que es una agrupación de católicos que goza de toda la confianza de los obispos que desde hace varios años utiliza las encuestas y estudios para situar la fe de los mexicanos y apoyar a la jerarquía en sus decisiones. Los resultados son contrastantes pues se coloca a la Iglesia como una de las instituciones más confiables del país. Y dentro de ella, las religiosas son las mejores evaluadas y los obispos los peores; solo el 19% de los encuestados aprueba que la Iglesia influya en políticas públicas y solo el 20% aprueba que la Iglesia se exprese o incida en la política. Y 20 % de los encuestados no quiso opinar sobre el aporte social de la Iglesia, mientras que el 28 % de plano consideró que no existe ningún aporte.
La jerarquía mexicana está desconcertada ante las propuestas de reformas que hace el papa Francisco. No sabe qué hacer. Reina cierta pasividad y su silencio estructural indica que teme a los cambios. Algunos obispos están expectantes, otros, no coinciden con Francisco pero tampoco hacen pública su disconformidad. Todos de “dientes para afuera” celebran con sigilo y superficialidad el nuevo discurso del Papa, sin embargo, las inercias se imponen. A diferencia de Brasil, es preocupante la pasividad de los obispos, pues México es el segundo país con el mayor número de católicos en el mundo. La parálisis no puede durar. El escenario invita a que laicos, organizaciones sociales de inspiración católica, sacerdotes y congregaciones religiosas históricas en el país irrumpan y saquen del letargo a su jerarquía paralizada.
Bernardo Barranco V. es sociólogo y especialista en religión.
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