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Columna
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Egipto: tercera revolución

La Hermandad parece tener dos almas; una más democrática, y otra de levantamiento islámico

Con el segundo golpe militar en dos años Egipto vuelve a la normalidad; a estar gobernado por el Ejército. La historia contemporánea del país ha estado marcada por dos fuerzas adversarias, aunque en ocasiones hayan podido colaborar: la milicia y la Hermandad Musulmana. El Ejército egipcio es una creación de Mehmet Alí de comienzos del siglo XIX, gracias a cuyas victorias obtiene el país la independencia de facto del Imperio Otomano, aunque solo para convertirse en 1878 en protectorado británico. Un maestro de escuela, Hassan el Banna, funda en 1928 la Hermandad, genuino subproducto del colonialismo, porque el sometimiento y debilidad del Estado contribuyen poderosamente a que la sociedad evoque en el tiempo de los califas fundadores una edad de oro islámica como inspiración renovadora.

 En 1922 Egipto pasa a ser, aunque solo pro forma, una monarquía parlamentaria, cuando Londres estima que hay que ataviar de modernidad la colonia que le asegura a través del Canal las comunicaciones con India. Pese a ello, en entreguerras el país llega a conocer una auténtica vida política con la creación del Wafd (Delegación), partido nacionalista que rechaza en el tumulto callejero la seudoindependencia proclamada por Reino Unido. Es la primera de las tres revoluciones frustradas que ha conocido un Egipto que busca su futuro.

Una segunda y falsa independencia es de nuevo rechazada por el nacionalismo egipcio en vísperas de la II Guerra, y el fracaso de la experiencia parlamentaria acogotada por los intereses militares británicos, es el primer gran momento para la expansión de la Hermandad, que ve con buenos ojos cómo el Ejército proclama la República en 1952. Es la segunda tentativa revolucionaria.

Entre 1954 y 1970 el coronel Gamal Abdel Nasser ensaya un socialismo antimarxista y pasablemente laico, con aspiraciones de no alineamiento. La Hermandad es severamente reprimida por un Gobierno que, tras la nacionalización del Canal en 1956, no tolera competidores. El Banna ha muerto en 1949 y la ejecución en 1966 del gran teórico radical de la organización, Sayid Qutb, da simbólicamente nacimiento al yihadismo, entre el que se reclutarán futuros terroristas. La Hermandad parece tener dos almas; una compatible con la democracia, y otra que aspira a la revolución islámica universal.

Nasser muere en 1970, extenuado por la inabarcable derrota ante Israel en 1967 y la segunda versión revolucionaria naufraga en el desastre. Sus sucesores, Sadat y Mubarak, ambos generales, juegan al escondite con la Hermandad: ahora te consiento, ahora te encarcelo, hasta que la pretensión de este último de hacer que le suceda su hijo enciende la mecha de una insurrección popular en 2011 que, sin el golpe de gracia propinado por los militares, jamás habría triunfado.

La Hermandad, que vence en unas elecciones legislativas y presidenciales ampliamente calificadas de democráticas, tiene la oportunidad de abanderar una tercera revolución de base político-religiosa que promete al país moralización y legalidad. El presidente elegido es Mohamed Morsi, hermano, pero no un líder destacado de la organización, y los diputados redactan una Constitución más islamista de lo que place a Occidente, mientras que para contentar al Ejército se le reconocen atribuciones de Estado dentro del Estado.

Lo que se ha levantado contra Morsi es una amalgama de islam nacional —terminología de Sami Naïr—, tradicionalmente moderado, que se asusta ante las ínfulas dictatoriales del presidente; la capa más occidentalizada, liberal y laica de la sociedad; un islam ultraconservador, el salafismo que, pese a todo, ve en la Hermandad un obstáculo para el triunfo del verdadero islam; y siempre los militares, sin los que no puede haber revolución ni contrarrevolución triunfantes en Egipto.

Esas tres revoluciones confluyen hoy como si fueran una sola, pero en conflicto consigo misma, y con alineamientos partidistas que invitan a una confusión extrema. Entre los alzados contra Morsi figuran prominentemente los descendientes del fracasado liberalismo de la primera revolución; una izquierda posnasserista que puede reclamarse de la segunda revolución protagonizada por el Ejército en los años cincuenta; pero también el islamismo radical que acompañó al presidente en la tercera y actual acometida. El islam nacional, finalmente, parece dividido en este último episodio revolucionario tanto a favor como contra Morsi.

El pronóstico para esta amalgama revolucionaria de signos tan distintos tiene que ser hoy reservado. El Ejército desata la represión contra la Hermandad, y si esta no puede competir como cualquier otra fuerza en las constituyentes que la milicia anuncia para febrero de 2014, las elecciones serán solo una farsa. ¿Qué estación sucederá en Egipto a la llamada primavera árabe?

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