El fantasma político de Bo Xilai planea sobre el Partido Comunista Chino
El silencio oficial sobre el juicio del exdirigente desata especulaciones sobre las divisiones internas al partido
El fantasma político de Bo Xilai planea sobre el Partido Comunista Chino (PCCh). El silencio oficial que envuelve la futura celebración del juicio al antiguo secretario del PCCh en la municipalidad de Chongqing —la más poblada de China— es fuente de especulación sobre las divisiones que existen entre las diferentes facciones del partido respecto a la suerte que debe correr quien, según todo parecía indicar hasta su caída en desgracia el año pasado, estaba destinado a formar parte de la cúpula dirigente del país.
Bo, de 63 años, líder del ala más izquierdista y conservadora del partido, fue expulsado del Politburó en abril del año pasado, y del PCCh, en septiembre. El que fuera uno de los políticos más carismáticos y populares de China en los últimos años fue acusado de abuso de poder, recibir sobornos cuantiosos, tener “relaciones sexuales impropias con numerosas mujeres” y haber intentado ocultar el asesinato por parte de su esposa, Gu Kailai, de un ciudadano británico, Neil Heywood.
Su defenestración –según sus partidarios, por razones políticas- puso freno a una carrera fulgurante, que le debía haber llevado a entrar en el Comité Permanente del Politburó que salió del 18 Congreso del PCCh, celebrado en noviembre. El cónclave sancionó la llegada de una nueva generación de líderes, con Xi Jinping a la cabeza. Xi fue nombrado secretario general del partido, en sustitución de Hu Jintao, y en la sesión anual del Parlamento, en marzo, asumirá la jefatura del Estado.
La transición a la nueva generación de dirigentes se produjo con suavidad de puertas afuera, a pesar de lo que analistas políticos calificaron de intensas luchas por los asientos en el Comité Permanente, que quedaron reducidos de nueve a siete. Pero el caso Bo Xilai sigue sin ser cerrado. No se sabe cuándo será juzgado, y aún no ha sido acusado con cargos formales.
Recientemente, ha habido informaciones contradictorias sobre su suerte. Según el diario de Hong Kong Takungpao, cercano a Pekín, iba a ser sentado en el banquillo la semana pasada en Guiyang (capital de la provincia de Guizhou), y algunos periodistas, incluidos de medios chinos, se desplazaron a esta ciudad del sur de China para cubrir el proceso, que no tuvo lugar.
El Global Times, periódico ligado al Diario del Pueblo –órgano de propaganda del PCCh-, ha indicado que el juicio se celebrará presumiblemente después de la sesión anual del Parlamento, y que puede ser muy complicado y durar hasta 10 días. “La información en lo que respecta a la fecha y el lugar será hecha pública sin duda con antelación, y es innecesario especular”, ha afirmado una fuente sin identificar “cercana al más alto organismo judicial de China” al diario, que añade que, “debido a la complejidad”, el caso será juzgado “probablemente” después de la sesión del Parlamento.
Zhang Ming, profesor en el departamento de Estudios Internacionales en la Universidad del Pueblo de Pekín, coincide con este calendario. “Si lo hubieran querido juzgar ya, lo habrían hecho antes del 18 Congreso del PCCh. Pero entonces estaba al mando el anterior equipo (dirigente). Yo creo que hay algunos problemas, y después de marzo habrá un nuevo equipo. Probablemente será entonces porque ambos tienen opiniones distintas sobre este caso”.
“Supongo que el retraso hasta después de la sesión del Parlamento se debe a que para entonces habrá sido hecha la gran mayoría de los cambios en los máximos niveles del partido y del Gobierno, y eso hará más fácil incluso controlar el trato a Bo”, señala Kerry Brown, director del Centro de Estudios de China en la Universidad de Sidney.
El juicio al exdirigente de Chongqing será el más sensacional que vive el país desde la caída de ‘la banda de los cuatro’ tras la muerte de Mao Zedong en 1976, y será observado como se analizan los posos de té para identificar cualquier signo de apertura por parte de la nueva dirección del PCCh e indicios de hasta qué punto está dispuesta a mostrar transparencia en este escándalo en el que se mezclan corrupción, sexo, poder, dinero y asesinato en la élite.
Según Zhiqun Zhu, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Bucknell (Pensilvania), el problema reside en que “parece que el partido aún no ha llegado a un consenso sobre cómo gestionar la situación de Bo”. “Será castigado, pero, ¿con qué dureza? Puede que aún pase un tiempo antes de que sea sentenciado”, asegura.
En cualquier caso, se considera que el destino de Bo será decidido por la cúpula del partido, y no por los jueces. En China, no existe un sistema judicial independiente, y los magistrados son nombrados por el PCCh. Algunos expertos creen que Pekín se esforzará por imprimir un carácter aparentemente legítimo al juicio para intentar eliminar las sospechas sobre el proceso, aunque se espera que la vista se celebre a puerta cerrada, con acceso limitado a un seleccionado número de familiares, medios de comunicación estatales y observadores.
El caso Bo Xilai ha ensombrecido la transición de poder en este país en el que la población es cada vez más crítica con los dirigentes y sus ilegalidades. Xi Jinping ha afirmado que la lucha contra la corrupción es vital para la supervivencia del partido, y ha hecho de la petición de responsabilidades a los líderes y la lucha contra la corrupción dos de los ejes principales de su discurso desde que asumió el poder en noviembre. Ha insistido en que no habrá “indulgencia” ni “excepciones” con los miembros del PCCh implicados en sobornos sea cual sea su rango.
Bo no ha sido visto en público desde marzo del año pasado, y se encuentra bajo custodia. Pero su fantasma político sigue deambulando. “El caso Bo Xilai no es solo un escándalo, sino que muestra las divisiones dentro del partido, con diferentes facciones que compiten a menudo por el poder. Si la competencia es sana y racional, será bueno para el partido y para China”, dice Zhu. Brown va más allá. “El Partido Comunista tiene muchos fantasmas en su historia, y el de Bo es solo el último de una serie de luchas brutales por el poder. Lo mejor que se puede decir de este es que nos recuerda a todos que, en el siglo XXI, el PCCh sigue siendo, a fin de cuentas, una máquina de poder, y que su gobernanza interna es extraordinariamente primitiva”.
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