Las críticas de Gates refuerzan las dudas sobre la política exterior de Obama
El exsecretario de Defensa acusa a la Casa Blanca de poner sus intereses políticos por delante de los de la nación
Discutido por el desconcierto de su política en Oriente Próximo y la debilidad de su liderazgo internacional, Barack Obama ha sido ahora puesto contra la pared por quien fue uno de sus más estrechos colaboradores, el exsecretario de Defensa Robert Gates, que ha criticado abiertamente la forma en que el presidente ha manejado la guerra de Afganistán y la tendencia constante de la Casa Blanca a colocar sus intereses políticos por delante de las necesidades nacionales.
En un libro de memorias recién publicado, Gates afirma que Obama “nunca confío en sus jefes militares” en Afganistán, “nunca creyó en su propia estrategia ni consideró que esa guerra fuera suya”. “Su única preocupación era salirse”, asegura.
Esa denuncia forma parte de un análisis en el que el exsecretario de Defensa describe una Administración interesada únicamente en buscar los beneficios políticos del presidente, volcada obsesivamente en la conducción directa de los más mínimos detalles y desconfiada con los mandos militares y todos los que no formaran parte del círculo íntimo. Especialmente duro es el juicio del vicepresidente, Joe Biden, a quien Gates acusa de haberse equivocado “en casi todas las decisiones de política exterior y de seguridad que ha tomado en las últimas cuatro décadas”.
Las declaraciones de Gates han tenido gran impacto por lo infrecuente de que un jefe del Pentágono critique al comandante en jefe de las fuerzas armadas y por su fama de hombre independiente y respetado. Fueron esas cualidades las que tuvo en cuenta Obama cuando lo incluyó en su primer equipo de Gobierno en el mismo cargo que había ocupado con George W. Bush, a quien Gates también había criticado por su política exterior.
Pero, pese a toda a la credibilidad de la fuente, las opiniones de Gates no hubiesen alcanzado tal dimensión si no llegaran en un momento en que parecen corresponderse con la realidad de los hechos. La aparición de unas memorias críticas suele ser un precio que hay que pagar por hacer política en EE UU, donde es sabido que muchos de los que hoy participan en discusiones secretas de alto nivel, revelarán todos los detalles en un libro cuando abandonen su posición en el Gobierno.
Esas son las reglas de la política norteamericana y todos se someten a ellas con más o menos reservas. El daño mayor que las memorias de Gates representan para Obama es que el exsecretario de Defensa habla en un momento en que probablemente muchos otros en Washington comparten su opinión.
Es posible incluso que si la popularidad de Obama fuera del 60% y su reconocimiento como líder internacional universalmente reconocido, el contenido y el tono de las memorias de Gates hubiera sido diferente. Gates, por ejemplo, solo tiene palabras de elogio y admiración para Hillary Clinton, una figura en alza con la que se cuenta como próxima candidata a la presidencia.
Pero lo cierto es que las memorias de Gates llegan cuando la popularidad del presidente apenas se sostiene por encima del 40% y una serie de reveses en Oriente Próximo han venido a demostrar la grave pérdida de influencia de EE UU en esa región vital para su seguridad.
Obama no es directamente responsable del caos en Egipto, de la evolución trágica de la guerra civil en Siria, de la reaparición de Al Qaeda en Irak, del conflicto en Sudán del Sur o del rebrote de la violencia en Líbano. Pero queda una enorme duda de si no podría haber hecho mucho más, o al menos algo diferente, en todos esos casos. En lo que concierne a Afganistán, donde se centran las críticas de Gates, a estas alturas parece poco discutible que Obama, en efecto, ha perdido toda esperanza de dejar un país amigo y estable cuando las tropas estadounidenses se retiren a final de este año.
La Administración norteamericana, mientras tanto, sigue obsesivamente implicada en la reanudación del diálogo entre palestinos e israelíes, sin grandes perspectivas de que eso se encamine hacia un final positivo. Y, sobre todo, ha hecho la gran apuesta de las negociaciones con Irán para intentar controlar su programa nuclear y convertir a ese viejo enemigo en un país con el tratar y colaborar.
Incluso este último objetivo, que de prosperar podría compensar otras equivocaciones, tiene el inconveniente de que ha desatado la ira de Arabia Saudí y, como consecuencia, ha modificado bruscamente el equilibrio en Oriente Próximo.
Gates reconoce algunos méritos de Obama, como su valentía en la decisión de atacar el recinto en el que se encontraba Osama bin Laden, pero con estas memorias el reputado político republicano ha emitido una sentencia adversa sobre la política exterior del presidente que, de momento, ha sido acogida como justa e imparcial.
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