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Kalpona Akter, la sindicalista más carismática de Bangladesh

Con 12 años esta mujer ya era ayudante de costurera El colapso de un edificio textil mató en abril a 1.130 personas, e hirió a 1.537 en Bangladesh En junio habló ante la junta de accionistas de Walmart en defensa de las trabajadoras del textil

Naiara Galarraga Gortázar
La sindicalista Kalpona Akter, en un café de Dacca.
La sindicalista Kalpona Akter, en un café de Dacca.N. G.

Kalpona Akter tiene carisma. Una vez la conoces o le escuchas es difícil olvidarla. Esta sindicalista de Bangladesh combina los métodos más rudimentarios con los más sofisticados y globales con un único fin: seguridad en los talleres textiles -que coser para las grandes marcas internacionales deje de ser un oficio de riesgo--, sueldos decentes y sindicatos que les puedan defender ante los patrones. Akter --36 años, decidida, expresiva, valiente-- sabía muy bien de lo que hablaba cuando el 7 de junio tomó la palabra en la junta de accionistas de Walmart ante 14.000 inversores. “Con todo respeto, los días de promesas vacías se han acabado”.

A los 12 años tuvo que abandonar la escuela y convertirse en ayudante de costurera para llevar dinero a casa. “Tenía callos en las manos de cortar los hilos sobrantes”. Para los 18 ya había liderado una huelga y había sido despedida. Por el camino aprendió que ella y sus compañeros tenían derechos. Y se propuso reivindicarlos. Akter cuenta su historia mientras tomamos un café en Dacca una mañana de junio. Habla en un inglés impecable salpicado de guiños y coletillas que aprendió por su cuenta.

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El desastre del Rana Plaza – el colapso de un edificio el 24 de abril que mató a 1.130 personas, e hirió a otras 1.537 personas-- le pilló al otro lado del mundo, en Estados Unidos dando charlas sobre las lamentables condiciones laborales en las fábricas textiles bangladeshíes. De haber estado en Bangladesh, la directora ejecutiva del Bangladesh Center for Worker Solidarity hubiera actuado como tantas veces. Como actuó meses antes, en noviembre de 2012, cuando un incendio en la fábrica Tazreen mató a más de un centenar de empleados. Presentarse en el lugar del desastre: “Estaba lleno de cadáveres por el suelo, sangre, chancletas, podría ver que habían intentado huir. Buscamos la ropa, busqué unas tijeras y corté las etiquetas. Allí estaban Walmart, Sears, Pizz Italia, Infinity... Saqué fotos. Y esa tarde se lo mandé a mis socios europeos y americanos en la CCC (Clean Clothes Campaign, la campaña ropa limpia).

Llamar a su hermano, también sindicalista, para montarse con él en la moto, colarse en el lugar de la tragedia y recoger las máximas pruebas con unas tijeras y una cámara --eso que suena tan rudimentario-- es la parte esencial de su trabajo como sindicalista.

Ser sindicalista en Bangladesh es peligroso. Los empresarios del textil y las autoridades los consideran una amenaza al boyante negocio que ha convertido al país en el segundo que más ropa exporta del mundo (tras China). Activistas como Akter o Babul Akhter -su primer profesor de inglés y de leyes-- han sido acosados, sus teléfonos pinchados, detenidos y encarcelados. Otro de sus compañeros de lucha, Aminul Islam, fue asesinado en abril de 2012 en un episodio aún sin aclarar.

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Akter sabe que tan importante como recoger las pruebas es que los consumidores occidentales conozcan las penurias de quien cose su ropa. Y que los empresarios estadounidenses y europeos para los que trabajan -que conocen las condiciones laborales en el país con e salario más bajo del mundo-- oigan sus reivindicaciones de primera mano. Por eso fue tan importante subir a aquel escenario en Bentonville Arkansas y aprovechar los tres minutos que un accionista de Walmart le había cedido. La sindicalista apeló directamente a la familia Walton, propietarios del gigante minorista. Arreglar las fábricas para que sean seguras les costaría una pequeña parte de su fortuna. “Les imploro que nos ayuden. Tienen el poder de hacerlo fácilmente. Costaría dos décimas partes de los beneficios del año pasado. Y solo el 1% de los dividendos cobrados por los herederos Walton”.

Esta primogénita de una madre peleona, divorciada y que adora a sus sobrinos recalca que algunas cosas han mejorado –ya nadie trabaja 30 días seguidos, 11o 14 días aún sí; hoy tienen fines de semanas que yo no tenia, el abuso sexual y verbal han disminuido-- pero otras han empeorado. “Lo que ganan es lo mismo que yo ganaba porque el coste de la vida ha subido”.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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