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Columna
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Religiones en la aldea global

El informe anual del departamento de Estado estadounidense sobre la libertad religiosa da un toque de atención a todos

Lluís Bassets

La diplomacia estadounidense cuenta con excelentes observadores y escritores, capaces de narrar como el mejor de los periodistas lo que sucede allí donde están destinados. Por si alguien lo dudaba, quedó demostrado por la calidad de los cables secretos del departamento de Estado o Cablegate, publicados por Wikileaks a partir de diciembre de 2011, y especialmente el más famoso de todos sobre una boda mafiosa en Daguestán, firmado por el entonces embajador en Moscú, William Burns. Además de demostrar dotes de reporteros y columnistas del más alto nivel, los diplomáticos de Estados Unidos tienen que realizar con frecuencia labores que no se les exige a los diplomáticos de otros países, alguna de las cuales se halla en apariencia más cerca de las funciones de las ONG y las organizaciones internacionales de derechos humanos que de la diplomacia clásica.

Una de estas actividades es el informe anual que realiza el departamento de Estado sobre la libertad religiosa en el mundo, tarea expresamente encomendada por el legislativo mediante la International Freedom of Religion Act, aprobada en 1998 y firmada por el presidente Clinton. Anualmente, el ejército de diplomáticos de Washington tiene que evaluar los niveles de libertad religiosa de los distintos países y designar los que permiten o promueven las mayores violaciones, unas tareas que luego obligan a la misma diplomacia y a los máximos responsables a presionar, negociar o incluso sancionar a los peores y más recalcitrantes alumnos de la clase.

Washington examina país por país y pone mala nota al estado de la libertad religiosa en el mundo

Si atendemos a las generalidades del informe de 2012, el diagnóstico sobre la libertad religiosa en el mundo deja mucho que desear y da un toque de atención a todos, incluidos los países con más buena conciencia, como es el caso de España. La retórica y las acciones contra los musulmanes están en auge, particularmente en Europa y en Asia. El uso de legislaciones contra la blasfemia y contra la apostasía o cambio de religión siguen proliferando hasta constituir un auténtico problema en muchos países. Hay un incremento continuo y global del antisemitismo, que incluye la denegación y la apología del Holocausto, y que quiere justificarse en algunos casos en la oposición a las políticas de Israel. Los cristianos son la diana más importante de la discriminación social, el abuso y la violencia en determinadas partes del planeta, donde también sufren los seguidores de otras religiones y del propio islam. Una de las conclusiones que se deduce de una lectura atenta del informe es que nadie sufre más los efectos violentos del islamismo radical que los propios musulmanes. Si Stalin fue el mayor asesino de comunistas de la historia lo mismo puede decirse del salafismo violento y de Al Qaeda.

El departamento de Estado designa cada año los países que merecen una especial atención porque en ellos se registran los mayores niveles de intolerancia e incluso una persecución organizada y letal de los fieles de determinadas religiones. Son ocho y dos de ellos, China y Arabia Saudí, ambos con estrechas relaciones no tan solo económicas con EE UU, conservan esta infamante calificación desde que la obtuvieron con el primer informe de 1999. Un tercero, Birmania, perdió el vergonzoso título el pasado año, coincidiendo con su transición democrática, pero lo ha recuperado en el actual, con el informe de 2012, a la vista de los escasos progresos realizados en libertad religiosa y la continuada persecución de las sectas budistas no oficiales y de los seguidores del islam.

Los otros cinco países de la primera división de los perseguidores son Eritrea, Irán, Corea del Norte, Sudán y Uzbekistán. Vietnam ya no está en la lista desde 2006 y consta así como uno de los éxitos de la diplomacia estadounidense. La lectura del informe revela que su función no es solo vigilar, sino también estimular a los gobiernos a mejorar. Respecto de Birmania, el informe reconoce que “el Gobierno ha aplicado reformas considerables, pero el comportamiento general no ha cambiado durante este último año”. De la China que acaba de elevar al nuevo líder, Xi Jinping, dice que “el respeto del Gobierno por la libertad religiosa ha disminuido este año”.

Es difícil acotar la religión en el capítulo de los asuntos internos de los países, como si todavía estuviéramos en el mundo salido de la Paz de Westfalia (1648) con su clásico lema cuius regio, eius religio (según sea la religión del rey, así será la del reino). La convivencia entre identidades, lenguas, religiones y costumbres en la aldea global encuentra más facilidades en las bellas palabras que en las duras realidades. No vale la añeja mirada laicista, ciega a la profundidad de las creencias y a las dificultades de convivencia. Tampoco es fácil para muchos países, incluidos los europeos, aceptar sin más las lecciones impartidas por Washington. Pero no hay duda de que la mirada atenta de la diplomacia estadounidense sobre el mundo hace un buen servicio a la libertad religiosa e imprime una orientación a su política exterior de la que los europeos debiéramos aprender.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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