La victoria que no celebró nadie
En Italia un bipolarismo con posibilidades de alternancia da paso a un tripolarismo seguramente inviable
En las elecciones de 2008 el PD (izquierda), de Pier Luigi Bersani, y el PDL, siempre Berlusconi, recogieron el 70% de los votos de 25 millones de ciudadanos; pero hace dos semanas tuvieron que contentarse con el 46% y apenas 15 millones, además de verse taloneados por el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo, como tercero en franca discordia. El país pasaba de un bipolarismo con posibilidades de alternancia, a un tripolarismo seguramente inviable.
La dominación a dos permitía recabar el apoyo de uno o más partidillos para asegurarse, caso necesario, una mayoría de uso. La tripolaridad, en cambio, exige la alianza de dos contra uno. Pero de los tres dos son materia prima difícilmente amalgamable. El PDL está considerado políticamente incorrecto no solo en el exterior y entre los italianos que no lo han votado, sino incluso para unos cuantos que sí lo han hecho como demostración de su desprecio por la política; y el Movimiento de Grillo quiere preservar por ahora su virginidad anti-política, rechazando cualquier tentación de gobierno.
La coalición de Bersani quedó primera en los comicios pero no ganó porque sus expectativas eran mucho más copiosas; Berlusconi ni quedó primero, ni ganó, pero se conformaba con maniatar a los otros dos; Grillo quedó tercero pero ganó porque es hoy el hacedor de reyes. Por eso, las legislativas de febrero no fueron celebradas por ninguna de las tres grandes fuerzas en liza. Son “tres minorías impotentes”, como dice Stefano Folli en Il Sole 24 Ore.
¿Pero quién es ese displicente hacedor de reyes que cabalga el caos como un virtuoso? El cómico, es decir, alguien ajeno a La Casta que gobierna Italia diríase que desde Rómulo y Remo, es hoy, sin embargo, mucho menos atractivo que su seguimiento. Grillo ha estado en el lugar adecuado, en el momento justo, y con su clamorosa ausencia de credenciales, resultó más pertinente todavía. El comediante se ha encontrado al Movimiento en su camino, y ambos han contraído matrimonio morganático. El grillismo no es por todo ello una fuerza a imagen y semejanza de su líder, sino algo que se ha ido formando por ósmosis, y que entraba en sazón a la hora del voto. La sabiduría convencional, en la que se había enrocado Bersani, aseguraba que los dos populismos, Berlusconi y Grillo, se disputarían un mismo votante. El PD, confortado por unas encuestas que a principios de febrero aun le daban una apreciable ventaja, con lo que a lo sumo precisaría para gobernar el apoyo en el Senado de la lista cívica de Mario Monti, se obsesionó por no cometer errores de campaña y cometió el peor de todos: no hacer campaña. En olor de presunta modernidad jugó con Internet para recordar al personal la novedad, esta sí que muy válida, de haber elegido a sus candidatos en primarias de partido.
Pero el Movimiento 5 Estrellas se extendía transversal por toda Italia y a quien golpeó, en cambio, fue a la izquierda para llevarse un 20% de los votantes naturales del PD en Piamonte, Sicilia y el Véneto, allí donde más fuerte estaba Grillo, contra una cosecha de apenas el 10% entre los berlusconianos. Y hoy tiene 109 diputados y 54 senadores, a los que han votado casi un 55% de estudiantes universitarios, y un 41,5% de parados, con una edad media de 39 años —32 en la Cámara y 46 en el Senado—, mujeres en un 36%, nueve de cada 10 con título universitario, y un gran número perteneciente, como dice Beppe Severgnini en Il Corriere, a la generación Erasmus, que se ha formado en Europa. Mientras tanto Grillo, que no sabe dónde se ha metido, va proponiendo un referéndum no vinculante en Internet contra el euro. En una legislatura que se augura breve, año, año y medio, el abanico posible de Gobierno es limitado: a) gabinete-puente de carácter técnico, nuevo Monti sin Monti; b) gobernación en minoría del PD con o sin apoyo externo del Movimiento 5 Estrellas; y c) coalición de Bersani a la vez con Grillo y Monti.
La gran incógnita consiste en saber si el grillismo está llamado a perdurar, si cristalizará, aunque sea diluido como un gaullismo, en una formación que se siga reclamando verosímilmente de la antipolítica; si será capaz de transformar su protesta, que hoy se cierra en una indignación a la española, en un auténtico programa reformista, o, en la gran tradición italiana, se agote en aquella declaración tan estérilmente castiza: “Piove, Governo ladro”.
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