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Tribuna
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El tamaño de un papa

Los retos del catolicismo y las expectativas mediáticas demandan un pontífice de gran energía

Lluís Bassets

Si Wojtyla fue el papa del final del siglo XX, Ratzinger no ha sido el papa del tercer milenio, es decir, la personalidad mundial que corresponde a la extensión, el peso demográfico y la fuerza del catolicismo en el mundo en transformación geopolítica del siglo XXI. Él mismo reconoció en su libro entrevista con el periodista alemán Peter Seewald, que “no estaba hecho para ser el primero y llevar la responsabilidad del conjunto”, y de ahí que se identificara como “un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor”. “Además de los grandes papas también son necesarios los papas pequeños, que aportan su parte”, remachó en su razonamiento.

Su gesto mayor es el de su partida, que traza una línea de conducta para la gerontocracia cardenalicia y señala cómo debe ser su sucesor: con fuerzas para asumir la tarea compleja que corresponde a la máxima autoridad espiritual de los católicos, pero también al jefe de un Estado que cuenta internacionalmente y a la cabeza de una vasta administración romana y mundial de muy difícil gobierno. “Si un papa llega a la conclusión clara de que física, psíquica o mentalmente no puede continuar hasta el final el mandato, tiene el derecho e incluso la obligación de dimitir”, le dijo a Seewald.

El cardenal Angelo Sodano, decano del colegio cardenalicio y ex secretario de Estado (equivalente de primer ministro) de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, que no participa en el cónclave, también dio alguna indicación sobre el nuevo papa el martes, en la homilía de la misa Pro Eligendo Summo Pontifice. Son señales débiles, surgidas de un mundo de silencios y sobrentendidos, sujetas por tanto a la discutible interpretación de la multitud de periodistas y comentaristas que se concentran en la Roma sin papa del cónclave. Según uno de ellos, Robert Moynihan, director de la revista Inside the Vatican, Sodano dio una visión que acentúa “el papel del papado y de la Iglesia en su relación con otros Gobiernos e instituciones en llevar la paz y la justicia en el mundo”, con un mayor peso en la acción política que en la espiritual. Para John Allen, biógrafo de Benedicto XVI y corresponsal del periódico estadounidense National Catholic Reporter, la idea central de esta sucesión pontificia es la de gobernanza, tras ocho años de desgobierno eclesial, en contraste con la idea de continuidad, especialmente doctrinal, que presidió el papado de Ratzinger y este mismo señaló en su homilía programática de la apertura del cónclave.

Si atendemos a estas señales leves, estamos en la pista de un papa de tamaño superior, en la búsqueda de una personalidad fuerte, capaz de poner orden en el caos doméstico, hacerse visible en el mundo y elevar su voz sobre el ruido de la globalidad desordenada y desgobernada en la que los católicos tienen más peso demográfico que influencia organizada y efectiva, tres tareas en las que Ratzinger fracasó. No es fácil ni está claro que el colegio de esos 115 ancianos electores haya acertado en la tarea. Bergoglio puede dar la sorpresa que muchos esperan, y algunos datos hay en esta dirección, como son sus formas de vida sencillas y alejadas de la pompa tradicional entre los príncipes de la iglesia. Tiene además la edad adecuada para un papado corto y con una abdicación a tiempo que confirmaría la nueva costumbre. Pero a primera vista también aparece como la segunda opción derrotada en 2005 por Ratzinger que ha sabido retener a sus electores por sentido corporativo.

El excelente conocedor de los pasillos vaticanos que es Juan Arias reconocía el pasado domingo en estas mismas páginas la ausencia de grandes figuras, en perfecta correlación con lo que también sucede en el mundo político. Pero, a la vez, este cónclave ha sido el de la emergencia del catolicismo extraeuropeo, de forma que los focos de los medios de comunicación han ido a buscar esta personalidad excepcional entre los cardenales americanos, africanos e incluso asiáticos, una pléyade de personajes poco conocidos mundialmente, sometidos estos días al escrutinio público, tanto de sus biografías como de su carácter y su capacidad para encabezar la Iglesia católica. La fumata blanca de ayer ha venido a corroborar esta tendencia con uno de los candidatos extraeuropeos más profundamente europeos, por origen, formación y también sus posiciones conservadoras.

La fascinación que ejerce el papado, y sobre todo una circunstancia tan nueva y extraordinaria como la sucesión en vida del anterior papa, han convertido el cónclave en una elección con mayor atractivo mediático que cualquier otra en el mundo secular. Es una paradoja más de las muchas que rodean a la Iglesia, con su brillante liturgia del secreto y del misterio en un mundo que exige transparencia y claridad. Todo ello contribuye a crear expectativas dentro y fuera de la Iglesia, que se suman así a los retos internos y externos que esperan al nuevo pontífice y le obligarán a adoptar una visión más global y actualizada del catolicismo si quiere ser ese papa todavía inédito que corresponde al tercer milenio.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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