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El miedo triunfa tras la batalla en Malí

Un atentado suicida contra las tropas en Gao desata la inquietud Una unidad militar golpista ataca a la guardia presidencial

José Naranjo
Soldados malienses rezan junto a sus fusiles en la ciudad de Gao.
Soldados malienses rezan junto a sus fusiles en la ciudad de Gao.PASCAL GUYOT (AFP)

La columna del Ejército francés es enorme. Más de 250 vehículos entre blindados, camiones, tanques, autobuses y cisternas. Pero avanza despacio hacia Gao. Por delante, una unidad especializada en desminado hace su trabajo. Hace solo cuatro días, una camioneta del Ejército maliense saltaba por los aires en esta misma carretera a causa de una mina. No era la primera en explotar. Diez días antes, otro artefacto detonaba en Gossi provocando la muerte a dos soldados. Desde entonces, nadie baja la guardia.

Hoy, un terrorista suicida con explosivos atados a su cintura se abalanzó sobre un control militar a la salida de Gao, provocando heridas a un soldado. Y esta semana, dos obuses cayeron sobre la ciudad, que fue liberada hace 15 días. Los yihadistas de Muyao están cerca. El Ejército francés, que ayer tomó el control de Tessalit, junto a la frontera argelina, lo confirma. “Hay zonas a las que no hemos podido llegar y no todos pudieron huir al norte, muchos se quedaron en los pueblos de alrededor”, asegura una fuente militar. Una de esas zonas grises es Bourem, entre Gao y Tombuctú. “Allí se han refugiado muchos de los miembros de Muyao”, añade.

Nouhou trabaja para una ONG. “Días antes de que la ciudad cayera, los barbudos compraron muchas motos para huir. No querían usar vehículos para no ser detectados por los aviones, así que no pudieron ir muy lejos”, asegura. Los comerciantes árabes también han huido, por temor a represalias. Y muchos que no pudieron hacerlo han sido acusados de colaboracionismo con los terroristas y están detenidos. Aún se siguen produciendo arrestos. Cada noche, a las ocho, comienza el toque de queda. Y las calles se vacían.

En Gao reina aún el miedo. Todos temen que el atentado suicida de ayer sea solo el comienzo de algo peor. Las conversaciones sobre la presencia de infiltrados son constantes y los mensajes que llegan desde el Ejército francés no son tranquilizadores. “Estamos viendo las mismas técnicas y los mismos métodos que en Afganistán e Irak; hay una enorme cantidad de munición y explosivos”, asegura un oficial.

Estamos en el mercado de la ciudad, donde los bienes empiezan a escasear: El aceite, el azúcar, el arroz, la harina. Todo cuesta el doble o el triple porque los accesos llevan cerrados un mes. “Desde hace un año casi todo llega de Argelia, y en cuanto empezó el ataque de Konna [10 de enero] las carreteras se bloquearon”, añade Nouhou. Los residentes sueñan con el momento en que la vía hacia Bamako también se reabra.

Aunque pueda parecer paradójico, desde que la ciudad fue “liberada” hay menos alcohol. Durante los diez meses de ocupación yihadista había florecido un mercado negro de compraventa de güisqui, ron y cervezas. Sin embargo, lo que no pudieron los miembros de Muyao lo ha podido el cierre de carreteras. Ahora hay menos alcohol que nunca y más caro que nunca. Un joven va más allá. “Con los terroristas apareció una marihuana muy buena, pero ahora es casi imposible encontrar”.

El dinero para comprar también escasea. Todos los bancos están cerrados. Las familias de Gao lo resuelven con imaginación. Uno de los sistemas habituales es llamar a un pariente en Bamako que ingresa crédito telefónico en el móvil de un comerciante de la ciudad, pongamos 300 euros, y luego este se lo paga al pariente en Gao en especie. El dinero circula con dificultad.

En una amplia explanada, un grupo de jóvenes juega al fútbol. Mohamed Ag Intarga es uno de ellos. “Los yihadistas también intentaron impedir que jugáramos al fútbol. Nos resistimos y nunca lo consiguieron del todo. Sin embargo, desde que empezó la guerra y los bombardeos sobre las bases yihadistas en la ciudad, los partidos también se suspendieron. Pero hemos vuelto a jugar. ¿Qué vamos a hacer, quedarnos en casa?”, se pregunta.

Abdoulaye es profesor. Las clases no se interrumpieron en Gao. Cada día se levanta por la mañana para ir a su trabajo. “Hemos vuelto a mezclar niños y niñas y estas ya no están obligadas a llevar el velo. El ambiente es mucho más relajado”, explica. “Intentamos explicarle a los niños lo que ha ocurrido, ellos están un poco confundidos con todo esto”.

Confusión hay también en la capital, Bamako. Una unidad militar que apoyó el golpe de Estado de marzo de 2012 atacó hoy un campo de la guardia presidencial, cuerpo de élite fiel al expresidente Amadou Toumani Touré.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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