Polonia-Rusia: frialdad
Moscú tiene actualmente poca importancia para Polonia desde un punto de vista político
Polonia necesita a Rusia para comprender lo que le habría pasado si después de 1989 no hubiera introducido el libre mercado y la democracia. A nuestros países los diferencia más lo que hicimos a finales de la Guerra Fría que las difíciles experiencias del pasado. El punto de partida era igualmente difícil. Rusia arrastraba tras de sí un periodo mucho más largo y brutal de colonización interna, con una buena dosis de estalinismo. Durante años Polonia se había defendido con valor de lo peor, pero el final del comunismo fue para ella una década completamente echada a perder.
A partir de 1989 nuestros caminos se separaron, no solo en lo que se refiere a la política, sino sobre todo en cuanto al modelo de desarrollo. Polonia apostó por los cambios desde abajo, liberalizando de manera sorprendente la economía y permitiendo el florecimiento de la pequeña empresa. Paralelamente iba construyendo, no sin dificultades, las instituciones de un Estado democrático de derecho. Rusia apostó por el modelo de la transformación desde arriba, y las fue corrigiendo por medio del sistema de privilegios de la clase dirigente. El régimen ruso, que Peter Pomerantsev denomina en la actualidad “dictadura posmoderna”, creó “un mundo de instituciones simuladas y de narraciones simuladas, en el que nada se puede considerar verdadero, y en el que no solo el sistema financiero, sino también el lenguaje y las ideas, se han corrompido”.
Desde el punto de vista político, Rusia tiene actualmente poca importancia para Polonia. Es cierto que las sensibilidades básicas se encienden cada cierto tiempo, sobre todo en torno a la tragedia de Smoleńsk, pero Rusia no constituye en la actualidad ningún punto de referencia para la política polaca. Tampoco tiene mucho que decirle a Polonia respecto a una perspectiva futura. Naturalmente, está la cultura rusa, muy difundida y apreciada hoy en día en Polonia. La compleja alma rusa no deja de intrigar. En ella podemos encontrar un poco de la locura que nos arrebató a nosotros mismos Occidente, tan estructurado y ordenado. No en balde los festivales de cine ruso tienen gran éxito en Polonia. Pero en lo referente a lo político, Rusia desprende frío.
Tenemos muchos menos enfrentamientos que en la época en que Polonia regresaba a Occidente. Rusia cometió un error garrafal al oponerse a las aspiraciones euroatlánticas de los países centroeuropeos. Si en aquel entonces hubiera tratado de manera abierta e imparcial los cambios en la región, ahora podría disfrutar de verdadero respeto. Polonia pagó a Rusia con la misma moneda. No es de extrañar que en la clasificación del año 2007 de los Estados miembros de la Unión Europea sobre su nivel de emociones respecto a las relaciones con Rusia, el Consejo Europeo de Asuntos Exteriores considerara a Polonia, junto con Lituania, “el nuevo combatiente de la Guerra Fría”. Polonia ha luchado duro por lo suyo en el debate dentro de la UE. En 2005 bloqueó la candidatura de Paavo Lipponen por haber sido consejero de consorcios rusos.
Desde entonces, ambas partes han entrado en razón y comenzado a hablar en condiciones normales, pero sin contar con que los frutos vayan a ser cuantiosos. Como consecuencia de ello, se han conseguido logros pequeños pero esenciales. Uno de ellos es la introducción del “movimiento fronterizo a pequeña escala” en torno a la zona de Kaliningrado, el cual – por lo menos en el plano local – reconoce uno de los principales deseos rusos: el transporte de personas y mercancías con la UE sin necesidad de visado. Además, nos adaptamos perfectamente al nuevo modelo europeo de relaciones con Rusia: la economía por un lado y la política por otro. Nuestras relaciones comerciales con Rusia prosperan, aunque tenemos un déficit considerable debido a la importación de materias primas. En cambio, en lo político tenemos la boca cosida. No tenemos muchas ganas de decir lo que pensamos de la situación de la “democracia” rusa. Estamos conmocionados por la política que Rusia aplica a Siria, pero extraoficialmente los diplomáticos polacos no ocultan su satisfacción por el hecho de que Rusia, ocupada con los temas de Oriente Próximo, ande menos interesada por las cuestiones de Europa del Este.
El milagro sin precedentes de los últimos años es el haber sido capaces de encontrar un lenguaje común con Alemania. En la época de Gerhard Schröder daba la impresión de que era una misión imposible. Incluso un visionario como Joschka Fischer intentó convencer a Polonia de que la construcción de un gaseoducto del norte que no pasara por Polonia era una decisión puramente comercial y que no tenía ningún tipo de influencia política. Esto acaloraba en extremo a los políticos polacos, porque demostraba no solo que Alemania no tenía en consideración los intereses polacos, sino que además se estaban burlando de nosotros. Desde aquel entonces, Berlín se ha quemado varias veces las manos con Rusia. Angela Merkel apostó por un programa de reformas, seducida por la atractiva imagen del presidente Medviedev. Solo en una ocasión durante su mandato tuvo un encuentro con Putin, que en aquella época era primer ministro. Cuando la situación finalmente quedó clara, la simpatía por la actitud ecuánime de Polonia creció desmesuradamente. En la actualidad, Berlín y Varsovia se consultan rigurosamente en lo relativo a los temas rusos y, en la mayor parte de las ocasiones, su opinión coincide.
Respecto a la cuestión más delicada de la dependencia de la importación de materias primas energéticas de Rusia, Polonia empieza a cumplir con sus deberes. Es cierto que lleva retraso en la construcción de la estación de gas de Świnoujście, aunque estará terminada el próximo año. No es un misterio para nadie en Polonia que el entusiasmo en la búsqueda de gas pizarroso guarda una relación directa con la postura negociadora en las conversaciones con Gazprom. Pero a los dirigentes polacos les siguen entrando escalofríos cuando analizan las actuaciones rusas en cuestiones de seguridad. Polonia nunca ha logrado comprender el desprecio con el que la OTAN, y sobre todo Estados Unidos, han evaluado el poderío militar de Rusia. Es cierto que el Ejército ruso tiene carencias básicas y arrastra impagos de salarios. Pero sigue siendo un imperio atómico de cuya previsibilidad nadie en su sano juicio puede responder. La guerra con Georgia se ha olvidado en líneas generales en Occidente, pero en Polonia se recuerda bien. Varsovia observa asimismo con atención la desproporción cada vez mayor que se aprecia entre los recortes radicales en el presupuesto de defensa europeo y el gran programa de compra de armamento del Ejército ruso.
Hay un punto esencial que enfrenta a Polonia y Rusia en el terreno estratégico y cuya resolución es inminente. Se trata de Ucrania y sus relaciones con Europa. El Gobierno polaco aguzó el oído cuando los dirigentes del Kremlin comenzaron a presionar sin piedad a Kíev para obligarlo a renunciar al acuerdo de colaboración que tenía firmado con la UE. No es nada nuevo que el proyecto de unión euroasiático es una manía del presidente Putin. Es un intento cínico de reconstrucción de la influencia rusa en la región de la antigua Unión Soviética, basado en una analogía con la Unión Europea. El presidente Yanukovych ha intentado hasta ahora jugar a dos bandas. Sin embargo, las presiones del Kremlin le han desengañado y parece decidido a firmar el acuerdo con la UE. Para Polonia, Ucrania es el proyecto número uno de su política exterior tras su entrada en la UE. Antes de que se haya secado la tinta en la firma de dicho acuerdo de colaboración, las autoridades de Varsovia ya están en pleno baile ritual de celebración de su éxito.
¿Qué implica esto de cara al futuro? En la UE hay bastante resignación en cuanto a Rusia. En los últimos años se ha intentado ya casi todo: acuerdos comerciales, los denominados “espacios comunes” (desde la economía hasta las investigaciones científicas y la cultura). Habían surgido muchas expectativas sobre la posible entrada de Rusia en la Organización Mundial del Comercio. Se esperaba que Rusia lograra repetir la experiencia de China, que ha aprovechado la integración en el sistema económico global para una mayor apertura y la introducción de reformas. La UE se ha resignado en gran medida a la idea de que Rusia no va a ser “igual que ella” en un futuro próximo. Intenta por lo tanto ganar tiempo, con la esperanza de que los cambios en la situación política mundial antes o después terminen por inyectar en el Kremlin un nuevo fermento. Polonia se encuentra en la actualidad entre aquellos que siguen esperando con ansia la llegada del Godot ruso.
Paweł Świeboda es columnista de Gazeta Wyborcza.
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