_
_
_
_

El héroe del sombrero vaquero del maratón de Boston

Carlos Arredondo, el hombre que ayudó a salvar una víctima del atentado tiene su propia historia de tragedia y pérdidas

Yolanda Monge
Carlos Arredondo asiste a Jeff Bauman tras ser herido en el atentado de Boston.
Carlos Arredondo asiste a Jeff Bauman tras ser herido en el atentado de Boston.Bloomberg

El rostro del hombre del sombrero vaquero me resultaba conocido. Tras las primeras horas de caos, cuando la imagen comenzó a expandirse por las redes sociales y los medios de comunicación y ya se le llamaba héroe anónimo, cuando hubo un pequeño respiro en la narración de la barbarie que acababa de volar el maratón de Boston para poder pensar dónde le había visto antes me acordé. Conocí a Carlos Arredondo en Crawford (Texas), a finales de agosto de 2005.

Entonces, su mirada ya estaba afectada por la tragedia y a ratos se perdía vagabundeando en el dolor del recuerdo de su hijo muerto a los 20 años en Irak un año antes por fuego enemigo. Arredondo me relataba su triste historia mientras colocaba las botas del marine caido frente a una pequeña cruz blanca. Al lado de esa cruz había otra; y otra; y otra más… cientos de cruces con los nombres de algunos de los soldados muertos en la guerra de Bush se extendían por una pradera agostada que parecía no tener fin.

Las heridas de Arredondo no eran solo psicológicas. Su cuerpo tenía las marcas dejadas por las quemaduras que sufrió en más de un 20% de su piel después de que en un ataque de locura –hay quien dice que fue un intento de acabar con su vida- destrozase con un martillo la furgoneta de los marines que le informaron de la muerte de su hijo para después rociarla –y a él mismo- con gasolina y prenderle fuego.

Con un activismo surgido por la inmensa fuerza de la pérdida de un hijo joven en una guerra inicida con mentiras, Arredondo se sumó a la cruzada iniciada contra George W. Bush por una mujer en sus mismas circunstancias. Cindy Sheehan estaba llamada a convertirse en la Rosa Parks del movimiento pacifista de 2005 hasta que el huracán Katrina barrió del mapa mediático su lucha por la retirada de las tropas de Irak.

Aquel verano, Sheehan acampó a las puertas del rancho tejano de Bush preguntándole con pancartas al presidente cuántos hijos más tenían que sacrificarse –como el suyo- antes de que se pusiera fin a la sangría iraquí. Arredondo se sentía acompañado entre las mujeres de CodePink contra la guerra, el grupo de Sheehan -Gold Star Families for Peace- y la voz inconfundible de Joan Baez que les incitaba a seguir luchando.

El tiempo pasó y con su paso llegaron nuevas tragedias para la vida de este inmigrante costarricense que en 2006 se convertía en ciudadano de Estados Unidos. El 19 de diciembre de 2011, cinco días antes de la noche que conduce a la Navidad, el otro hijo de Arredondo se quitaba la vida a los 24 años tras una larga batalla perdida contra la depresión.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete
Carlos Arredondo y Jeff Bauman, en un partido de béisbol en Costa Rica.
Carlos Arredondo y Jeff Bauman, en un partido de béisbol en Costa Rica.

Arredondo no ha abandonado nunca la lucha porque la memoria de su hijo y de otros veteranos de guerra siga viva. De hecho, el día que los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev sembraban de pánico con dos mochilas repletas de explosivos el día grande de Boston, Arredondo, 53 años, asistía al maratón para animar a miembros de la Guardia Nacional que corrían en recuerdo de soldados caidos en las guerras de Estados Unidos, incluido uno que lo hacía en nombre de Alex, su hijo.

También animaba en la carrera a una organización de apoyo que ayuda a prevenir suicidios. Y por supuesto entregaba banderas estadounidenses, como esa con la que luego le fotografiaron, aunque esta última ya estaba manchada de sangre.

Pasaban las tres menos diez de la tarde del 15 de abril en la costa Este de EEUU cuando una gran explosión, seguida de fuego y una inmensa nube de humo le situó en el centro de una nueva tragedia. Arredondó relató después que, de repente, la gente que veía sonreir y saludar, desapareció. Entonces llegó la segunda explosión y el horror fue ya total.

Sus dos hijos, Alex y Brian, estuvieron entonces más presentes que nunca en su cabeza que no entendía lo que estaba pasando. “Me acordé de mi hijo y todos sus compañeros muertos por los explosivos en Irak”, explicaba este hombre, con las fotos de sus hijos muertos prendidas en su camiseta. Tras presignarse –Arredondo es católico-, se metió literalmente en el epicentro de la matanza y comenzó a consolar a las víctimas. Su sombrero cubriendo su cabeza. Entonces vio a un joven que intentaba moverse, con las piernas sesgadas de rodillas para abajo.

Arredondo no paraba de decirle que todo iba a estar bien mientras ejercía presión sobre sus heridas y le practicaba un precario torniquete. Antes tuvo que apagar las llamas que todavían ardían en la camiseta del joven Jeff Bauman como consecuencia de la explosión.

Junto con otras personas, Arredondo logró sentar a Bauman en una silla de ruedas y no paró de correr hasta que lo depositó en una ambulancia rumbo al hospital, donde le libraron de una muerte certera si no le hubieran asistido pronto. Ambos hombres han seguido en contacto. Tanto que Arredondo viajó invitado el pasado mes de noviembre con Bauman a Costa Rica, como éste había prometido que haría por el héroe -nunca más anónimo- que le salvó la vida.

 

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_