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Así fue la vida de Bruce Reynolds, el cerebro tras el ‘robo del siglo’

El grupo de quince atracadores robó 2,6 millones de libras, unos 46 millones de euros al cambio actual, tal día como hoy de 1963. Así contó EL PAÍS la fama que se granjeó el británico tras conocerse su muerte

Bruce Reynolds (con gafas) tras comparecer ante el juez en 1968.
Bruce Reynolds (con gafas) tras comparecer ante el juez en 1968.GETTY IMAGES

Antes de inspirar la trama de varias películas, el asalto a un tren postal que recorría el trayecto entre Glasgow y Londres se convirtió hace casi medio siglo, el 8 de agosto de 1963, en la historia real del atraco más osado del siglo XX. El cerebro de la operación, Bruce Reynolds, falleció en la madrugada de ayer a los 81 años, después de haber cumplido pena tardía por aquel suceso, reincidir en otros delitos menores y autoproclamarse finalmente un ciudadano rehabilitado, a quien sus familiares y amigos recuerdan como un personaje “entrañable”.

De entre los quince hombres que detuvieron aquel convoy del ferrocarril y desengancharon la locomotora, apropiándose de 120 sacas repletas de 2,6 millones de libras de la época (el equivalente a 46,4 millones de euros al cambio actual), el nombre de Ronald Biggs ha pasado a los anales por su fuga espectacular de la justicia y las recurrentes comparecencias publicitarias desde su refugio en Brasil. Pero fue Reynolds —hijo de un sindicalista de la planta de la compañía Ford de Dagenham, legendaria en el Reino Unido por las tenaces reivindicaciones laborales de sus obreros— quien ideó toda la operación. Bregado en diferentes y poco remunerados trabajos desde los 14 años, tras cumplir el servicio militar se dedicó a todo tipo de pillerías hasta dar con la idea de un gran golpe que acapararía titulares en medio mundo.

Reynolds consiguió información confidencial sobre el traslado de dinero por parte del servicio de Correos (lo que en inglés se denomina un inside job) y articuló la banda que perpetró el atraco, con todos sus miembros parapetados tras pasamontañas y cascos para eludir la identificación posterior. El monopoly con el que el grupo entretuvo el aburrimiento en la granja del sur de Inglaterra en la que se cobijó tras el golpe sirvió para obtener sus huellas dactilares e identificar a los ladrones. La mayoría, aunque no todos, acabarían siendo rápidamente detenidos y sufrirían durísimas penas de prisión.

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Reynolds lograría eludir inicialmente la persecución policial. Se ocultó unos meses en el barrio de Kensington, en Londres, y luego pasaría cinco años evadido entre México y Canadá. En 1968 regresó al Reino Unido y fue rápidamente “cazado”. Mientras su compadre Biggs seguía jactándose de aquella hazaña desde Río de Janeiro, él se pasaba diez años de prisión. Tras cumplir condena no disfrutaría mucho tiempo de la libertad: volvió a pisar la cárcel dos años después tras ser condenado por tráfico de estupefacientes. A otro trienio entre rejas sucedió su fichaje como asesor de la película Buster, protagonizada por Phil Collins y basada en el entonces célebre asalto al tren de Glasgow, y más tarde la publicación en 1995 de sus memorias bajo un título tan obvio como Autobiografía de un ladrón, donde quedaba claro quién concibió uno de los acontecimientos delictivos más famosos de nuestra era.

Seis años más tarde, un maltrecho Ronald Biggs abandonaba un exilio de 36 años y se entregaba a la policía británica, que lo encarceló hasta su reciente puesta en libertad por su precaria salud. Por aquel entonces, Bruce Reynolds ya vivía en un piso del sur de Londres sufragado por la asistencia social y hacía tiempo que había olvidado toda intentona de desafiar a la justicia de nuevo. Ninguna noticia sobre sus problemas de salud había trascendido hasta que su hijo Nick —miembro del grupo musical Alabama 3, en el que su padre hacía ocasionales cameos— anunció ayer que había fallecido “mientras dormía, después de varios días de no encontrase bien” y aquejado de una dolencia de pecho no especificada.

“Respondió por los actos y errores cometidos en el pasado y acabó convirtiéndose en un hombre encantador, inteligente, educado y muy leal para con sus amigos”, explicaba ayer a la BBC uno de sus allegados, John Schoonrad.

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