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Columna
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Eméritos

Un sentimiento antipolítico recorre Europa ante la austeridad sin perspectiva

Francisco G. Basterra

El Papa reacio sobrevoló en un helicóptero blanco San Pedro y el Coliseo en un bello atardecer dorado romano, mientras repicaban todas las campanas de las iglesias de la ciudad eterna, cerrando su pontificado con un gesto histórico, cuyas previsibles consecuencias sobre la primera Iglesia del mundo somos aún incapaces de medir. El Papa tímido que ha mirado al mundo con profundo pesimismo, gobernando la barca de San Pedro mientras en ocasiones “Dios parecía dormido”, ha dado también un ejemplo al resto de los poderes temporales que, sobre todo en Europa, sufren una pérdida de legitimidad democrática y enfrentan el rechazo ciudadano por su ineficacia a la hora de conseguir la felicidad y el progreso.

Benedicto XVI ya es un Papa emérito revestido con el coraje de haber sabido retirarse a tiempo de un inmenso poder absoluto, el de un vicediós en la tierra. Algo extraordinario en una sociedad acelerada, irreflexiva, definida por la precariedad y la incertidumbre constantes. El ritmo vertiginoso al que se desarrollan los acontecimientos nos produce un temor a no ser capaces de ponernos al día, a no captar el momento en el que se hace necesario un cambio de enfoque, a quedar relegados. Esta idea de otro emérito, el sociólogo polaco Zygman Bauman, en su obra Vida líquida, me vino a la cabeza al contemplar el último viaje del líder del país más diminuto del planeta pero con el mayor número de seguidores, 1.200 millones. Todo en la simple despedida del Papa del Vaticano y en el breve vuelo entre San Pedro y la residencia estival de los papas en Castel Gandolfo, pinos eternos en un tapiz verde sobre la belleza del lago Albano, transmitía una sensación de calma, de optimismo histórico. Nada que ver con la salida de la Casa Blanca, en desgracia tras el Watergate, del presidente tramposo Nixon en helicóptero, el 9 de agosto de 1979.

Difuminada en el atardecer, quedaba muy lejana la Italia supuestamente ingobernable que, encolerizada contra el paro y la austeridad decretados por una compatriota del papa, la canciller alemana Angela Merkel, ha optado por la revancha populista contra la inflexible Europa germana que mira con arrogancia a los “payasos” despilfarradores del sur. El sueño alemán de la austeridad hasta la muerte del paciente, sin contrapeso alguno, se ha convertido en la pesadilla europea. ¡Basta cosí! (¡Basta ya!) ha dictaminado la tercera economía de la eurozona y país fundador de Europa.

La trampa de enfrentar al norte con el sur ya no sirve: también los ricos septentrionales lloran

El aviso italiano ha retumbado con fuerza en todo el continente y el fracaso electoral de Italia se ha transmutado en el fracaso europeo. Los italianos han quemado las naves de la solución tecnocrática convirtiendo en emérito al profesor Monti, el más alemán de los economistas italianos. Merkel, a diferencia del papa bávaro, que ha devuelto el sello de San Pedro, se dispone a resistir hasta ganar las elecciones de septiembre. La rigidez de la canciller de hierro ya ha devastado, primero, a la sociedad griega, luego al digno Portugal —donde el juego de mesa favorito es un parchís/palé llamado Que le den a la Troika— y también a España. Un sentimiento antipolítico, síntoma de una cólera transversal, recorre Europa. Estamos ante la crisis de la austeridad sin perspectiva de crecimiento; llevamos tres largos años ingiriéndola y ha fracasado. Crece la sensación de que el remedio es peor que la enfermedad. La trampa de enfrentar al norte con el sur ya no sirve. También los ricos septentrionales lloran: Holanda aún exporta pero los recortes salariales deprimen el consumo; Francia está al borde de la recesión y Alemania se está parando al no tener a quien vender.

“Los accidentes democráticos no solo son posibles, sino cada vez más probables”, alerta el presidente de EuropeNova, Guillaume Klosa. Es imposible obtener mayorías democráticas defendiendo una política de austeridad que lleva a la recesión, a la precarización de las clases medias y bloquea a los jóvenes la entrada en el mercado de trabajo, convirtiéndoles en una generación invisible. Al tiempo que tampoco estamos construyendo países para viejos. Nos están haciendo creer que no se puede aguantar lo público, que no podemos soportar los servicios sociales, que no es posible un diferente reparto de las cargas, que la creciente desigualdad de nuestras sociedades es una ley de bronce.

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Este es el debate también en Estados Unidos, reflejado en el llamado secuestro fiscal. Lean el nuevo ensayo del historiador, también emérito, Josep Fontana, El futuro es un país extraño. Una reflexión sobre la crisis social de comienzos del siglo XXI (Pasado&Presente). Para el autor, la retórica con que se justifican las políticas de austeridad “esconde, en realidad, una alteración permanente de nuestros derechos sociales encaminada a liquidar definitivamente lo que queda del estado de bienestar y a asegurar la nueva sociedad de la desigualdad”.

 fgbasterra@gmail.com

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