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OBITUARIO

Gyula Horn, el ‘apparatchik’ húngaro que desgarró el telón de acero

Inició la avalancha de acontecimientos que culminaron en la caída del muro de Berlín al abrir la frontera entre su país y Austria en junio de 1989

Horn, recibiendo un premio en Berlín en 2004.
Horn, recibiendo un premio en Berlín en 2004.CORDON PRESS

Gyula Horn (Budapest, 1932) era un burócrata húngaro de impecable ejecutoria comunista —lo que en la jerga política de la Guerra Fría se conocía como apparatchik— que en 1989 dio un inesperado vuelco a la historia. Fue el 27 de junio. Horn, entonces ministro de Exteriores de una más de las aparentemente inamovibles dictaduras comunistas, protagonizó, junto con su homólogo austríaco, Alois Mock, un simbólico corte de la alambrada en la frontera que separaba la Europa bajo el dominio soviético de la occidental. Aquel gesto propagandístico desencadenó una avalancha de acontecimientos que, pocos meses después acababa con el equilibrio geopolítico establecido desde el final de la Guerra Mundial e inauguraba un mundo, el actual, en el que certezas incertidumbres serían radicalmente distintas. En 1990 Horn se convirtió en el primer líder político de un país del Este que recibía el prestigioso premio Carlomagno, que otorga la ciudad alemana de Aquisgrán y reconoce contribuciones extraordinarias a la unidad europea.

Los inicios del político magiar no fueron fáciles. No había cumplido diez años cuando la Gestapo asesinó a su padre, militante comunista. A partir de entonces tuvo que mantenerse con trabajos manuales mientras acudía a la escuela noctura. Tras la guerra, y la absorción de Hungría en el bloque soviético, fue becado para estudiar Economía en la ciudad rusa de Rostov del Don, donde se graduó en 1954. Ese mismo año regresó a su país, ingresó en el Ministerio de Finanzas y se afilió al partido comunista. En el convulso 1956 se sumó a las filas del Partido Socialista Obrero Húngaro (MSzMP) que, bajo el mando de János Kádár, dio cobertura a las tropas de la URSS que sofocaron a sangre y fuego la revolución húngara de octubre de aquel año. Horn, que durante aquellos días engrosó la milicia prosoviética de los pufajkas, tuvo un controvertido papel en la represión de la revuelta. Su actuación fue el motivo que adujo en 2007 el presidente magiar, Laszlo Solyom, para denegarle la más alta distinción del país, para la que le había propuesto el entonces primer ministro, Ferenc Gyurcsány.

Cuando Kádár se afianzó en el poder, Horn pasó al Ministerio de Exteriores, donde en la década siguiente ocupó puestos de segundo orden en las embajadas de Bulgaria y Yugoslavia. En 1985 fue nombrado secretario de Estado y en 1989 ascendido a titular de Exteriores en el Gabinete de Miklós Németh, último primer ministro comunista de Hungría.

Hasta ahí una carrera de burócrata de manual. Pero Horn comentó en diversas ocasiones que sus rocosas convicciones comunistas habían empezado a virar hacia la socialdemocracia cuando, en el curso de sus misiones diplomáticas, pudo empezar a comparar las condiciones de vida de los países occidentales con las que imperaban en la órbita soviética. Así que, cuando a finales de los años ochenta las iniciativas reformistas de Mijaíl Gorbachov precipitaron el deshielo en los países satélites de la URSS, Horn tomó la histórica iniciativa de negociar con el titular de Exteriores austríaco, Alois Mock, la apertura del paso fronterizo de Fertorakos. Era la primera brecha en la férrea frontera que, desde 1948, tajaba en dos Europa, desde el Báltico hasta el Mediterráeo.

La reacción en cadena subsiguiente fue tan imprevista como incontenible. A lo largo del verano de 1989, decenas de miles de alemanes del Este viajaron con visados turísticos a Hungría con intención de huir de la República Democrática Alemana (RDA) a través de Austria. “No sé cómo resolveremos este asunto, pero ciertamente no voy a extraditar a los alemanes (a la RDA)”, declaró Horn en un encuentro con el canciller alemán Helmut Kohl, y su ministro de exteriores, Hans-Dietrich Genscher. El incumplimiento de las normas escritas y no escritas que regían las relaciones entre los países del Pacto de Varsovia no podía ser más flagrante. Los mandatarios orientales, de Honecker a Ceacescu, pusieron el grito en el cielo, pero a finales de aquel año una revolución de terciopelo tras otra había resquebrajado el pétreo bloque soviético y el estrépito de la caída del muro de Berlín resonaba en todo el mundo. Poco más tarde, la propia URSS era un recuerdo.

En 1990, aún bajo la debilitada tutela de la Unión Soviética, se celebraron en Hungría las primeras elecciones libres desde la II Guerra Mundial, a las que Horn concurrió encabezando las listas del Partido Socialista Húngaro, heredero del MSzMP. Cosechó unos resultados discretos (33 de 386 escaños), pero en los siguientes comicios, celebrados en 1994, arrasó con una holgada mayoría absoluta. En una paradoja más de una carrera plagada de ellas, el antiguo comunista aplicó como primer ministro un duro programa de reformas que la anterior coalición derechista no se había atrevido a llevar a cabo. Las duras medidas de austeridad provocaron enconados enfrentamientos en el seno del propio Partido Socialista Húngaro, y Horn —desgastado políticamente y con la salud quebrantada tras un grave accidente de automóvil sufrido durante la campaña electoral de 1994— renunció a encabezar las listas en los siguientes comicios, celebrados en 1998. Durante algún tiempo su popularidad le permitió seguir ejerciendo una considerable influencia en la sombra, pero iniciado este siglo se apartó definitivamente de la vida política.

Poco después de celebrar su 75º cumpleaños, Horn ingresó en el hospital Honvéd de Budapest por una rara enfermedad neurológica. Este miércoles fallecía a los 80 años en ese mismo centro, en el que permaneció en estado semivegetativo la mayor parte del último lustro.

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