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Literatura
Tribuna
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Tomás González: “Me resulta imposible escribir de espaldas a la naturaleza”

El escritor colombiano recibe el premio Iberoamericano de narrativa Manuel Rojas. Escribe estas palabras que su editora lee en la ceremonia en Santiago de Chile

Tomás González

“Cuando mi hermana Rosario me llamó para felicitarme por el premio Iberoamericano de narrativa Manuel Rojas comentó sobre lo prestigioso que era y la calidad de los escritores que hasta hoy lo habían recibido. Y agregó: «El premio es importante, cierto, pero lo que más me ha emocionado es que haya venido de Chile. Por algún motivo yo mantengo una esquinita dedicada a Chile en mi corazón».

Igual me ocurre a mí. Y mi afecto por Chile se debe en gran parte a la imagen amable del presidente Salvador Allende, quien encarnó con su dignidad lo mejor de esta criatura muchas veces violenta y destructiva que somos, y se debe también, mi cariño y mi agradecimiento, a sus narradores, Neruda, Nicanor Parra, Donoso, Manuel Rojas..., todos ellos, tan importantes en mi formación y en la de todos los escritores latinoamericanos de mi generación.

Y menciona mi hermana Rosario, y en eso también coincidimos, aquello de la musicalidad del acento de la gente de Chile y aquello de la belleza de su geografía. Los chilenos hablan como cantando y tienen gaviotas de arriba abajo en su país, y el abajo es el Polo Sur. No sé si llegan de hecho al Polo Sur, ni quisiera averiguarlo, pues si no llegan es como si llegaran. Al fin y al cabo, viven en una geografía sin igual, una que no tiene límites.

Aunque de distinta forma, Colombia, como Chile, tiene mucho mar. Y también tiene la cordillera, gran parte de nuestro país es cordillera, y debes bajar por ella si quieres llegar a Chile. E igual que allá, aunque de distinta forma, aquí la política ha cobrado muchas víctimas y a muchos les ha apagado o ensombrecido la mirada para siempre. También aquí el hermano se ha enemistado con el hermano, el odio ha suplantado a la razón, y ahora, como allá, tenemos que evitar que aparezcan nuevas heridas y sanar las que ya tenemos.

En política, que nos ha traído tanto que sanar, soy aproximadamente socialdemócrata. Fui trotskista algún tiempo, pero milité muy poco, porque no estoy por las dictaduras, ni siquiera la supuesta dictadura del proletariado, y no pertenezco a ningún partido. Hace poco supe de una especie de debate que se dio sobre la duración de la militancia socialista de Manuel Rojas. Unos decían que habían sido dos años, otros, dos semanas y creo que el presidente Allende mismo, de quien fue amigo, aseguraba, tal vez bromeando, que había alcanzado a estar casi mes y medio en el partido. La política es a veces repulsiva y hasta repugnante, y hay quienes no nacimos para eso, qué se le va a hacer. En todo caso aquel breve tiempo de militancia le bastó a Manuel Rojas para dar con la definición de socialismo que más me ha gustado hasta hoy y con la que empecé a “militar” tan pronto supe de ella, la menos política, la más bella:

«Es el sistema racional de sociedad fundado sobre la naturaleza», dice uno de sus personajes.

Hermosa la definición. Completa y para mí verdadera, no se presta para expulsar a nadie de ninguna parte, ni para prohibir nada, ni confiscar nada, ni para gulags, ni para campos de concentración. Tampoco se presta para talar selvas ni arrojarles mercurio a los ríos. Es una guía para ganarnos la vida, como individuos y también como especie, y para nuestras actividades todas, entre ellas las artes, la escritura.

La literatura es sobre los seres humanos y estos, como todo lo que vive, son impensables separados de la naturaleza. La siguiente verdad debería ser evidente y es raro tener que enunciarla: los seres humanos son ellos mismos naturaleza y es ella la que les da el sustento. Pero la vida en las ciudades nos creó la ilusión de autonomía, de que la naturaleza es una cosa y nosotros, que creemos dominarla, somos otra, cuando lo cierto es que sin el blanco puro de las coliflores y sin el hermoso esmerilado de las cebollas que llegan del campo a los supermercados no existirían rascacielos, ni calles, ni puentes, ni alcantarillas, y que si se acabara la vegetación todo se acabaría.

Me resulta imposible escribir de espaldas a la naturaleza. Ella enseña drama, ritmo, uso del color y, sobre todo, paciencia. La hoja de plátano se desenvuelve y despliega, y en el proceso deja aparecer todos los matices del verde. Las historias y poemas que escribimos se toman todo su tiempo para aparecer, echan raíces y brotan y se bifurcan, sacan ramas y fructifican como los naranjos. Para mí no hay otra forma de hacerse, y así está muy bien. Esa manera de escribir y de vivir me exige respeto por las cosas y por el movimiento del tiempo. Me produce satisfacción de existir y me produce, en fin, alegría. Y tal vez nada importe más que la alegría.

Envío mis agradecimientos al Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile, a los miembros del jurado y a los chilenos todos."

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