Coaliciones imposibles en Italia
La subida de Berlusconi y Beppe Grillo en las encuestas dejan en el aire la gobernabilidad del país
Romano Prodi fue el último italiano que logró derrotar a Silvio Berlusconi en las urnas. Este profesor de economía de la Universidad de Bolonia, ex primer ministro y expresidente de la Comisión Europea, era el hombre perfecto para encabezar un proyecto de centroizquierda, dispuesto a impulsar una serie de reformas que la economía italiana, entonces ya estancada, necesitaba con urgencia. Las encuestas le concedían una cómoda victoria. Sin embargo, aquella tarde electoral (en Italia se vota domingo y lunes por la mañana) de abril de 2006 se hizo eterna. Los resultados no se conocieron hasta la mañana del martes: Prodi había ganado por un puñado de votos (25.000, que representaban al 0,1% del electorado). La debilidad lastró sus dos años de Gobierno, en los que apenas pudo ni siquiera esbozar las reformas que, todavía hoy, nunca han acabado de realizarse. Al final, la coalición imposible de 11 partidos que encabezaba estalló, cayó Prodi y Berlusconi volvió al poder. Solo lo dejó en noviembre de 2011, presionado por la UE, para dar paso a un Gobierno tecnócrata de Mario Monti.
Siete años después, el líder del centro izquierda, Pier Luigi Bersani, que fue ministro de Desarrollo Económico en aquel Gobierno de Prodi, ha insistido en que la situación es totalmente diferente. Es cierto: es diferente porque es todavía más complicada. En 2006 no había estallado la crisis y las reformas eran solo imprescindibles. Ahora son vitales, no solamente para la economía italiana en recesión sino para toda Europa puesto que podrían desatar una nueva crisis de la deuda. Financial Times explicaba este viernes que Morgan Stanley considera los comicios “un acontecimiento de alto riesgo”. La agencia Reuters titulaba un amplio análisis que difundió esta semana: “Roma arderá, ocurra lo que ocurra en las elecciones”. El optimismo en los mercados sobre la posibilidad de que los italianos elijan un Gobierno lo suficientemente fuerte como para que sea capaz de continuar el doloroso proceso reformista que empezó Monti es muy escaso.
En 2006, el principal peligro para el centroizquierda era en principio Berlusconi, aunque finalmente el enemigo estaba dentro de la propia coalición. Ahora, Bersani encabeza un grupo más gobernable, de tres partidos, pero si necesitase los votos de Monti —algo prácticamente seguro dado la complejidad del sistema político italiano, sobre todo en el Senado, que depende de los resultados en cada una de las 20 regiones— ya sería una coalición de seis partidos, que deberá manejar unas reformas tan impopulares como difíciles de aplicar. Las dos formaciones que se han hecho con el protagonismo de la campaña son antisistema, cada una a su manera. Ninguna de las dos puede gobernar el país pero sí hacerlo ingobernable. El movimiento Cinco Estrellas de Beppe Grillo refleja el muy comprensible descontento de los italianos ante un sistema minado por la corrupción, que ha fracasado una y otra vez desde el final de la II Guerra Mundial. El otro es Silvio Berlusconi, que refleja la muy incomprensible pasión de los ciudadanos por un político populista, que ha arrastrado entre intervenciones televisivas a Italia a la crisis en la que se encuentra ahora y que difícilmente encontrará una salida el lunes.
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