¿Para qué quieren ahora los sindicatos una huelga general en un Brasil ya tenso?
Si los sindicalistas reúnen a menos gente que las protestas callejeras esta decisión inoportuna podría volverse contra ellos como un boomerang
¿Recuerdan el refrán popular “éramos pocos y parió la abuela”? Hoy podría aplicarse a la noticia de que las centrales sindicales brasileñas preparan una huelga general para el día 11 de julio conocido como Día de Luta, como entremés para una gran marcha nacional que tendrá lugar en agosto.
La decisión de los sindicatos será comunicada este miércoles a la presidenta Dilma Rousseff en un encuentro en el Palacio del Planalto con representantes de las varias centrales. Se supone para que el anuncio será para ella un quebradero más de cabeza.
A pesar de que los sindicatos apoyan la primera reivindicación sobre las tarifas de los transportes que dio origen a la protesta callejera, desean “dejar claras las diferencias” con el movimiento de protesta que llena calles y plazas del país. “Consideramos conservadora esa protesta sin partidos y sin sindicatos”, ha puntualizado, Vagner Freitas, presidente de la Central Única de Trabajadores (CUT).
Los sindicatos han empezado a hablar claro. “No creemos en los movimientos espontáneos”, afirma João Carlos Gonçaçves, secretario general de Fuerza Sindical . Y confiesa que lo que los sindicatos desean es “hacer un contrapunto” a las manifestaciones que rechazan la participación de partidos. Los sindicatos han calificado de “persecución ideológica” el rechazo de partidos y sindicatos de los manifestantes del movimiento de protesta horizontal.
El motivo de la huelga general que preparan los sindicatos para el 11 de julio próximo son cinco reivindicaciones que presentaron a la presidenta Rousseff en mayo pasado y que, según ellos, no tomó en consideración. Las reivindicaciones que los sindicalistas llevarán a la huelga son: mayores inversiones en sanidad y educación; aumento de salarios para los trabajadores; reducción de la jornada de trabajo; apoyo a la reforma agraria y transporte público de calidad.
La pregunta que podría hacerse ante la decisión de los sindicatos de salir también ellos a la calle con manifestaciones paralelas pero “contrapuestas”, es si se tratan de subir a la ola de protestas populares en curso o si lo que pretenden es vaciar a la protesta espontanea contraponiéndoles una manifestación oficial y organizada.
Los sindicatos habían perdido estos años buena parte de la fuerza que tuvieron cuando estaban en la oposición con Lula a la cabeza de las huelgas y manifestaciones. Llegado el partido de los Trabajadores (PT) al gobierno, los principales líderes de las centrales sindicales fueron aprovechados por el presidente exsindicalista Lula. Los colocó en las instituciones del poder. En su primer gobierno el 80% de los ministros eran exsindicalistas.
De hecho las pocas veces que ahora, bajo el gobierno de Dilma, han intentado resucitar su fuerza en la calle no llegaron a reunir más de 12.000 personas, muy poco junto a las trescientas mil de Río en los días pasados convocadas por las redes sociales o las cien mil de São Paulo. Llama la atención que las reivindicaciones que los sindicatos intentan llevar a la huelga general coinciden en un 90% con las del movimiento de protesta popular. Menos una, quizás la principal: la de la lucha contra la corrupción política que los sindicatos han silenciado en su programa.
Algunos analistas políticos consideran incluso arriesgado esa especie de reto a los manifestantes de la calle. Se preguntan qué podría pasar si los sindicatos reunieran menos gente que los del movimiento espontaneo en curso. Si alguien les ha aconsejado la proclamación de esa huelga como posible antídoto contra la protesta callejera, dicho consejo podría acabar siendo un boomerang para el sindicato como tal.
Nada podría ser, en efecto, peor para Brasil en este momento de tensión que un enfrentamiento en la calle entre sindicalistas y sociedad civil sin partido. Lo que necesita el país son nervios firmes por parte de los responsables del poder para dar respuestas serias a las reivindicaciones callejeras que son tan sensatas que coinciden con las de los sindicatos. Echar leña al fuego sólo serviría para empeorar las cosas.
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