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Jueces y fiscales se convierten en el único freno a los abusos del poder

Las investigaciones judiciales muestran que la corrupción sigue muy viva

El exprimer ministro italiano Berlusconi en un mitin.
El exprimer ministro italiano Berlusconi en un mitin. ANDREAS SOLARO (EL PAÍS)

Roberto Formigoni es un tipo con suerte. No solo porque sea presidente de Lombardía —la región más rica de Italia— desde hace 17 años. Ni siquiera porque pertenezca a Comunión y Liberación, uno de los movimientos ultracatólicos y ultraconservadores que quitan y ponen reyes en el Vaticano y en el mundo de la política y los negocios en Italia. También porque durante toda su vida se las ha ingeniado para no pagar una caña. El mismo día que Benedicto XVI se despedía poniendo sus manos sobre los hombros del cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, amigo suyo, gran exponente también de Comunión y Liberación y uno de los papables ante el próximo cónclave, los jueces volvían a poner los focos sobre Formigoni y demostraban que el piadoso presidente no había pagado de su bolsillo nada en su vida.

Todo, desde vacaciones de lujo en lugares paradisíacos hasta un simple bote de crema para el cutis, era sistemáticamente sufragado por sus poderosos amigos. Los mismos que, a su vez, se beneficiaban de su poder para seguir haciendo negocios a costa de la administración. Formigoni y Scola, el presidente y el cardenal, forman parte de ese círculo de poder fuerte, impenetrable, oscuro, que teje sus redes de forma particular en Italia y el Vaticano y cuya ambición sin límites solo es frenada, a duras penas, por la acción de jueces y fiscales. La pasada semana —mientras el Papa renunciaba y los partidos políticos medían sus fuerzas en la campaña electoral—, una serie de operaciones judiciales de alto nivel han vuelto a poner en evidencia que, dos décadas después de Tangentopoli, la corrupción sigue siendo moneda común.

Ya no se trata solo de los escándalos ligados a Berlusconi —de quien los jueces que lo condenaron por evasión de capitales dijeron que tenía “tendencia a delinquir”—, sino empresas de primerísimo nivel como Finnmecanica o el Monte dei Paschi di Siena, el banco en funcionamiento más antiguo del mundo. Basta asomarse a las investigaciones judiciales para ver muy nítidamente cómo la red de intereses, de manejos sucios, transita con mucha naturalidad por encima de los partidos, saliendo y entrando del Vaticano, cuya resistencia a la hora de aclarar los fondos del IOR no hace más que agrandar la sombra de sospecha. Los políticos de todos los partidos tradicionales —a excepción de Berlusconi, cuya solución sería dejar a jueces y fiscales sin capacidad de investigar—se quejan públicamente del desprestigio de la política, del ascenso del Movimiento 5 Estrellas, a quien acusan de no tener programa y de aprovecharse en exclusiva del hartazgo y la rabia de los electores. Unos electores que estos días han visto cómo los mismos personajes poderosos que mueven los hilos del Monte dei Paschi, tradicionalmente ligado a la izquierda, también aparecen en los órganos de poder del banco del Vaticano. Que la última batalla del poder vaticano haya tenido como objetivo, precisamente, el dinero de la Iglesia es muy significativo.

El centroizquierda italiano, con la miel de la victoria en los labios, se queja de que el juez antimafia Antonio Ingroia, recién aterrizado en la política, pueda quitarle votos dirigiéndose a su mismo electorado y, lo que es peor, situando en parecido nivel ético a Silvio Berlusconi, quien durante 20 años ha inoculado en la vida política italiana su manera tramposa de hacer negocios, con quienes se han afanado en combatirlo. Pero, a cuenta de las investigaciones judiciales que aún pesan sobre el Vaticano en torno a un presunto delito de blanqueo de capitales a través del IOR, Ingroia ha declarado: “El Estado italiano transfiere cada año al Vaticano 1.000 millones de euros en concepto del 8 por mil —la donación voluntaria que hace cada contribuyente a la Iglesia en su declaración de la renta—. Pues bien, es un escándalo que tal cantidad de dinero desaparezca inmediatamente del circuito bancario italiano en busca de otros bancos, como por ejemplo el Deutsche Bank, que no hacen demasiadas preguntas sobre la procedencia de los fondos. Y ningún político, tampoco los de la izquierda, se han quejado. La respuesta es que La Casta tiene siempre la misma actitud frente a los poderes fuertes y el Vaticano es un poder fortísimo. Hay muy pocos políticos rectos. Hace falta coraje. Y los jueces y fiscales pueden ayudar”.

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